En la Residencia Nuestra Señora de los Dolores, ubicada en la plaza de capuchinos, la Navidad es un tiempo especialmente entrañable. Con la casa llena de adornos y el sonido de los coros, el principal objetivo es que los residentes se sientan como en su propio hogar, tal y como explica Ana Madueño, la hermana superiora. Actualmente, en el centro viven 66 residentes junto a una comunidad de 6 religiosas, pero para Madueño, los trabajadores son una parte fundamental de la familia. "Ellos también son un pilar importantísimo de la casa", asegura, destacando que incluso participan en un concurso de decoración por plantas para hacer los espacios más acogedores. La residencia acoge a personas con un buen estado físico y cognitivo, que llegan buscando compañía, y a otras que necesitan cuidados más especializados. "Somos una prolongación de las familias", afirma Madueño, subrayando que el contacto con los familiares es frecuente y se les invita a participar en la vida del centro. Acompañar en la última etapa de la vida también presenta desafíos emocionales. Para la hermana superiora, lo más duro es cuando una persona "haya tirado la toalla, se haya cansado de vivir, no encuentre un horizonte". En esos momentos, la misión del centro se vuelve crucial. Frente a la amargura o la angustia que algunos pueden sentir, el equipo trabaja para "dar razones de esperanza", intentando que los mayores vivan esta época como una de plenitud. El acompañamiento se centra en sostener ese sufrimiento y transformarlo. La soledad es una de las realidades más presentes y un fiel reflejo de la sociedad actual. En la residencia conviven personas solteras, otras que han perdido el contacto con sus seres queridos o familias rotas por diversas circunstancias. Como "una pequeña célula de la sociedad", el centro acoge todas estas situaciones. Por ello, vivir estos días especiales en comunidad, junto a residentes, trabajadores y religiosas, se convierte, en palabras de Ana Madueño, en "un lujo" que celebrar.