Miembra, portavoza, todes: Congreso

Si todo va bien y se mantiene la mayoría parlamentaria que lo requiere, el Congreso de los Diputados pasará hoy a llamarse simplemente Congreso. Esta iniciativa de PSOE y Sumar, que fue propuesta antes por otros grupos como Podemos o Compromís, se encuentra dentro de una reforma más amplia del Reglamento de la Cámara que se reescribirá de forma inclusiva. Después de casi cinco décadas de democracia constitucional , no está nada mal el reconocimiento a la mitad de la población en lo que se supone es la casa del pueblo. Que esa casa hoy reciba un nombre en el que toda la ciudadanía puede verse reflejada es un éxito del feminismo. Ya escasean, así que celebremos. No han tardado algunos, los de siempre, en calificar esta propuesta como una chorrada . Los mismos que en otras ocasiones antes han reaccionado de la forma más furibunda ante otros intentos por enunciar la política de un modo más inclusivo. Inolvidables entre esos intentos los de las anteriores Ministras de Igualdad, que se atrevieron con neologismos al hablar de sí mismas como miembras o portavozas o incluso al temido y radical uso de todes por parte de Montero para referirse a las personas no binarias. Nunca una vocal cambió tanto un país. Sirva el anecdotario para recordar que antes de las A y las E, fueron otras. La historia de la conquista de los derechos funciona así. Como una matrioska, los avances que hoy son calificados de chorradas encierran antes otros que los posibilitan. En el nuevo nombre del Congreso se encuentra resumida la historia de todas las mujeres que antes lucharon por nuestros derechos. Seguramente nunca hubiera sido posible el cambio de nombre sin que antes hubiera generaciones de mujeres que durante siglos en España lucharon por la igualdad. Desde el voto al divorcio pasando por el aborto, el carnet de conducir o el consentimiento sexual. Es por ello que la relevancia de este cambio es profundamente simbólica , y corresponde ser celebrada. Es una buena noticia para las mujeres que por fin el Congreso tenga un nombre inclusivo que no excluya a la mitad de la población que está representada en el parlamento, pero también lo es para la normalidad democrática de nuestro país que sigue la estela de otras democracias que ya tienen nombres inclusivos para sus cámaras bajas, como la recién bautizada Cámara de los Diputados y Diputadas de Chile o las que ya tenían nombres perfectamente inclusivos como la Assemblée Nationale  en Francia, la Assambleia da República en Portugal, el Bundestag en Alemania o el Riksdag en Suecia. Es más, mirando a nuestros países vecinos, este cambio de nombre, lejos de ser un exceso feminista, es una corrección que llega casi tarde. Aunque si somos justas con la historia nacional de la igualdad, ha llegado cuando ha podido. No hace tanto que ese lugar lleno de alfombras y mármol en el que se deciden nuestras vidas solo estaba ocupado por hombres. Un Congreso sin mujeres fue la norma hasta más o menos 1977, aunque con honrosas excepciones. El lenguaje oficial de esta Cámara ( de los diputados) reflejaba por tanto una exclusión hecha norma y membrete, y que, de forma simbólica, ha sido la medida de toda la política española, que con naturalidad siempre ha sido una cosa de hombres. Han sido los hombres los que de forma mayoritaria han sido y son diputados, ministros, senadores, secretarios de Estado, alcaldes y concejales. Y aunque hemos avanzado, también hemos dado pasos atrás de forma muy reciente. Un ejemplo que nos concierne hoy es que esta actual legislatura no es la más paritaria en la composición de la cámara baja, como venía siendo tradición en el histórico de la composición del Congreso por sexos. Da que pensar que hayamos retrocedido en paridad justo ahora que la extrema derecha ha crecido en representación y el feminismo pasó de ser el centro del debate del parlamento a una cuestión incómoda hasta para la mayoría de los hombres progresistas. Piense lo que se piense de este debate, la realidad es que las mujeres, si bien somos la mitad de la población, no somos ni de lejos la mitad en los espacios de representación del poder . Cuando desde estos espacios en los que o no estamos o estamos pero en peores condiciones y menor cantidad se nos intenta explicar que aunque solo diga hombre también dice mujer, es una obligación democrática recordar que si no se nos nombraba era porque no estábamos. Como lo cómodo y funcional al privilegio es nombrar lo que existe, es una tarea imprescindible y radical para la justicia social de un país nombrar lo que nunca es nombrado. Y no por el capricho de escucharnos nombradas, sino porque el reconocimiento y la representación son el pilar imprescindible de la redistribución. ¿Qué clase de políticas públicas se pueden esperar de un lugar que aunque por definición debe legislar para toda la ciudadanía solo se refería en su nombre a la mitad? Es esta y no otra la razón por la cual el uso del masculino genérico debe ser cuestionado como uso neutro de la lengua. Aunque la RAE siga insistiendo en que es la forma que nos permite incluir a los individuos de ambos sexos, la realidad es que es una práctica que confunde lo gramatical y lingüístico con lo simbólico y político, acentuando la centralidad de lo masculino como problemática e injusta medida de todas las cosas. El problema no es que lo masculino no refiera a lo femenino, que no lo hace, sino que lo femenino queda relegado en lo lingüístico, y por tanto en lo político , a ese espacio de irrelevancia que tantas veces hemos ocupado también en los espacios de poder. No hay distancia entre lengua y política, son aquí la misma cosa, por ello urge desenmascarar esta pretendida neutralidad del uso del masculino genérico como ideológica. No es lingüística, es machismo. Sirva pues este cambio para recordar que lo que es válido o no en una lengua es el resultado de un acuerdo que no deja nunca de ser político en la medida que es tomado por quienes ocupan otro espacio de poder como es la RAE. Sirva para recordar que no está escrito en piedra que lo que se decía de una forma, no pueda ahora decirse de otra. Sirva para recordar que los derechos son conquistas, y como se consiguen se van, y que debemos pelear para mantenerlos. Sirva para recordar que unos derechos se unen a otros , y que el parlamento que decidió que la cámara baja se llamase Congreso de los Diputados lo hizo porque se describía a sí mismo pues era sencillamente un Congreso sin mujeres. Y por ello, sirva para abrir la puerta a otros que son igual de necesarios. ¿Verá alguna vez nuestro país un Congreso en el que la ciudadanía española en toda su diversidad esté representada? No solo las mujeres debemos ser la mitad, sino que me temo que debería haber, por empezar por algo, muchas más personas migrantes que políticos y partidos corruptos, pues es de dignidad de lo que debería estar lleno, ahora sí, el Congreso. ____________________________ Ángela Rodríguez Pam es exsecretaria de Estado de Igualdad.