En Ucrania, a la guerra se añade el ecocidio a orillas del mar Negro

El zumbido de los drones ha sustituido a los aullidos de los chacales que se oían al atardecer. Poco después de medianoche, los disparos de la defensa antiaérea iluminan la noche. Se oyen explosiones en la distancia, seguidas del resplandor de un gigantesco incendio. Esa noche, Rusia atacó Vyshnev e, un pueblo perdido en medio de las llanuras costeras de Besarabia, entre Odesa y la frontera con Rumanía. Una veintena de drones Shahed devastaron el complejo escolar, la casa de la cultura y un centro de salud del pueblo, vacíos durante la noche, además de ser el inicio de las vacaciones escolares. “Díganme, ¿qué ha pasado aquí, maldita sea?”, grita Nelia Herasym, directora de la escuela, a los policías al descubrir el lugar a la mañana siguiente. “Nos gustaría poder decírselo”, responden, desamparados, los hombres uniformados que recogen los restos de los drones. Con el teléfono en la mano, Nelia Herasym recorre, aturdida, su establecimiento devastado y aún humeante: “No entiendo por qué han atacado esta escuela. No hay nada, ningún lugar estratégico alrededor del pueblo, solo llanuras agrícolas. En cuarenta años nunca ha pasado nada aquí.” En estas costas del mar Negro, entre campos de guisantes y amapolas donde corretean liebres y faisanes, la guerra solo surge de forma esporádica. Ya nadie espera un desembarco ruso, a diferencia de los primeros meses de la invasión. Las garitas y búnkeres excavados por toda la costa ya solo albergan maleza y mosquitos. Solo los residuos dan testimonio de la presencia pasada de los soldados. Más que a los habitantes, aquí la guerra ataca al medio ambiente , un ecosistema rico y frágil propio de las albuferas, esas lagunas típicas del mar Negro. Desde 2010, un parque nacional protege la albufera de Tuzly y sus 28.000 hectáreas con trece estuarios. En esta costa, Ivan Rusev y sus compañeros del parque descubrieron un número inusualmente elevado de delfines varados en la primavera de 2022. “Los cadáveres no tenían las aletas cortadas ni heridas aparentes causadas por redes de pesca”, describe Ivan Rusev, una figura robusta, de tez morena y con una pequeña coleta. En solo seis kilómetros se encontraron 52 delfines muertos. “Es absolutamente anormal, lo hemos comunicado a las autoridades.” Al mismo tiempo, Ivan Rusev se puso en contacto con sus homólogos de otros países ribereños del mar Negro. En total, se han contabilizado unos 3.000 delfines muertos en la costa . Una cifra que solo representa una pequeña fracción del total , según Ivan Rusev: “Según estudios científicos, solo el 5 % de los delfines muertos llegan a la costa, los demás se hunden porque se les llenan los pulmones de agua.” Junto con sus colegas, estima que en 2022 murieron alrededor de 50.000 delfines durante la fase activa de los combates en el mar, cuando las fuerzas ucranianas recuperaron, a finales de junio de ese año, la isla de las Serpientes , que se había convertido en símbolo del retroceso de la marina rusa el mar. Una ONG rumana analizó nueve cadáveres encontrados en la costa en mayo de 2022. Sus conclusiones apuntan a la responsabilidad de Rusia en su muerte: “Las autopsias revelaron la presencia de microlesiones en el melón [un órgano situado en la cabeza, ndr] que pueden provocar una incapacidad de orientación en el animal. Las microlesiones pueden ser producidas por ciertos virus o por ruidos fuertes, como explosiones submarinas ”, escribe la Oceanographic Research and Marine Environment Protection Society en un correo al ministerio de Medio Ambiente de Ucrania, consultado por Mediapart. Ivan Rusev está convencido de que la matanza está relacionada con la actividad de la marina rusa, la única presente en el mar en aquel momento, ya que la pequeña marina ucraniana fue neutralizada en los primeros días. Los sónares de los buques de guerra desorientaron a los cetáceos, que no podían alimentarse y se debilitaron , explica. Para él, incluso las muertes por infecciones y virus son consecuencia de las actividades militares. Algunas muertes de delfines están aún más directamente relacionadas con los combates. De los nueve cetáceos examinados por la Sociedad Rumana de Investigación Oceanográfica, seis presentaban quemaduras : “Sospechamos que la causa de esas quemaduras es el fósforo. […] Esta sustancia es una de las pocas capaces de provocar quemaduras bajo el agua.” La observación post mortem coincide con la información publicada en la prensa sobre el uso por parte de Rusia de armas incendiarias con fósforo blanco contra la isla de las Serpientes, tras haber sido expulsada de ella. El 27 de julio de 2022, la fiscalía de Odesa abrió una investigación por ecocidio, un delito castigado con entre ocho y quince años de prisión, definido en el artículo 441 del Código Penal ucraniano como “la destrucción masiva de la flora y la fauna, el envenenamiento del aire o de los recursos hídricos, así como otras acciones que puedan causar catástrofes naturales”. Se están llevando a cabo investigaciones en colaboración con laboratorios de análisis de Italia y Alemania. Investigaciones bastante complejas, debido a la imposibilidad de acceder al lugar del crimen, el mar Negro. Pero Ucrania se toma muy en serio esas investigaciones. “El medio ambiente no debe seguir siendo una víctima silenciosa de la guerra” , declaró en 2022 Andryi Kostin, entonces fiscal general del país, manifestando su voluntad de investigar todos los crímenes de guerra, independientemente de su naturaleza. “El objetivo es que las personas cuyas acciones han provocado daños medioambientales respondan por sus actos. Más allá de eso, demostramos que Ucrania, a diferencia de Rusia, es un país civilizado que no solo se preocupa por las personas y las infraestructuras civiles, sino también por el patrimonio y el medio ambiente”, explica Maksym Popov, que asesoró al fiscal general sobre la represión de los delitos medioambientales y sigue trabajando hoy en día en la organización no gubernamental Pravo Justice . Las pruebas recopiladas por la justicia ucraniana se incorporarán al registro de daños (RD4U) creado en La Haya (Países Bajos) en 2024 por el Consejo de Europa para obtener reparaciones. La categoría B3.1 se refiere precisamente a los “daños medioambientales”. En la albufera de Tuzly, los daños medioambientales no se limitan a la muerte de cetáceos en los primeros meses de la invasión. La directora del parque, Iryna Vykhrystiuk, cita las consecuencias de la destrucción de la presa de Kakhovka , en junio de 2023, que provocó, entre otras cosas, el vertido de gran cantidad de residuos en el parque , así como la marea negra de diciembre de 2024 en el estrecho de Kerch. También teme los efectos de la profusión de minas y las actividades de las fuerzas ucranianas en el parque. “Los rusos no son los únicos que dañan el medio ambiente . Nuestras fuerzas se entrenan aquí para defendernos. Es bueno para Ucrania, pero perjudicial para el medio ambiente. Para nosotros, no importa que los daños los causen los rusos o nuestro bando. En cualquier caso, es culpa de la guerra”, explica esta responsable. La guerra provoca reacciones en cadena , cuyos efectos aún son difíciles de medir. Ivan Rusev pone como ejemplo a los flamencos rosas : al derribar los drones rusos, la defensa antiaérea ucraniana asusta a las aves que vienen a anidar aquí, dejando sus nidos vulnerables a los ataques de otras aves, lo que provoca una disminución de la población de flamencos. El ecosistema natural no es el único que sufre. Alrededor del parque, siempre ha habido un equilibrio precario entre ecologistas, pescadores, cazadores furtivos, agricultores, promotores inmobiliarios, responsables políticos locales... El parque no vio la luz hasta después de quince años de lucha, en parte gracias al impulso del acuerdo de asociación con la Unión Europea, que obliga a Ucrania a ampliar sus reservas naturales . Su existencia sigue siendo cuestionada por quienes sueñan con construir complejos hoteleros de lujo en estos espacios de espectacular belleza o con extraer agua de los afluentes, secando los humedales circundantes. La guerra no ha hecho desaparecer esas tensiones, sino todo lo contrario. Las recompone y las exacerba con sus nuevas restricciones, en particular en materia de pesca. Iryna Vykhrystiuk denuncia la persistencia de la caza furtiva y la inacción de la policía, infiltrada por “los hijos de los agricultores”, contra los explotadores que amplían sus campos o contra los cazadores furtivos, a los que, según ella, estaría protegiendo. Vasyl, guardia del parque y natural de la zona, matiza, describiendo a los furtivos como gente del lugar “no peligrosa” que pesca principalmente el mújol, que se vende a unos 250 grivnas el kilo (unos 5 euros); ex pescadores atrapados en tierra por la ley marcial que continúan clandestinamente con su actividad artesanal, asegura ante su jarra de vino tinto casero: “¿Por qué se les prohíbe pescar en barco en los estuarios? Han perdido su trabajo, necesitan ingresos.” “Ya casi no hay furtivos, todo el mundo tiene miedo de los guardias fronterizos y de la administración del parque” , coincide un ex pescador que no quiere dar su nombre por miedo a represalias: “Si te pillan pescando, llaman a la TCK [la policía militar encargada de aplicar la movilización, ndr].” La TCK, herramienta del poder para garantizar la defensa de la Ucrania agredida, se percibe aquí como un instrumento de resolución de conflictos que no tienen mucho que ver con la guerra, pero que se ven afectados por su estallido, como los delfines en medio del mar Negro. El rostro humano del ecocidio. Traducción de Miguel López