La aventura de Pío Baroja por las tierras de Albacete

El escritor vasco, enmarcado en la reconocida Generación del 98, recorrió la actual provincia de Albacete y muchos de sus municipios, elaborando una serie de reportajes desde 1934 hasta los inicios de la guerra civil española dos años más tarde La 'Generación de la Molineta': crecer con el viento en Higueruela Aquel escritor llevaba siempre su boina, sus botas negras y trajes raídos. Según su criada, era un hombre goloso, nunca bebía vino y cantaba canciones vascas en los pasillos de su casa. Por la tarde, con el paraguas y un libro bajo el brazo, solía pasear por las callejuelas efervescentes del Madrid republicano. Era un hombre que ya no iba a cafés ni teatros para no resfriarse y para dormir, siempre, se abrigaba con muchas mantas. Aquel escritor era Pío Baroja y en 1934 emprendió un viaje por España. Una travesía literaria que también transcurrió por tierras de Albacete. Con más de sesenta años, Pío Baroja decidió escribir un serial por entregas sobre las peripecias del general Gómez, un aventurero carlista que en 1836 emprendió una de las expediciones más curiosas de la primera guerra civil que sufrió España. El autor de El árbol de la ciencia explicaba su propósito en la revista Estampa: “Como en un reportaje de esta clase es más importante lo gráfico que lo literario, acorto todo lo posible las divagaciones para dar más cabida a las ilustraciones”. Y tras la pista de Gómez se lanzó. Portada en la que se anuncia el reportaje de Pío Baroja El escritor estuvo acompañado del fotógrafo Marina que fue captando aquellos rincones y gentes que se encontraban durante el camino. Gracias al ojo del repórter gráfico (así se les llamaba entonces a los fotoperiodistas) podemos hoy contemplar algunas imágenes de La Roda, Ossa de Montiel y Mahora. Así como un retrato del propio Pío Baroja en las ruinas de San Cristóbal en Villarrobledo. En seguida sabremos más. Antes vayamos al comienzo. Pío Baroja, un hombre hogareño y familiar, no dudaba en confesar su ilusión por el viaje: “Es muy agradable recorrer un país en auto, con buen tiempo; teniendo conocimientos geográficos, geológicos e históricos es más agradable aún”. La ruta se inició en el norte de España y fue avanzando hacia el sur. Baroja seguía los pasos que el militar Miguel Sancho Gómez Damas había dado cien años atrás. Aquel carlista inició sus andanzas en Amurrio, al frente de unos 2700 infantes y 180 jinetes, tomó Riaño, Oviedo, Lugo, La Coruña, Santiago de Compostela. Y siguió su incursión hacia Andalucía. Así, y de manera efímera, prosiguió por León, Palencia, Valladolid, Sigüenza, Utiel, Albacete, Villarrobledo, Baeza, Córdoba … En apenas seis meses, esta tropa carlista atravesó el país de punta a punta. Y junto a las mieles de la victoria, el general Gómez también saboreó la hiel de las derrotas. Una de las más amargas ocurrió en Villarrobledo. Pío Baroja en Villarrobledo mientras preparaba el reportaje A primeros de mayo de 1934, Pío Baroja llegó a Albacete para escribir el reportaje. Lo que no contó en su crónica es la cena de honor que le dedicaron los señores de la Asociación de la Prensa de Albacete en el Gran Hotel. Allí mantuvo una extensa conversación con intelectuales locales como Gotor, Serna, Del Campo o Montes. Este último publicó unas líneas en el Defensor de Albacete donde revelaba parte de las declaraciones del famoso escritor. Así arrancaba su texto: “Por este mismo hall elegante del céntrico hotel suelen desfilar, ante nuestro asombro de humildes provincianos, personajes y personajillos de la política, toreros, actores, viajantes de comercio con exposiciones suntuosas y de vez en cuando famosas bailarinas y orondos canónigos. Pero entre las tarjetas de los hospedados en el hotel no todos los días es posible encontrar una que lleve esta leyenda: Pío Baroja, hombre humilde y errante”. Según Montes, Baroja es “este señor de correcta indumentaria, fino y cortés, de amabilidad exquisita, este viejecito que habla despaciosamente y en tono persuasivo, entre sonrisas llenas de seguridad y placidez y en tanto acaricia su barbita cuidada y rubia, casi blanca y sin destacar en la palidez del rostro donde brilla una mirada escudriñadora, este abuelito, limpio y atildado, que a unos muchachos, sus discípulos ávidos por escucharle, les ha contado cosas de los carlistas, no es el ogro de las ferocidades anarquizantes”. Dijo Don Pío: “Lo hicieron muy mal antes, en tiempos de Alfonso, pero no crea usted que éstos”. En la charla del Gran Hotel, Baroja se mostraba algo decepcionado con la situación política del momento, convencido de que el fascismo no era posible en España y muy escéptico con lo que se contaba sobre el comunismo. Pero confiaba, finalmente, en la esperanza que siempre tiene la juventud. Como decimos, esto no se cuenta en su crónica viajera por estos lares albacetenses. La revista “Estampa” publicó el serial un año después, en abril de 1935. Y como explicaba su autor sobre la expedición de Gómez, “no queda de ella más que un ligero rastro por tradición y eso en muy pocos sitios”. Villarrobledo en el reportaje de Pío Baroja La incursión de Baroja en la provincia comenzó así: “Vamos ahora a Casas Ibáñez. Pasamos el río Cabriel. En Alborea, sobre la cúpula de la iglesia, ondea una gran bandera republicana. Antes de llegar a Casas Ibáñez, los de Gómez encontraron por el campo los cuerpos muertos de los voluntarios carlistas de la expedición de Batanero, y como en esta clase de guerra, cuando se mata a la gente enemiga se la mata correctamente, y cuando matan a los del propio bando, se considera que se les asesina, pensaron que estaba muy legitimado el incendiar el pueblo”. El escritor preguntó en la plaza de Casas Ibáñez y recogió algunos datos. Alguna persona mayor recuerda “haber oído a los viejos que se quemaron la calle del Rosario y la de la Amargura”. Al parecer, los carlistas se llevaron a tres mujeres y a un niño. Prosigue Baroja la crónica con la conversación con una mujer embarazada que encuentra en las calles de Casas Ibáñez y a la que retrata el fotógrafo. El escritor continuó hacia Mahora, “un pueblo manchego clásico, con hermosas casas antiguas”. En la plaza dos hombres hablan y describe Pío Baroja: “Recorro las calles del pueblo y leo en las paredes varios letreros políticos. Los hay revolucionarios y conservadores, para todos los gustos. Uno ha puesto ”Viva el comunismo“. Otro: ”Votar a las izquierdas es votar a Casas Viejas. No votar“. Un monárquico ha escrito: ”Biba el clero y el rey XIII; avajo la República. No os fiéis, españoles“. Y un enemigo de éste ha completado la epigrafía con esta inscripción: ”Fuera esos escalabajos cavernícolas“. Tras la estampa del momento, el veterano autor vasco inicia una conversación con una joven que va a la fuente. Después de Mahora, chófer, fotógrafo y Baroja parten a Albacete, donde llegan al anochecer. Una de las casas hidalgas del municipio de Mahora En una nueva entrega del reportaje, publicado el 6 de abril de 1935, podemos leer: El combate de Villarrobledo . Pío Baroja cuenta que el general Gómez entró en Albacete el 16 de septiembre de 1836 y que huyeron del pueblo autoridades y particulares, además “se llevaron a varios albacetenses secuestrados para pedir rescate por ellos y algunos miles de duros de la caja de la administración del Canal”. Las tropas realistas comandadas por Alaix se aproximaban lo que provocó que el carlista se encaminara entonces hacia La Roda. Hasta allí llegó también Baroja. Detalla: “Está colocado en una extensa llanura sobre el declive de una pequeña colina. Se dedica principalmente a la exportación de granos, de ganado y azafrán”. En el centro de La Roda, el escritor entabló conversación con dos viejos y el Tío Cuco, “cara de zorro, malicioso y burlón”, sobre las actuales circunstancias de la vida que “se están poniendo muy malas”. A continuación, visitó la Posada del Sol e inició el camino hacia Villarrobledo. Posada del Sol de La Roda en el reportaje de Pío Baroja Por entonces, Villarrobledo ya era un municipio importante que había crecido desde que, en 1751, el Padre Francisco de la Cavallería y Portillo lo hubiera descrito así en su historia de la villa. Lo adaptamos al castellano de hoy: “Está colocada en el medio de la Mancha, en Castilla la Nueva, en el Reyno de Toledo. Goza de aires muy puros y favorables a la salud; por lo que se han experimentado raras veces enfermedades epidémicas. Sus habitadores, por lo común, gozan de robustas complexiones. Tiene abundantes vegas de tierra de pan llevar, y de mucha substancia, en las cuales, si los años vienen razonablemente lluviosos, se coge una gran copia de Trigo, Cebada, Centeno, y de todas las demás semillas”. A este Villarrobledo, de “anciana antigüedad”, llegó Pío Baroja para reconstruir la famosa batalla de la primera guerra carlista. Sus primeras letras dicen tal cual: “De lejos es de poco carácter, sin silueta. Hay pequeñas industrias y mucho comercio. Llegamos a la plaza, a uno de cuyos lados se levanta una iglesia grande, de estilo mixto y confuso. Es la hora del mercado. La gente curiosea, charla y toma el sol”. Para obtener más información, el escritor habla con un funcionario del ayuntamiento, conocido como Bravo, y le cuenta que la batalla entre Gómez y Alaix comenzó en el campo de San Cristóbal, donde aún existía un torreón ruinoso. Hasta aquel sitio se desplazó Baroja y es allí donde Marina le hizo la única foto que se conserva del escritor en tierras de Albacete. La Roda en el reportaje de Pío Baroja Viajamos ahora a Villarrobledo. Otoño de 1836. Las tropas de Gómez han engordado con la presencia de carlistas procedentes de las filas de Cabrera y Quílez el Serrador. En aquellos días, la moral es alta entre los que defienden a Carlos María Isidro de Borbón como legítimo heredero al trono español. Piensan que llegarán victoriosos hasta Madrid. Mientras tanto, Alaix y Diego de León, del ejército realista, han unido sus fuerzas para dar un golpe letal. Gómez acampa a su milicia en la parte baja del pueblo y se echa a dormir. Sin embargo, Cabrera tiene un mal presentimiento y tras su fracaso en Requena, prevé otro descalabro. A medianoche, envía a uno de sus ayudantes a merodear la zona y entre la niebla, cerca de El Provencio, atisba al ejército de Alaix. Regresa con la noticia y tratan de avisar a Gómez. Pero el general duerme y ha dado orden de que nadie le moleste. Al alba comienzan a sonar en el pueblo los toques de corneta y se oyen tiros por todas partes. Con muchos menos hombres, Alaix, auxiliado por Diego de León, ha conseguido rodear el pueblo por sorpresa. Las fuerzas carlistas quedan divididas y entonces se produce lo inevitable. La emboscada provoca la huida desesperada de los carlistas hacia Ossa de Montiel. Y el sueño de alcanzar Madrid se evapora para siempre. Unos días después, contaba la prensa que tras la batalla se habían hecho prisioneros a 1199 soldados y 63 oficiales. “Se asegura que la mayor parte de la gente que lleva consigo Gómez y otros cabecillas reunidos, lleva saragüelas con malos fusiles y escopetas. Con ellos hay más de mil clérigos y frailes con el trage de un ministerio, y muchos soldados de caballería van con burros”, publicaba Diario Constitucional de Palma de Mallorca , el 24 de octubre de 1836. En la misma crónica se hablaba del “brillante triunfo que las tropas leales han obtenido en las llanuras de Villarrobledo” y se lanzaba una premonición: “Su memoria se recordará siempre con entusiasmo por las generaciones venideras, y ocupará un lugar preferente en los fastos de las glorias castellanas”. Lo cierto es que un siglo después, cuando Pío Baroja recorrió estos dominios, apenas encontró a nadie que conservara conocimiento de los hechos. Carboneros en Ruidera, fotografía incluida en el reportaje Atrás quedó la batalla y el escritor continuó su ruta hacia Ossa de Montiel. “Pueblo cuyas atracciones turísticas son hallarse cerca de las lagunas de Ruidera y de la Cueva de Montesinos”, escribió Baroja. Allá preguntó en la botica y le remitieron a una anciana que sabía cosas antiguas. Don Pío la escuchó, anotó sus recuerdos y reanudó el viaje. Cerca de Ruidera encontró a un grupo de carboneros construyendo un horno. Y el día y su paso por la provincia de Albacete fueron acabando. Ya en una fonda de Manzanares, Baroja despide así esta crónica: “Me choca el contraste del aire sexual de una francesa, con sus faldas cortas y su coquetería exasperada, y el tipo monjil, pálido y apagado de la muchacha del país que sirve la mesa”. Aquel escritor, hosco e insociable, encontró en el viaje por España una forma de sacudirse esa melancolía perpetua pegada siempre a sus ropas o quizá, tan solo afiló más la convicción de que algo se venía abajo irremediablemente. Y que tal vez, dentro de cien años, ya nadie recordaría.