En lo tocante a la tauromaquia tengo el corazón partido, como Alejandro Sanz. Por una parte, me parecen que están llenas de una liturgia formidable, pero, por otro, la muerte del toro y su sufrimiento para divertimento del ser humano son acciones repulsivas. Es por eso que las lidias tradicionales portuguesas, en las que el astado no fallece y regresa a la dehesa, despiertan poderosamente mi interés.