Meninas y lamines

Quizá uno sea menos convencional en sus lecturas, pero en cuanto a la pintura, aunque esté abierto a muchas corrientes pictóricas, sigo teniendo, como tantísimos millones, esa obra universal en el cabecero: hay que postrarse ante ‘Las Meninas’, la única parada obligatoria que hago cada vez que visito el Prado -hay que aprovechar ahora para contemplar la magnífica exposición del Veronese-. Velázquez logró pintar los intersticios del aire, y el mayor halago a esta creación artística es la que le dedicó el poeta y dramaturgo francés Theophile Gautier, que al observarla, frente a frente por primera vez, exclamó atónito: "¿Dónde está el cuadro?". ‘Las Meninas’ no es solo una lección magistral de la perspectiva aérea, sino una disección de la corte de los Austrias; esa emulación que, con una rutilancia poligonera, ha realizado Lamine Yamal. Y al igual que ese hito velazqueño no sería el mismo sin la presencia de Mari Bárbola y Nicolasito Pertusato, en su fiesta de mayoría de edad el futbolista llenó su corte celestial de personas con acondroplasia, el bufoneo de la estatura y la licencia de las verdades del barquero, en esa ‘party’ de narcisismo y adulación. La temática de su puesta de largo fue la mafia, calabrotes de varios quilates colgados al cuello, exaltación cani y menos chunga, si quieren, que aquella fiesta en la que el príncipe Harry se disfrazó de nazi, que éste sí que exuda sangre real.