El Liceu acoge el estreno mundial de esta ópera del veterano compositor catalán, que además la dirige a sus 88 años, en las dos únicas sesiones programadas, con un ovación final del público Almodóvar, Ana Belén, Serrat y varios exministros piden la continuidad del Gobierno y reclaman medidas contra la corrupción La segunda y última –por el momento– representación de la ópera Benjamin a Portbou ayer en el Gran Teatre del Liceu, compuesta por Antoni Ros-Marbà con libreto de Antonhy Madigan, se saltó con tibios aplausos al final del primer acto, pero sonada y sentida aclamación al término de la obra, tras su magnífico cierre a nivel tanto escénico como musical. Tas 15 años de espera, Ros-Marbà pudo, entre el sábado y ayer, finalmente ver estrenada la única ópera que ha compuesto hasta la fecha. Y lo hizo con el privilegio de poder dirigirla en uno de los teatros más importantes en su trayectoria musical. La representación desveló, además de la buena forma del maestro a la batuta a sus 88 años, la calidad de la composición musical de Benjamin a Portbou , con un estilo claramente expresionista y con asentamiento en la dodecafonía, pero con aromas mahlerianos y stravinskianos, en el mejor sentido, que la hacen rítmica y sugerente. Acaso del conjunto se pueda echar de menos una melodía que recordar, ese punto álgido musical que suele ser la marca de aguas de una ópera. Por otro lado los textos cantados, en realidad recitados musicales exentos de lírica ( sprechgesang ), y por supuesto de arias, abordan un discurso áspero y difícil: no hablan de amor ni desamor, de abusos o épicas nacionalistas, sino de la complejidad intelectual de un pensador como Walter Benjamin, y cómo esta, y su compromiso con la democracia, le lleva a suicidarse en 1940 en Portbou, frontera entre España y Francia, en su huida del terror nazi. Esta circunstancia hace necesario tener un poco de conocimiento de fondo sobre la vida del filosofo para poder seguir la obra y disfrutar de su música sin perderse en la lectura continua de los paneles de traducción, dado que se trata de una ópera en inglés. Gran trabajo escenográfico y de iluminación Pero a pesar de estos detalles, en general Benjamin a Portbou resulta una obra hermosa y notable, ayudada sin duda de la excelente dirección de escena para la ocasión de Anna Ponces y del magnífico trabajo de iluminación de Playmodes Studio y Andreu Fàbregas. Tanto Ponces como la gente de Playmodes Studio se apañan a las mil maravillas con recursos minimalistas y austeros, pero cargados de simbolismo, en una ambientación de corte expresionista que recuerda todo el tiempo las películas mudas de Murnau, Lang o Dreyer. Para conseguir esta fascinante atmósfera, son imprescindibles las decenas de tubos LED pegados a la pared del fondo del escenario, que giran sobre sí mismos y cambian de color para simbolizar el paso de una escena a otra dentro de cada acto. El tenor Peter Tantsits en 'Benajmin a Portbou', de Antoni Ros-Marbà. En el apartado interpretativo, sin duda destaca el tenor estadounidense Peter Stantsits en su papel de Walter Benjamin. Para empezar porque el parecido entre el cantante una vez arreglado y el filósofo es asombroso, reforzando la impresión de que es el propìo Benjamin quien está subido a la tarima. Pero sobre todo por el dominio que demuestra tanto del recitado lírico como de la dramatización que exige el personaje. Junto a él, cabe destacar el buen trabajo de Elena Copons (soprano) y Laura Vila (mezzo), como su amante Asja Lacis y su esposa Dora Pollak. Serena Sáez (soprano) también está excelente como Angel Novus, un personaje que simboliza la menguante esperanza en la vida de Benjamin y que canta la mayor parte del tiempo colgada de un cable. Otros intérpretes son Joan Martín-Royo como Gerhard Scholem, Marta Valero como Hannah Arendt, David Alegret como Bertorld Brecht, Ruth González como el hijo de Benjamin, Bea Segura como Lisa Fitkko, que ayuda a escapar al protagonista, o Lluís Marqués como el jorobado que simboliza la muerte. A ellos hay que sumar el coro del Liceu, que si bien apenas tiene protagonismo lírico, si adquiere importancia interpretativa como multitud de migrantes que acompaña a Benjamin en su camino a la frontera española. Una doble historia de esperanza y desesperanza Benjamin a Portbou es una ópera que recoge dos historias divergentes a su alrededor: la de su creador y la de su protagonista. El primero es el veterano compositor y director de orquesta Antoni Ros-Marbà (L'Hospitalet de Llobregat, 1937), que a sus 88 años ha podido por fin no solo verla estrenada mundialmente, sino adicionalmente dirigirla en sus dos únicas funciones, en las que el maestro –que musicó un libreto del actor y profesor de canto Tony Madigan– demostró estar todavía en plenas facultades conductoras y compositivas. Fragmento de la ópera 'Benjamin a Portbou', de Antoni Ros-Marbà. Pero si bien Benjamin a Portbou estuvo terminada para 2015, Ros-Marbà tuvo que armarse de paciencia –con pandemia de por medio–para poder verla estrenada y con la esperanza de poder dirigirla, en una carrera contrarreloj contra la edad que ha terminado por ganar el músico. En una situación similar se vio el protagonista de esta ópera, el legendario pensador Walter Benjamin, alemán, judío y marxista heterodoxo que en su huida de los nazis, que acababan de tomar París en 1940, se topó con las fronteras del régimen franquista en el pueblo ampurdanés de Portbou (Girona), donde fue detenido por no tener los papeles en regla, en concreto por tener un visado de salida de Francia expedido por el gobierno libre en Marsella. Recluido en un hotel de la villa, Benjamin, para quién también el tiempo constituía un apremio vital –si bien más acuciante que el del maestro Ros-Marbà– cayó en la desesperanza y, al parecer, se suicidó ingiriendo dos pastillas de morfina. Días después, el gobierno franquista levantaba el veto a los visados de Marsella. Benjamin, enfermo y cansado, no había tenido paciencia y a los 48 años, el 26 de septiembre de 1940 moría en una frontera de sur de Europa, similar a las que hoy en día retienen a tantos migrantes en su camino a una vida mejor. Fragmento de la ópera 'Benjamin a Portbou', de Antoni Ros-Marbà. Hoy en día, una escultura del artista israelí Dani Karavan nos recuerda en Portbou que en esa divisoria entre España y Francia falleció el filósofo, uno de los más importantes del siglo XX, que forjó algunas de las teorías –como la del “aura de la obra de arte”– más importantes para comprender lo que es la modernidad capitalista. Se da la circunstancia de que, a menos de 30 kilómetros al norte de Portbou, en el pueblo catalano-francés de Colliure, se encuentra la tumba de otro intelectual víctima del fascismo y las barreras: Antonio Machado. El poeta sí pudo cruzar la frontera, pero también enfermo y desesperanzado, murió a los pocos días en esta localidad costera del sur de Francia. Muerte en la frontera de un gigante del pensamiento Esta es la base de partida Benjamin a Portbou , la muerte en la aduana del intelectual libre en su huida desesperada hacia Estados Unidos vía Lisboa, pero a partir de este trágico hecho, tanto el libreto de Madison como la música de Ros-Marbà vuelan en flashes en forma de escenas encadenadas –y divididas en dos actos– al pasado del pensador en un intento de reconstruir su vida adulta y las circunstancias que le condujeron a un trágico final. Nos muestra así el texto de Madison, que recogió numerosas citas de los escritos de Benjamin para dar letra a las canciones que Ros-Marbà componía, a un intelectual complejo y de enorme talento, obsesivo e insaciable en su curiosidad, pero desordenado y voluble con las pasiones de la vida. Una volubilidad intelectual que en su día muchos interpretaron como falta de compromiso –tal es el caso de los filósofos Gershom Gerhard Scholem o Hannah Arendt en la obra– pero que la perspectiva histórica muestra como independencia de pensamiento respecto a la ortodoxia de las distintas corrientes y escuelas. El personaje del Angel Novus en la escena final de la ópera 'Benjamin a Portbou', de Antoni Ros-Marbà. En efecto, Benjamin teorizó sobre el arte sin ser historiador; se interesó por la mística judía sin llegar a considerarse religioso; simpatizó con el incipiente sionismo sin ser políticamente sionista; se entusiasmó con el marxismo sin llegar nunca a comprometerse con esta ideología; colaboró profusamente para la escuela de Frankfurt sin llegar nunca a pertenecer a ella. Y fue siempre un gran crítico del nazismo desde antes de su llegada al poder, previendo en sus escritos los desastres que acarrearía. Esta independencia algo desorganizada, junto a una complicada vida sentimental que le lleva a la ruptura de su matrimonio al conocer a la directora de teatro letona Anja Lācis, con la que se escapa al Moscú soviético –en una experiencia que terminó por decepcionarle–, son los materiales argumentales de la ópera de Ros-Marbà. Un argumento que en estos momentos de nuevo auge del pensamiento autoritario, xenófobo y reaccionario, puede perfectamente trasladarse a la vida de muchas de las personas migrantes y refugiadas que se agolpan día a día en las fronteras de toda Europa.