La figura de la empresaria y estrella de la televisión estadounidense, que erigió su imperio como pionera prescriptora de estilo de vida, resurge como modelo aspiracional en un Internet donde proliferan los contenidos de vida doméstica conservadores Cómo la píldora anticonceptiva se ha convertido en la última herramienta de desinformación ultraconservadora “No estamos en el verano de las chicas sexys, estamos viviendo el Martha Stewart Summer ”, escribe Presley, una creadora de contenido en TikTok, en un vídeo en el que se la ve cuidando de su jardín y recogiendo flores. Si en ese vídeo presume de estar “creando un jardín del que Martha Stewart se sentiría orgullosa ”, en otro, que acumula casi 200.000 visualizaciones, enseña cómo es tener grandma hobbies (aficiones de abuela, en castellano) en su veintena. Cocinar, coser, decorar tu hogar con manualidades o cuidar de las gallinas son algunos de los clips que aparecen en el vídeo. Todos ellos con una estética cuidada en un entorno rural campestre que se presenta como idílico. Lexie, otra creadora de contenido que está “transformando su vida en una vida al estilo de Martha Stewart”, muestra cómo llena su cocina de nuevos accesorios hasta darle un cambio completo de imagen, y cómo eso le ha hecho “amar su cocina y querer pasar más tiempo en ella”. Mientras que Katie Marie, una artista de acuarela que publica en TikTok, aparece dibujando en su casa, en un vídeo en el que todo combina —la decoración, las acuarelas y su propia ropa— y en el que asegura que la lección vital que ha aprendido de Martha Stewart es que “el único ingrediente esencial para triunfar es la pasión”. Estos vídeos, publicados en estas últimas semanas, bien podrían ser estampas de los muchos libros que publicó la empresaria estadounidense Martha Stewart durante los años ochenta y noventa. Una mujer blanca de clase media que se hizo multimillonaria y se convirtió en un icono cultural al ser la primera persona en ver el potencial de hacer negocio de su vida personal, algo por lo que hoy es conocida como “la primera influencer ”. Stewart, que es un ejemplo del modelo neoliberal de mujer empoderada “hecha a sí misma”, y que no ha estado exenta de polémicas en su vida, es recuperada hoy por la generación Z como un modelo aspiracional. Pero, ¿qué quiere decir esta recuperación de la figura de Stewart? ¿Y por qué hay chicas jóvenes que desean vivir un Martha Stewart Summer ? Del brat summer al verano Martha Stewart Si el verano pasado se popularizó la estética brat a raíz del nuevo disco de la cantante Charlie xcx —un estilo de vida y un tipo de feminidad caótica, desenfadada, rebelde, sexy, segura de sí misma y que no le importa nada—, este verano parece que está marcado por la estética campestre inspirada en Martha Stewart. Numerosas jóvenes están apareciendo en TikTok en casas decoradas en tonos beige y pastel, llenas de flores, con jardines impecablemente cuidados de los que recogen verduras y frutas que, más tarde, utilizan para hornear tartas. La estetización de este estilo de vida no supone una novedad, sino más bien una continuación de otras tendencias que han surgido en los últimos años: la estética cottagecore , que celebra un regreso idealizado de las mujeres a los oficios y habilidades tradicionalmente asociadas a lo femenino; la tendencia #stayathomegirlfriend, donde se performa una vida doméstica hiperfeminizada, pulida y cuidadosamente “curada”, en la que mujeres jóvenes —normalmente heterosexuales, sin hijos, de clase media-alta y con una pareja masculina que las mantiene económicamente— documentan su día a día en casa; o las tradwives (abreviatura de “esposas tradicionales” en inglés), en la que una comunidad digital de mujeres promueve un ideal de feminidad basado en los roles tradicionales de género, en el que el hombre provee y la mujer debe comportarse como una madre y esposa entregada y devota. Todas estas tendencias, aunque diferentes, están enmarcadas dentro del mismo universo estético, y comparten un subtexto político conservador a través del cual se busca devolver a la mujer al hogar. El modelo individualista de mujer exitosa que encarnaba Stewart promovía una versión conservadora del feminismo. En su artículo Mrs Hinch, el auge de las cleanfluencers y la reformulación neoliberal del trabajo doméstico: ¿Fregando la crisis?, las investigadoras Emma Casey y Jo Litter reflexionan sobre el auge de este tipo de contenido en relación a una incomodidad y frustración persistentes en la sociedad contemporánea. Cuando habitas un contexto sociopolítico y económico convulso, el regreso al hogar —el espacio personal— se percibe como el único lugar que proporciona una sensación de orden y control. Sin embargo, en esta estetización y romantización de la domesticidad, el modelo de mujer que es representada se encuentra bajo unos parámetros muy determinados, aquellos que delimitan a la “buena mujer”: la que encaja dentro de los cánones hegemónicos de belleza, viste con tonos neutros y no llama demasiado la atención. La hiperfeminidad llamativa, ruidosa y deseante —aquella que se asocia a la sexualidad visible, al cuerpo exuberante o a lo provocador— desborda estos límites y resulta incómoda en este marco estético. Es percibida como excesiva, inapropiada y, por tanto, amenazante. En contraste, lo que se celebra es una feminidad contenida, suave y agradable de mirar. Todo debe ser pulcro, “curado”, emocionalmente estable y visualmente armonioso. Esta presentación idealizada erige lo que Isabel Sykes, investigadora en Ciencias y Políticas y Sociales de la Brunel University of London, ha denominado una “feminidad mágica del trabajo doméstico”, es decir, aquella que resulta agradable de ver para el espectador. Un tipo de feminidad que casi siempre es performada por un reducido porcentaje de mujeres occidentales blancas de clase alta privilegiada que vende un estilo de vida inalcanzable para la mayoría de mujeres, especialmente las que no cuentan con capital económico. Estas narrativas de la domesticidad —altamente privilegiadas y poco realistas— “replican a menudo una división histórica del trabajo doméstico: por un lado, las labores estéticas y feminizadas del homemaking (las que sí aparecen en redes sociales) y, por otro, el llamado 'trabajo sucio' de las tareas menos agradables o visualmente atractivas del hogar, que rara vez se muestran”, explica Sykes, quien también es autora del artículo De la girlboss a la #stayathomegirlfriend: la romantización del trabajo doméstico en TikTok . En esta dicotomía, las actividades que resultan indeseables, es decir, aquellas que sostienen verdaderamente un hogar y a las personas que en él habitan, son invisibilizadas. Por lo tanto, esta romantización de la domesticidad mediada por las redes sociales “refleja y perpetúa la negación del trabajo de reproducción social realizado por las mujeres y oculta la realidad turbulenta de la vida doméstica, directamente relacionada con lo que se conoce como 'crisis de los cuidados”, asegura Sykes. Esta crisis alude al colapso de los sistemas que aseguran la vida cotidiana y el bienestar humano, que, en la mayoría de ocasiones, acaba siendo sostenido por mujeres racializadas y de clase trabajadora en condiciones de precariedad. Una realidad doméstica muy diferente a la que siempre ha representado Martha Stewart: estetizada, blanca, ordenada y rentable. Y cuya imagen pública —construida sobre la monetización de la vida privada— la ha convertido en el modelo aspiracional de una figura híbrida: la girlboss doméstica. La girlboss doméstica Aunque el término girlboss no existía cuando Martha Stewart alcanzó la cima de su fama en los años noventa, su figura anticipó muchas de las lógicas que más tarde definirían ese modelo de empoderamiento femenino neoliberal. En su documental Soy Martha Stewart , estrenado en Netflix en 2024, la empresaria habla de cómo se concebía a sí misma como una “feminista moderna” que podía tenerlo todo: un hogar perfecto, una imagen cuidada y un negocio propio. El modelo individualista de mujer exitosa que encarnaba Stewart promovía una versión conservadora del feminismo, en la que el empoderamiento no pasaba por romper con los valores tradicionales, sino por dominarlos desde dentro. “El feminismo conservador juega a la ambigüedad y defiende que si tu marido te engaña, lo dejes. Forma parte del ideario conservador porque no estás en la relación perfecta heterosexual. No solo está basado en los roles de género más tradicionalistas, sino en cierta igualdad, en que el hombre sea complementario a ti, en que tú seas complementaria al hombre, que haya amor, que haya respeto mutuo”, explica Silvia Díaz Fernández, investigadora en género y política en la Universidad Complutense de Madrid. Todas estas actividades tienen un subtexto político de aislar a las mujeres en sus casas, de que no formen tejido social, de que no formen amistades, de que no compartan experiencias y de que no hablen entre sí Silvia Díaz Fernández — investigadora en género y política en la Universidad Complutense de Madrid El atractivo de Stewart residía en que no necesitó a una figura masculina para alcanzar el éxito: lo hizo por sí misma, y lo hizo desde el hogar. Transformó el espacio doméstico —tradicionalmente asociado a la sumisión femenina— en una plataforma de autonomía y autoridad. Tal y como se afirma en su documental: “Los sueños y los miedos sobre los que Martha Stewart se erige no son los de la domesticidad femenina, sino los del empoderamiento. Es la mujer que se sienta y discute con los hombres sin tener que quitarse el delantal”. Este modelo de empoderamiento no solo está profundamente imbricado con los valores del feminismo conservador, sino también con una lógica de hiperconsumo individualista que la convierte en la precursora de la influencer contemporánea. El hogar no es solo el refugio, sino el escenario de una constante optimización estética que no se alcanza de cualquier forma, sino a cambio de una constante inversión económica —con objetos de diseño de alto valor— y de tiempo, ya que el “hogar ideal” no se construye en pocas horas. Y esa optimización, como recuerda Díaz Fernández, está atravesada por una forma muy concreta de soledad: “Todas estas actividades tienen un subtexto político de aislar a las mujeres en sus casas, de que no formen tejido social, de que no formen amistades, de que no compartan experiencias y de que no hablen entre sí”. La investigadora es consciente de que, hoy en día, existe una intención política feminista por revalorizar estas actividades que vimos hacer a nuestras abuelas, y que hay mujeres que se reúnen para practicarlas, pero en trends como el de Martha Stewart “se presentan como algo que forma parte de un proyecto personal de mejora que no tiene nada que ver con la comunidad, sino con pensarse a una misma como mujer, y ver qué puedes hacer para ser mejor”, explica. Lejos de fomentar vínculos, amistades o redes de apoyo entre mujeres, muchas de estas prácticas fomentan una lógica de introspección permanente que, bajo el disfraz del self-care , funciona como una forma de desmovilización. De esta forma, y ante el panorama de creciente cansancio provocado por la incertidumbre política y económica, tiene sentido que la figura de Stewart, —a menudo leída como “apolítica”, aunque atravesada por una ideología concreta— resurja con fuerza. Incluso su paso por prisión —por un caso de fraude financiero en 2004— ha sido absorbido por el relato del éxito individual: una caída seguida de redención que refuerza su imagen de mujer “hecha a sí misma”. Quizá por eso su éxito resulta tan contundente: porque ofrece una respuesta estética, privada e individual a malestares profundamente políticos.