Más asombrar

El símbolo es una «hormona del sentido» apuntaba con carga poética el epistemólogo, filósofo, escritor, poeta y dramaturgo francés Gastón Bachelard. La sombra se configura en símbolo y también es, bien saben, un fenómeno habitual canalizado por fundamentos consustanciales de la física más básica. Según un manual de disciplina científica de la óptica, la sombra se percibe como «la proyección oscura que un cuerpo lanza en dirección opuesta a aquella por donde recibe la luz». En el análisis de la condición simbólica de la sombra, en una primera visión se emplea como equivalente de oscuridad, de tenebrosidad; se vincula a los matices más peculiares de ésta: malicia, incultura. No obstante, la sombra posee denotaciones relacionadas con lo anímico: la sombra como alma preserva la entidad del ser. Hay otra alegoría de la sombra en el orbe occidental: la privación de la realidad; la degeneración de la existencia, como nos advierte Platón en su Mito de la Caverna en el cual nos muestra a unos entes aferrados a una realidad que eran únicamente sombras. Una situación distópica para reflexionar sobre el presente venidero. La ausencia de la realidad parece una constante en esta ciudad. El terral, invitado incondicional a Málaga, nos alerta, nuevamente, de la deficiente población de árboles en la urbe: tan sólo es del 15,75 %; esto es, que tiene la mitad de arbolado imprescindible para contender con estas prominentes temperaturas en esta «isla de calor» en la que se ha convertido la capital del sol. La carencia de árboles que generen sombra impide que el casco urbano se transforme en un «refugio climático» donde poder hallar placidez durante estos períodos de bochorno extremo. Más árboles, más sombras. Más asombrar.