Los psicólogos coinciden en que ver vegetación contribuye al bienestar mental, a reducir el estrés y a mejorar nuestra calidad de vida. Cualquier cordobés que viva con vistas a la sierra sabe lo que es amanecer y contemplar en el horizonte uno de esos tesoros naturales espectacularmente bien conservados a pesar de estar a un paso de una ciudad de más de 320.000 habitantes. Hasta hace 20 años siempre se decía que Córdoba tenía una asignatura pendiente con el Guadalquivir, que era una ciudad que vivía de espaldas a su río. Pero yo siempre he pensado que a quien la ciudad daba la espalda era a su sierra, un tremendo monumento natural que no está ni declarado como parque, aunque sí protegido, de la que siempre ha vivido y donde sigue haciéndolo. El incendio de este martes le acaba de dar un mordisco a un lugar especialmente sensible y bonito, a un espacio (el Patriarca) que se conservó gracias a la lucha ecologista (al César lo que es del César) y que se ha librado del urbanismo salvaje que subía hacia arriba que se las pelaba. Un espacio que ha vuelto a ponerse en valor tras la rehabilitación de la Cuesta del Reventón, una subida repleta de gente a diario, un balcón en el que ahora nos asomaremos y veremos un presente muy negro. La sierra de Córdoba es muy sensible. Tanto que solo faltó que a alguien se le escapara una colilla, que saltara una chispa de un coche o que un incendiario hiciese el mal para hundirnos en la depresión de haber maltratado nuestro horizonte, nuestras vistas placenteras, nuestros árboles y animales. Y a nuestros vecinos. Aún así ha sido el mejor peor incendio. La madrugada ha sido durísima para las miles de personas que viven en Trassierra y las parcelaciones de la sierra, que temían no solo por el bosque sino incluso por su vida. Sabemos que el peor incendio posible sería allí, un lugar que a día de hoy carece de un plan de evacuación. Y que menos mal que se dispone de medios de pronto auxilio, de vecinos concienciados y de un plan Infoca cercano. Como siempre, no nos acordamos de lo que tenemos hasta que lo perdemos. Y quizás no valoramos lo suficiente lo sensible que es y lo rápido que se puede acabar perdiendo. Cualquier campaña para la lucha contra el fuego es poca. Y cualquier medida que se ponga en marcha para proteger nuestra sierra, que es de todos y que será de nuestros descendientes, siempre se va a quedar corta. Por eso urge. Ya nos han dado un bocado negro a nuestra sierra. No esperemos a una desgracia aún mayor.