Cuando era niña, Golshifteh Farahani fue testigo de cómo los sicarios del régimen de los Ayatolás quemaban libros en las calles de Teherán, Irán. "Mi padre tenía una biblioteca llena de obras prohibidas por los mulás, novelas extranjeras y ensayos políticos como los de Karl Marx; y yo, con 12 años, pude leer la versión íntegra de ‘Cien años de soledad’”, recuerda asimismo. "Los tiranos son muy proclives a quemar literatura, porque entienden que una población que no lee es una población dócil”.