Justo hace ahora treinta años que viví mi último Festival de la Guitarra como director de este evento y del Gran Teatro. Pronto, hará treinta años que vivo fuera de Córdoba. Ahora bien, mi separación de la ciudad y de su Teatro ha sido solo geográfica: porque Córdoba ha seguido habitando en el centro de mi corazón. Por eso, durante todo este tiempo he permanecido –en la distancia- atento al día a día de mi ciudad y, de manera especial, a lo que, en ella, ha ido aconteciendo en el ámbito cultural. No creo extralimitarme si afirmo que el actual panorama municipal de artes escénicas y musicales se pergeñó –en sus líneas maestras, en su mapa de infraestructuras y recursos, en sus grandes proyectos— en los años en que Herminio Trigo fue alcalde de Córdoba: acciones propiciadas entonces como la reinauguración del Gran Teatro, el inicio de la remodelación del Teatro de la Axerquía y de la municipalización del Góngora; la creación de la Orquesta de Córdoba, el rediseño expansivo del Festival de la Guitarra y del Concurso Nacional de Arte Flamenco o la puesta en marcha de la Temporada Lírica y la producción propia siguen conformando el paisaje escénico-musical cordobés. Por encima de la complacencia que pudiera sentir –como parte implicada en aquel proceso creativo— por la permanencia de un modelo que sobrevive después de varias décadas, lo que se ha ido instalando en mí ha sido un paulatino desasosiego, como consecuencia de la devaluación del original, de la falta de impulso público, de revisión y actualización de sus objetivos: de la incapacidad, en fin, de dar renovada respuesta a las exigencias del mundo actual, tan distintas a las de entonces. Leo el balance oficial del Festival de la Guitarra: el 70 % de los asistentes han sido espectadores del Teatro de la Axerquía, donde han actuado grupos como No me pises que llevo chanclas; mientras que el Programa Formativo ha concitado el interés de menos de un centenar de alumnos. Leo también que se pretende que el Festival siga coexistiendo, en julio, con otros dos eventos privados de conciertos: Los Califas Fest y el Córdoba Live. Sinceramente, creo que se yerra el paso: tanto en su planteamiento y dimensionamiento actual como en compartir (y competir en) circuitos con convocatorias que nada tienen que ver con un festival de naturaleza cultural y de gestión pública. De ahí que defienda que el Festival de la Guitarra necesita urgentemente volver a sus esencias como servicio público, actualizarse y reubicarse en el calendario anual; al tiempo que debe favorecer la complementariedad con iniciativas comerciales como las referidas y promover sinergias con el tejido productivo de la ciudad vinculado a la proyección exterior de Córdoba. Hace ya bastante tiempo que otro gran evento local, el Concurso Nacional, perdió el lugar de privilegio que había ocupado en el panorama flamenco hasta los años noventa. De ahí que repensar el sentido y la necesidad de este certamen competitivo (que se ha mantenido prácticamente inmutable en su concepto durante casi setenta años) y reconvertirlo en un proyecto capaz de concitar el interés artístico de la profesión y de los medios de comunicación nacionales es del todo necesario. Fue a comienzos de los noventa del pasado siglo cuando se dotó a Córdoba de los instrumentos y soportes pertinentes para la puesta en marcha de un proyecto lírico-musical innovador y pionero en Andalucía: creación de la Orquesta de Córdoba y del Coro de Ópera; puesta en marcha de una temporada de ópera y zarzuela (complementaria a la de conciertos) con varios títulos anuales, que incorporaba la producción propia como seña de identidad. Hoy, la Orquesta desarrolla su (muy buen) trabajo sufriendo los embates de la insuficiente dotación económica y humana; y la inexistencia de una sede propia, tan reclamada como necesaria. La oferta lírico-escénica, en fin, se ha reducido a un único título anual: raquítica e insuficiente, a todas luces. Y, entre tanta hoja caduca, un brote verde nacido en 2002: el Festival de piano Rafael Orozco, que rinde merecido tributo al gran intérprete cordobés y que sitúa a Córdoba como una referencia nacional en el ámbito pianístico. El IMAE (actual ente gestor de los teatros municipales y de sus proyectos más emblemáticos) necesita asimismo de una reforma en profundidad, de una nueva figura jurídica ágil y eficiente y de un redimensionamiento de sus recursos humanos y técnicos que (más allá del incansable esfuerzo del conjunto de sus trabajadores) le permita convertirse en un auténtico órgano gestor del proyecto escénico-musical de la ciudad. Que el IMAE haya generado en los últimos años un remanente de tesorería (presupuesto no gastado) de más de dos millones de euros (trescientos mil de los cuales, por cierto, han ido este año a subvencionar el Córdoba Live) resulta, cuanto menos, paradójico. Me gustaría que mi reflexión se entendiese correctamente: ni quiero dar lecciones de gestión a nadie ni, menos, buscar responsabilidades políticas en una u otra dirección: baste recordar que el deterioro al que me he referido viene de lejos y que, durante las últimas décadas, Córdoba ha sido gobernada por opciones políticas de distinto signo. Mi pretensión es hacer una llamada cordial a la inaplazable necesidad que tiene el Ayuntamiento de sacar del arca donde envejece un proyecto lírico-musical que, en su generalidad, es rutina para Córdoba y que ha dejado de interesar allende nuestras fronteras: de tener valor, por tanto. En mi opinión, la Córdoba de hoy necesita que, desde la voluntad institucional, se recree su –antaño- pujante propuesta lírico-musical y se reinvente como un proyecto público de ciudad unificado y vertebrador –el cual, dada su necesaria transversalidad, podría estar adscrito al área de Alcaldía--; que esté concebido no solo como una herramienta capital para el desarrollo cultural de nuestros conciudadanos, sino también –y muy especialmente— como una plataforma de prestigio que contribuya a una genuina promoción exterior Córdoba, donde la excelencia, la singularidad y la originalidad marquen la diferencia identitaria frente al común de las ofertas clónicas y deslocalizadoras promovidas, con afán exclusivamente consumista, por el neoliberalismo capitalista. Paco López es exdirector del Gran Teatro, impulsor de la Orquesta de Córdoba, y exdirector general de la Fundación Teatro Villamarta