Lo que se está desvelando estos días sobre las presuntas actividades del exministro Cristóbal Montoro es muy grave. Gravísimo. Quizás el caso de corrupción más repudiable, de confirmarse, porque no se limita solo al cobro de comisiones a cambio de favores político-económicos sino que llega hasta el extremo de haber modificado leyes para beneficiar a determinados sectores o empresas que previamente hubieran pagado la mordida exigida. La caja para el desembolso habría sido un despacho fundado por el propio Montoro y del que los investigadores dudan que estuviera realmente desvinculado cuando fue titular de Hacienda en el Gobierno de Mariano Rajoy. A esas acusaciones se suma la de la utilización de la Agencia Tributaria como instrumento de amenaza y castigo a enemigos internos y externos, entre ellos unas docenas de periodistas, que afilan sus navajas, metafóricamente, para la venganza.