‘Condenados’, un asfixiante thriller carcelario sobre el rencor y los abusos de poder

Tener un high concept potente , y que cualquier espectador pueda describir fácilmente el argumento con un puñado de palabras, suele venir bien para que las producciones independientes prosperen, e incluso terminen accediendo a la comercialidad del boca oreja . Otros elementos como el escueto número de personajes o la inevitable teatralidad de solo contar con una localización pueden avalar la jugada, y aún así es curiosa la aspereza con la que The Guilty se revolvía, allá por 2018, contra estas posibles ventajas. Este pequeño film danés tuvo el suficiente rédito económico como para que tiempo después Jake Gyllenhaal protagonizara un remake para Netflix , y lo tuvo luego de que su director Gustav Möller se hubiera resistido, mientras le fuera posible, a ser demasiado efectista. The Guilty se reducía a un policía solo en su oficina, intentando resolver un secuestro mediante llamadas de teléfono. El interés de Möller no radicaba tanto en capturar la atención del espectador con giros chocantes —aunque algo de eso había, de lo contrario Hollywood no habría oído la llamada—, como en retratar al protagonista a través las briznas de pasado que insinuaran sus interacciones y, sobre todo, desde el espacio que le rodeaba . Esa lúgubre comisaría, que le aislaba y le separaba angustiosamente de quien debía salvar. La escritura de Möller (también la visual) coqueteaba con cierto determinismo; asumía que el atormentado protagonista estaba definido por los muros que le rodeaban , obrándose así un inesperado encaje en cierto cine social europeo. Es interesante tener esto en cuenta al acercarse a Condenados , el segundo largometraje de Möller como director, y descubrir en su argumento un cruce de dos películas de los 2000 adscritas a dicho cine: Red Road de la británica Andrea Arnold y El hijo de los belgas Jean-Luc y Pierre Dardenne . Con la primera comparte a una funcionaria estatal cuya impersonal labor de vigilancia es entorpecida cuando se topa con el responsable de una brutal pérdida familiar. Con la segunda a alguien que ha perdido a su hijo empezando a relacionarse con quien lo mató, sintiéndose confuso por cómo su juventud remite al vástago perdido y a una paternidad que, glups, resurge . Así que aquí tenemos a Eva ( Sidse Babette-Knudsen ), una funcionaria de prisiones que se topa con el ingreso en la cárcel del asesino de su hijo y, por tanto, con la repentina posibilidad de vengarse . El parentesco con la obra de Arnold y Dardenne bien puede ser casual. De hecho Möller reniega de un modismo característico de aquella tradición como fue el “plano desde la nuca” para enfatizar la subjetividad de los personajes: a él no le conviene por cuanto, al igual que en The Guilty , le importa que del espacio emane la psicología. Dentro de sus propósitos narrativos no debe emborronar el aire alrededor de los personajes ni dejar que su mirada lo focalice todo , en la medida que cree que la la relación ha de ser inversa: no definimos el paisaje, el paisaje nos define a nosotros . Ahora bien. Como a fin de cuentas su ritmo, la dicción de los diálogos, las interpretaciones oclusivas, poseen una frialdad semejante a la que recorre Red Road y El hijo , debe haber unas inquietudes comunes. Entonces reparamos en que Arnold y los Dardenne, a base de abrumar al espectador con este pasaje directo a las interioridades de sus personajes, estaban desafiando el determinismo que plantea Condenados desde su (oportuno) título en español : el camino está allanado para que la protagonista sucumba a su ansia vengativa y utilice el poder que tiene sobre el asesino de su hijo para torturarlo desde el amparo institucional . Pero, ¿lo hará? ¿El círculo de la violencia está condenado a proseguir? Red Road y El hijo , desde un aparato audiovisual que muy pronto se convertiría en fetiche académico , sostenían que siempre habría tiempo de cambiar de opinión. Nuestra subjetividad, caótica y expansiva, era capaz de propiciar un desvío . Y algo que Condenados contempla también. La diferencia es que no lo plantea únicamente desde la impulsividad última de los personajes, sino desde un caprichoso discurrir de la trama que replantea cada veinte minutos los términos de la relación entre el personaje de Babette-Knudsen y el agresivo prisionero que interpreta Sebastian Bull . Es por ello que los giros, al contrario que en The Guilty , no terminan de sentarle bien a los propósitos de Condenados . Pese a que la gran virtud de Möller vuelve a estar, desde luego, en cómo la construcción del espacio construye asimismo al personaje central , respaldado en los primeros minutos con un lánguido repaso del día a día de Eva. Con esa actitud marcial, distante y ecuánime, Eva deviene representante de la institución penitenciaria y de las propiedades que le exigimos como ciudadanos. Cuando esa distancia es comprometida al reencontrarse con quien la ha agraviado de forma personal, el cuerpo de Eva refleja cómo no es solo que la institución penitenciaria pueda favorecer el abuso, sino que el abuso forma parte intrínseca de la institución . A través de Eva —un personaje cuyos dilemas no podemos sino entender a la perfección—, Möller parece coquetear con los pensamientos de Michel Foucault sobre la opresión socialmente aceptada del entorno penal —derramados en el ensayo Vigilar y castigar de 1975—, y coreografía de forma impecable las transgresiones que efectúa Eva contra el prisionero. El problema es que la seguridad del guion en sí mismo no dura más allá de la mitad de la película , transcurrida la cual Möller propone que dentro de este sistema es posible que se equilibren las fuerzas y actúen en aparente pie de igualdad, con el prisionero llegando a responder a la funcionaria con el chantaje. Es entonces cuando resurge el libre albedrío y la confianza en que no todo está escrito para el ser humano, pero también lo hace una vez el guion ha sucumbido a otras tentaciones facilonas en cuanto al trauma psicológico de la protagonista y los posibles matices del prisionero. Condenados va de más a menos . Al contrario que The Guilty , no es capaz de comprometerse hasta el final con su premisa, llegando incluso a abandonar la cárcel en un segmento que, pese a ser ciertamente potente, se abisma en una brusquedad que emparenta el film con el shock y —tal y como ocurre indefectiblemente si te arrimas tanto al cine que premian los festivales— el cine de la crueldad . Pese a estas derivas, Condenados es un logrado segundo film, que confirma unas preocupaciones sólidas y dispuestas a crecer por parte de Möller. La intuición con la que en The Guilty se internó en una comisaría ahora le ha llevado a una prisión, y dentro de sus muros ha probado a preguntarse qué otras ficciones cabrían en un drama carcelario más allá de la habitual dialéctica entre encierro y libertad . Condenados la rechaza con su hábil fusión de individuo y sistema. Y reduce la libertad a ese chispazo de lucidez puntual con el que, muy de vez en cuando, podemos reconocernos a todos como prisioneros de una misma pesadilla .