Tras décadas de globalización y la prevalencia de los principios del liberalismo económico, este modelo muestra ahora claros signos de agotamiento. La crisis financiera global, seguida por la disrupción sin precedentes de la pandemia de COVID-19, ha impulsado un replanteamiento de las estrategias convencionales de la cadena de valor y ha reconfigurado la comprensión de la seguridad económica. En Europa, la Comisión Europea ha respondido con la formulación de un plan de autonomía estratégica que se desarrollará en los próximos años. La reindustrialización ya no es un debate sobre su conveniencia, sino una realidad aceptada. La discusión se centra ahora en la metodología, en cómo llevarla a cabo. En paralelo, varios procesos adicionales requieren una atención particular. Entre estos procesos concurrentes, destaca el avance de múltiples transiciones hacia modelos más sostenibles: en energía, economía circular, agroalimentación, salud, servicios ecosistémicos y resiliencia urbana. Un rasgo común a casi todas estas transiciones es su necesidad de una base territorial fuerte. La valorización de residuos, por ejemplo, se optimiza significativamente cuando las cadenas de valor están localizadas. De manera similar, la eficiencia de las energías renovables mejora sustancialmente con la proximidad a la fuente. Así, en regiones con abundancia de recursos como el sol o el viento, como gran parte de España, se presentan oportunidades estratégicas para la atracción industrial, la optimización energética y el incremento de la autonomía. Recursos naturales y locales —como la energía solar, la eólica, el agua reciclada, la biodiversidad o la cultura— pueden constituir el motor para el desarrollo de nuevas economías locales, más resilientes e intrínsecamente sostenibles. Pero estas oportunidades también entrañan riesgos. El movimiento de «Renovables sí, pero así no» es un aviso no tanto en el fondo, sino en los cómos. Una planta de biometano, por ejemplo, puede funcionar como motor de circularidad local, como sucede en Alcarràs (Lleida), donde se integran residuos agrícolas, producción energética, biofertilizantes y otros productos con valor. Pero si se diseña desde una lógica extractiva, puede acabar importando basura y exportando energía, dejando en el territorio poco empleo y muchos impactos negativos. Misma tecnología, diferentes cómos y, desde luego, diferente resultado final. Por eso, más que nunca, necesitamos modelos industriales que no reproduzcan los patrones industriales del siglo XX. Europa necesita que se construyan desde el territorio y con el territorio. Modelos que integren recursos naturales, tecnología, capacidades humanas y cultura local. Hablamos de una innovación diferente, la innovación de «Marco 3» ―entendida como la capacidad colectiva de transformarse, integrando toda la potencialidad existente, humana, social, tecnológica, natural― y hacerlo de forma regenerativa. No se trata de producir más, sino de hacerlo mejor aportando valor social, ambiental y económico a largo plazo. En esta transición, las comunidades locales tienen mucho que decir. En Impact Hub trabajamos con productores agroalimentarios que ya están impulsando procesos colectivos de transición: desde la huerta a la mesa, soluciones tecnológicas y regenerativas alrededor del agua o de biodiversidad. Lo hacen no solo por una cuestión de negocio, sino porque saben que su supervivencia depende de ello, pero no pueden hacerlo solos. La reindustrialización con arraigo territorial exige una mirada sistémica y colaborativa, que integre a empresas, administraciones y ciudadanía. También requiere nuevas formas de medir el impacto. No basta con contar los empleos creados. Se necesitan también indicadores de vitalidad (capacidad de generar relaciones y visiones compartidas), de viabilidad (valor diferencial del territorio), de sostenibilidad real y de evolución (capacidad de adaptarse sin perder su esencia). Y todo ello, apoyado por procesos continuos de evaluación y aprendizaje. Hoy sabemos que atraer una gran empresa para que se marche en cuanto encuentre mejores condiciones no garantiza el desarrollo de un territorio. Lo que sí lo hace es construir ecosistemas locales robustos, con una visión compartida y una capacidad real de transformar. Por eso, cada vez más empresas responsables están cambiando su forma de relacionarse con los territorios. Están entendiendo que su sostenibilidad económica pasa por formar parte del entorno y de los diferentes agentes con los que interactúa porque ninguna empresa puede manejar su riesgo sistémico simplemente desde un portfolio de management. Y esto, en muchos casos, se concreta en procesos de innovación territorial, laboratorios de cocreación o espacios de diálogo con sus grupos de interés o stakeholders. John Elkington, padre de la triple cuenta de resultados, afirma que en los próximos 10 años veremos transformaciones superiores a los últimos 50, porque el diseño sistémico y regenerativo es ya inaplazable. Si se entiende esta necesidad en el corazón financiero de la empresa, se trasladará a esa innovación de «Marco 3» y se podrán implantar esos procesos sistémicos con foco en lo local. Europa ya ha marcado el rumbo con su apuesta por la autonomía estratégica. Ahora es tiempo de integrarlo en los territorios. La reindustrialización puede ser una oportunidad para regenerar economías locales, fortalecer comunidades y hacer frente a los grandes retos climáticos y sociales, pero para lograrlo necesitamos cambiar no solo lo que hacemos, sino cómo lo hacemos. Es el momento de transitar hacia modelos más sabios, justos y regenerativos. Y el tiempo es ahora.