Cine de barrio

Volví al cine de verano y volví a descubrir el encanto de esta mezcla tan mediterránea y nuestra, de contemplación del séptimo arte y casa de vecinos. En lugar de acudir a centros comerciales, polígonos del extrarradio o barrios modernos, a esas salas envolventes, tan bien enmoquetadas y aisladas que están calcadas unas de otras, volví a las calles empedradas para acceder a estas salas de cine situadas en el casco viejo, sin más cubierta que un cielo estrellado y unas paredes donde la cal gana por fin la batalla al pétreo granito. Donde no falta su albero regado con una gran terraza de múltiples arriates con jazmines, ficus enormes y otras plantas, una pantalla gigante y blanca sobre la que se cruza siempre alguna salamanquesa pidiendo el oportuno ‘casting’ que la lleve al estrellato. El maullar de algunos gatos cinéfilos dando su versión sobre el guion, y un ambigú siempre al fondo, nutrido de público y bebidas refrescantes junto a jugosos bocadillos y algunas terrazas de viviendas contiguas, por las que se deja siempre entrever algún vecino curioso.