Mi madre sigue guardando las fotografías de su vida en una lata de té Pompadour que debe tener unos setenta años. Calculo que no habrá ni siquiera un centenar de fotos. Muchas son en blanco y negro y tienen formatos extraños (cuadradas algunas, minúsculas otras, con bordes troquelados…). En ellas aparece gente cuyo recuerdo ya únicamente permanece en la memoria prodigiosa de mi madre, que a sus noventa y dos años sigue reconociendo sin dudar a su tío Jesús, que murió tan temprano, y a su otro tío Andrés, ese a quien, según ella, me parezco tanto. Cuando mi madre ya no esté esas fotos las custodiaremos sus hijos, y probablemente después los hijos de sus hijos, quién sabe hasta cuándo. Pero es seguro que de alguna forma nos sobrevivirán y mantendrán la memoria de la familia cuando quizás ya ni familia quede, porque se hicieron en un tiempo y de un modo en que lo más importante era guardar para el recuerdo, detener el tiempo.