La Policía Local de Las Palmas de Gran Canaria ha incorporado un spray de defensa personal que más de imponer respeto, parece sacado del maletín de la Barbie, de color rosa chicle haría las delicias de cualquier coleccionista de accesorios de la muñeca, no obstante el problema no está en su apariencia, "esto es una anécdota", asegura el portavoz del CSIF en el cuerpo, Fran Melián que apunta que "el spray es poco apropiado pro que es de uso civil y no policial". Melián considera que no es adecuado porque "no cumple con los requerimientos técnicos básicos: no tiene alcance suficiente, ni potencia, ni ofrece la proporcionalidad requerida en una intervención policial, sobre todo si hay varias personas implicadas". Pero lo mejor, o lo, pero está en el manual de instrucciones: 17 páginas, entre las cuales se incluye una recomendación digna de una serie de humor: explicar al agresor, en pleno uso del spray, qué efectos va a tener. Algo así como: un momento caballero, antes de reducirle, permítame advertirle que notará un escozor, un picor y quizá un pequeño aroma a colonia infantil. Melián también reconoce que el color no es el "mejor" pero aclara que no existe una normativa que especifique qué tono debe tener este spray de autoprotección. Y no es el único "surrealismo" en las dependencias de la Policía Local, el portavoz sindical alerta de que "hay tablets que llevan un año guardadas en los almacenes porque todavía no se han configurado". Comparativamente, es un atraso con los agentes de municipios como Mogán o San Bartolomé de Tirajana que llevan tiempo usándolas con normalidad y las ventajas que ofrece este dispositivo electrónico: "La falta de estas tablets hace imposible hacer consultas rápidas en la calle, lo que debería resolverse en segundos, tarde hasta 20 minutos en resolverse mientras hacemos esperar a los ciudadanos para que la central responda". Entre sprays rosas y tablets fantasmas, la Policía Local de Las Palmas de Gran Canaria debe lidiar con obstáculos tan modernos como inservibles. Mientras tanto, el orden público sigue dependiendo más de la profesionalidad de los agentes que de la tecnología, que, al parecer, solo está para lucirse, pero en color rosa.