Alquila una habitación de su piso en el País Vasco, se lo okupan por un despiste y toma una decisión para recuperar su hogar lo antes posible

Cada vez son más los propietarios que, con intención de ayudar o simplemente generar ingresos extra, deciden alquilar habitaciones dentro de su propia vivienda. Pero en España, esta decisión puede volverse un auténtico calvario si la persona arrendataria se convierte en lo que ya se conoce popularmente como inquiokupa: alguien que entra legalmente en una casa... y luego se niega a marcharse. Este es el caso de Estíbaliz Kortazar, una mujer de 48 años de Basauri (País Vasco), que alquiló una habitación de su casa a un hombre sin hogar con la esperanza de echarle una mano. Hoy, se ve obligada a vivir en casa de un familiar, mientras lucha por recuperar su propio hogar. La historia arranca a finales de 2023, cuando Estíbaliz —administrativa de profesión y voluntaria en una asociación que ayuda a personas sin hogar— decide alquilar una habitación de su piso. Tras conocer a un hombre de 48 años en dicha asociación, le ofrece la habitación por 350 euros al mes. El contrato se firma en enero de 2024. Al principio, el inquilino cumple con los pagos. Sin embargo, con el paso de las semanas, el ambiente se deteriora. Según relata Estíbaliz, el hombre comienza a insultarla con expresiones como "puta" y "perra sucia", a hacerle insinuaciones sexuales y a comportarse de forma agresiva dentro del domicilio. “Se cree que como soy una mujer soltera, yo soy de su propiedad”, afirma la víctima en declaraciones recogidas por Change.org, donde ha iniciado una campaña para denunciar su situación. Los comportamientos del inquiokupa no solo afectaban a la convivencia. El hombre daba portazos, dejaba luces encendidas, no limpiaba su cuarto y ponía la televisión a todo volumen por la noche. Estíbaliz intentó pedirle que se marchara, sin éxito. A medida que pasaban los meses, la situación se volvía insostenible. Finalmente, el 6 de junio de 2024, ella acaba abandonando su casa por miedo... y porque el hombre cambia la cerradura en un descuido de la chica. “Ahora mismo estoy de baja y voy al psicólogo. Es girar la llave y siento terror”, explica. Actualmente, Estíbaliz vive con uno de sus hermanos, esperando poder volver a su piso en agosto. Sin embargo, el inquiokupa sigue dentro. Ya no paga el alquiler ni los gastos, y ella asume facturas que superan los 200 euros al mes. Aunque su abogada ya ha iniciado el proceso de desahucio, la respuesta judicial aún no ha llegado. “¿Cómo puede ser que la ley le permita seguir en mi casa?”, se pregunta indignada. El principal problema, denuncia, es la lentitud de la justicia y la falta de mecanismos ágiles que protejan al propietario en estos casos. A pesar de haber avisado a la Policía en enero de 2025, las autoridades le explicaron que sin orden judicial no podían intervenir. Mientras tanto, el exsintecho ha convertido la casa en un lugar inhabitable. Según Estíbaliz, está sucia, desordenada y deteriorada. “Me da asco entrar. Solo voy a coger algo de ropa”, lamenta. Después de meses de sufrimiento, Estíbaliz lanza un mensaje claro y directo: “Yo invito a todo el mundo a que no alquile un piso. Y si lo hace, que primero contacte con un abogado, porque es superdifícil echar a una persona”. Con más de 32.000 firmas en su campaña de Change.org, intenta presionar para que los procesos legales de desalojo se agilicen. Reconoce que jamás volverá a repetir la experiencia. “Nunca más acogeré a nadie. Ni chicos de la calle, ni a nadie. Voy a vivir sola”, afirma con tristeza. Su historia es una advertencia para muchos: la delgada línea entre la solidaridad y el abuso puede tener consecuencias muy duras. Este tipo de casos evidencian una laguna legal preocupante en España. Cuando el ocupante entra con un contrato, aunque haya caducado o el inquilino incumpla sus obligaciones, el propietario debe iniciar un procedimiento civil que puede tardar meses. No hay forma rápida de actuar sin autorización judicial, y eso deja a personas como Estíbaliz en una situación de indefensión. Estíbaliz representa a muchas personas que, confiadas y de buena fe, intentan ayudar a otros o hacer un ingreso extra con su vivienda. Pero su historia sirve como advertencia: sin respaldo legal ni información, alquilar una habitación puede convertirse en una pesadilla. Mientras espera recuperar su casa, su salud y su tranquilidad, Estíbaliz sigue luchando. Su historia es, por ahora, una más. Pero también podría ser un punto de partida para cambiar las reglas del juego.