Las tierras del interior de Lapurdi, me han parecido siempre algo así como una encantadora composición pictórica. Pequeños pueblos de caseríos blancos, agazapados alrededor de su iglesia, salpican las praderas de verde penetrante, las suaves colinas amarillentas en el estío, se recortan sobre un cielo azul intenso o sobre las caprichosas formas que crean las nubes en esos días intensos de vientos del sur. Una paleta de colores verdes, ocres, blancos, azules, armoniosa y sublime. Cerrando el horizonte, hacia el sur, ese Pirineo que se asoma al mar; ese Pirineo delicado, armonioso, justo allí donde las suaves y dulces colinas van dando paso, paulatinamente, a las alturas cada vez mayores de la cordillera. En medio de este paisaje bucólico y hechizante, encontramos un pueblo que guarda un curioso secreto, uno de esos parajes de nuestra Euskal Herria insólita: nos vamos a Bastida.