La política real es una ecuación muy sencilla: la suma de todo lo que se quiere, menos todo lo que no se debe y todo lo que no se puede. Si después de sumar y restar todavía nos queda algo, eso es política. Si no nos queda nada, pues entonces no tenemos política ni nada. El primer factor es el deseo. Lo que queremos todos o tan sólo algunos, desde los gobernantes, los ciudadanos, los sectores, los partidos y la opinión pública. Si todos lo quieren, adelante y sin dudas. Si alguno no lo quiere, entonces hay que repensarlo o convencerlo o desecharlo. Pero sin llegar a la abstención de la ingobernabilidad. El segundo factor es el deber. Lo que debemos hacer. Muy bueno si coincide con el deseo y estaremos muy contentos. Para esto hay indicadores que nos pueden ayudar. Uno de ellos es la preeminencia. Lo que es primero y lo que es después. ¿Primero el Tren Maya o primero las medicinas del IMSS? Lo que es más y lo que es menos. ¿Gastar en educación o gastar en partidos? Otro indicador es la conveniencia. Lo bueno y lo malo. ¿Jueces de profesión o jueces de elección? Algún indicador es la pertinencia. Lo inteligente y lo estúpido. ¿Abrazar a quien hace daño y atacar a quien hace provecho? El tercer factor es el poder. Lo que realmente se puede y lo que es impotencia. La obra política casi siempre requiere la potestad que sólo da la ley, la sapiencia que brinda la experiencia; el dinero, porque todo cuesta; la fuerza, porque todo es difícil; la inteligencia, porque todo es complicado, y la sabiduría para entender. Pongamos dos ejemplos muy concretos. Uno es la mejoría de las fiscalías para combatir la delincuencia, según lo sé por mi experiencia como fiscal durante 3 sexenios y como defensor durante 30 años. Primero, resulta que el deseo está más que satisfecho. Todos lo querríamos y todos lo aplaudiríamos. Segundo, también el deber está más que cumplido. Lo ordena la ley y lo exigen los ciudadanos. Con estos dos factores de nuestra ecuación ya vamos muy bien. Pero en el tercero nos empezamos a atorar. Cierto que la potestad legal está más que cubierta y no hay problema. Se cumpliría con la Constitución y con las leyes. Enhorabuena. Pero tropezamos con la poca potestad financiera. Para tener fiscalías de buena factura tendríamos que aumentar sus presupuestos en 10 veces para “medio pelo” y en 20 veces para excelencia. Sin embargo, aun con el dinero no se resuelve todo. Además, se necesitan fiscales, investigadores, forenses, jueces y carceleros de tal calidad y cantidad que tenerlos nos llevaría de 1 a 2 generaciones. Es decir, de 3 a 6 sexenios. Queremos y debemos, pero no podemos. Otro ejemplo es Pemex, que no me consta, pero lo he escuchado de muchos expertos, ya que yo no lo soy. Es una institución que está fracturada en lo financiero, en lo productivo, en lo jurídico, en lo comercial, en lo laboral y en lo administrativo. Dejo a un lado la corrupción que ha existido en algunos funcionarios y me atengo a la corrosión sistémica, aunque sus jefes hubieran sido muy honestos. Es una paraestatal que, a lo largo de décadas, ha extraído los hidrocarburos de la nación, pero no siempre con autorización o concesión de las autoridades energéticas. Eso, hoy se llama huachicoleo. Es una paraestatal cuyos buques han sacado o metido combustibles sin pasar por las aduanas. Eso se llama fayuca. Es una paraestatal que no siempre ha tenido todas las escrituras de sus edificios, depósitos y refinerías o los permisos de sus pozos, ductos y plataformas. Eso se llama brinco. En 100 o 200 temas jurídicos es una paraestatal embarrada en un cochambre institucional. Así las cosas, ni queremos ni debemos ni podemos. Quizá lo que se necesite sea un nuevo Lázaro Cárdenas que le expropie a Pemex el petróleo de México y se lo devuelva a México, porque la real ecuación de la política real nos indica que ni salvaremos a Pemex, así como no recuperaremos Texas. Y la mera verdad, creo que ni nos interesa. Columnista: José Elías Romero Apis Imágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0