Erdogan y su nostalgia imperial otomana ¿Por qué ve a Israel como su gran rival en Oriente Medio?

Bernardo Morato Recep Tayyip Erdogan se presenta cada vez más como el heredero contemporáneo del Imperio Otomano, fusionando el nacionalismo turco con el islamismo en un proyecto neo-otomano que desafía el legado secular de la Turquía. Desde que asumió el poder en 2003, primero como primer ministro y luego como presidente, Erdogan ha concentrado el poder interno: ha acallado a opositores, purgado al ejército y cooptado a la prensa. Con esa base autoritaria, ahora busca proyectar la influencia de Turquía más allá de sus fronteras, inspirándose en la gloria otomana que muchos turcos —incluso sectores laicos— ven con nostalgia. Esa visión supone revertir el rumbo establecido por Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la república laica en 1923. Atatürk definió la identidad turca en torno a la nación y no a la religión, relegando el pasado imperial otomano. Erdogan, en cambio, ha rehabilitado símbolos y narrativas otomanas: desde la conversión de Santa Sofía nuevamente en mezquita hasta la inauguración de enormes templos como la mezquita Barbaros Hayreddin Pasha en Estambul (con capacidad para 20 mil fieles) antes del centenario de la república. Estas acciones envían un mensaje claro. “El simbolismo es evidente y ningún turco lo desconoce: la manifestación pro-palestina probablemente eclipsará las celebraciones por el centenario de la república secular”, observó la analista Asli Aydıntaşbaş en octubre pasado a la agencia Reuters. Erdogan ha erosionado deliberadamente el legado occidentalista de Atatürk, poniendo su propio retrato junto al del fundador en edificios públicos. Durante el centenario nacional en 2023, Erdogan incluso convocó a un multitudinario mitin islámico en lugar de enfatizar el secularismo: “Sólo nuestra bandera y la palestina ondearán”, proclamó, buscando consolidar a los musulmanes conservadores de Turquía en torno a su liderazgo. La retórica de Erdogan combina la religión con la política exterior. Se ha referido a sí mismo como “aspirante a sultán” ante sus bases y ha llegado a presentarse como protector de todos los musulmanes. En un discurso durante la festividad del Eid al-Fitr en la Gran Mezquita Çamlica de Estambul durante el mes de marzo, elevó una polémica súplica: “Que Alá, por Su nombre Al-Qahhar (El Victorioso), destruya y devaste a Israel”, declaró ante una multitud de fieles. Esta invocación divina contra Israel refleja hasta dónde llega su mezcla de fervor religioso e ímpetu geopolítico. Turquía ¿con ventaja en un Medio Oriente cambiante? El ascenso de Erdogan como líder regional ocurre en un contexto de transformaciones que él percibe como oportunidades históricas para Turquía. La más dramática es la guerra civil en Siria, donde Bashar al-Asad finalmente cayó del poder tras años de conflicto. Contra todo pronóstico y pese al escepticismo internacional, Erdogan nunca abandonó a los rebeldes suníes sirios. Esa apuesta rindió frutos: una coalición insurgente liderada por la milicia islamista Hay’at Tahrir al-Sham (HTS), apoyada encubiertamente por Ankara con dinero, armas e inteligencia, derrocó al régimen de Asad en diciembre pasado. Hoy, Ahmed al-Sharaa, exlíder rebelde cercano a Turquía, funge como presidente interino en Damasco. Erdogan no ocultó su satisfacción al recibirlo recientemente en Estambul, sellando la influencia turca sobre el país vecino... aunque también se ha acercado también a Israel. Con Asad fuera de escena, Turquía se ha movido rápidamente para llenar el vacío de poder en Siria. Ankara promovió —junto con Arabia Saudí— el levantamiento de sanciones occidentales contra el nuevo gobierno sirio, permitiendo la entrada de fondos vitales para la reconstrucción. Al mismo tiempo, las fuerzas turcas establecen presencia militar en el norte de Siria bajo el pretexto de combatir remanentes del Estado Islámico. Este despliegue, si bien enmarca su cooperación con Damasco, consolida una infraestructura militar turca en territorio sirio. Algunos especialistas señalan que Erdogan podría buscar bases aéreas y navales en Siria, replicando la influencia que Turquía ya tiene en el Mediterráneo oriental. Israel ha observado con preocupación cómo su frontera norte podría quedar frente a tropas o proxies pro-turcos: existe el temor de que HTS, bajo tutela de Ankara, evolucione en una fuerza similar a Hezbolá capaz de amenazar a Israel desde suelo sirio. Otra pieza que encaja en los planes de Erdogan es la cuestión kurda. En mayo, el proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), tras cuatro décadas de insurgencia contra el Estado turco, anunció sorpresivamente un cese de la lucha armada y su posible disolución. Este giro ocurrió luego de un llamado del encarcelado líder kurdo Abdullah Öcalan, y aunque restan detalles, Erdogan ya lo exhibe como un triunfo histórico. La rendición del PKK representa para Ankara la eliminación de su amenaza interna más persistente. También debilita la causa kurda en Siria e Irak, que a menudo ha recibido simpatías internacionales (e incluso contactos oficiosos con Israel). Incluso Irán, tradicional rival y contraparte en la disputa por la influencia regional, atraviesa dificultades que Erdogan aprovecha. Teherán ha visto menguar su posición: su aliado Asad fue derrocado, su economía sigue ahogada por sanciones, protestas internas desafían al régimen y el gobierno de los ayatolás quedó debilitado tras la "Guerra de los Doce Días" contra Israel. Erdogan, que compite con Irán por el liderazgo simbólico del mundo musulmán, ha tomado nota. En junio, tras el ataque israelí contra instalaciones nucleares iraníes, Erdogan telefoneó a líderes de Egipto, Arabia Saudí, Jordania, Pakistán e incluso Irán para posicionarse como vocero regional. Según la presidencia turca, transmitió que Israel se ha revelado como “la mayor amenaza para la estabilidad y seguridad de la región”. Expresó sus condolencias a Teherán por las muertes causadas y condenó los “ataques ilegales” israelíes, a la vez que criticó la “inacción internacional” ante lo que describió como un “genocidio” en Palestina. Erdogan alertó que Oriente Medio no puede permitirse otra guerra, pero dejó claro que en su narrativa Israel es el agresor desestabilizador. Paradójicamente, estas gestiones le permiten a Turquía presentarse como defensor de Irán en foros islámicos, a pesar de sus profundas rivalidades, ganando puntos entre las poblaciones musulmanas indignadas con Israel y que ven pasividad en el Mundo Árabe. Erdogan ha ampliado sus alianzas. Se ha acercado tácticamente a potencias suníes tradicionales como Arabia Saudí (con quienes compartió interés en el nuevo orden sirio), ha fortalecido su eje con Qatar (socio ideológico en apoyar a Hamás y a los Hermanos Musulmanes) y extiende su mano a países como Pakistán. Este mes, Erdogan conversó con el primer ministro paquistaní Shehbaz Sharif, ofreciéndole respaldo tras roces de Islamabad con Indiar. Turquía capitaliza así causas panislámicas —Palestina, Cachemira, minorías musulmanas— para aumentar su influencia más allá de Oriente Medio. ¿Por qué Israel está en la mira de Ankara? En este tablero geopolítico donde Ankara siente que recupera antiguas glorias, Israel se destaca como el adversario central para los planes de Erdogan. El presidente turco ha abrazado abiertamente el antisionismo , colocándolo en el corazón de su discurso internacional. Turquía, que fue el primer país de mayoría musulmana en reconocer al Estado judío en 1949 y un aliado clave de Occidente durante la Guerra Fría, ha dado un viraje histórico. Erdogan no solo ha restringido la cooperación militar y el turismo con Israel en los últimos años, sino que ahora rompió todo vínculo comercial directo: “Hemos cortado completamente nuestro comercio con Israel. No permitimos que los barcos turcos atraquen en puertos israelíes. No permitimos que sus aviones entren en nuestro espacio aéreo”, anunció el canciller turco Hakan Fidan en un debate parlamentario este viernes. Esta decisión formalizó un embargo que Ankara ya venía aplicando de facto desde mediados de 2024, exigiendo un alto el fuego en Gaza y la entrada de ayuda humanitaria. Cabe señalar que en 2023, el comercio bilateral alcanzó los 7 mil millones de dólares; el corte implica un golpe económico significativo, pero Ankara parece dispuesta a asumirlo por razones ideológicas. La guerra entre Israel y Hamás en Gaza ha catalizado la radicalización del discurso turco. Erdogan ha acusado repetidamente a Israel de cometer “crímenes de guerra” y “genocidio” contra los palestinos. Sus declaraciones han ido más allá de la retórica diplomática habitual: llegó a equiparar al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu con Adolf Hitler y afirmar que Israel “se comporta peor que los nazis” en Gaza, comparaciones que provocaron indignación en Jerusalén y otras capitales. En un arranque, Erdogan incluso sugirió que Israel planearía invadir Turquía, una afirmación descabellada pero reveladora del tono casi conspirativo de su narrativa doméstica. Los medios turcos pro-gubernamentales amplifican ese mensaje . El diario islamista Yeni Şafak, cercano al círculo de Erdogan, tituló el 27 de mayo: “No habrá paz para la humanidad hasta que estos viles asesinos sean destruidos”, refiriéndose a supuestos ataques israelíes contra niños en Gaza. Este tipo de lenguaje apocalíptico desde la prensa afín r efuerza la idea de una confrontación existencial con Israel. Erdogan, por su parte, recibe regularmente en Ankara a líderes de Hamás, a quienes trata como estadistas legítimos. Después del ataque terrorista del 7 de octubre en el sur de Israel, en el que Hamás masacró a mil 400 civiles, Erdogan escandalizó a muchos al calificar a los milicianos responsables no de terroristas, sino de “un grupo de liberación”. Este posicionamiento alimenta su prestigio en la calle árabe y entre islamistas, presentándolo como el campeón de la causa palestina a nivel global. Israel considera este viraje turco con creciente alarma. En enero, un comité especial de seguridad del gobierno israelí (la Comisión Nagel) publicó un informe que identifica a Turquía, miembro de la OTAN, como “una amenaza mayor que Irán” en el horizonte inmediato. La razón principal es la combinación del músculo militar turco —segundo mayor ejército de la OTAN, bien equipado y curtido tras años de conflictos asimétricos— con las ambiciones expansionistas de Erdogan. El informe advirtió que la presencia militar de Turquía en la vecina Siria y su pretensión de liderazgo regional “podrían agravar el peligro de un conflicto directo turco-israelí” si no se contiene. El propio Netanyahu, según trascendió, instruyó a sus fuerzas armadas a revisar planes de contingencia ante un eventual choque con Turquía. Tel Aviv ve con preocupación la cercanía geográfica: aviones turcos operando en bases sirias o buques turcos patrullando el Mediterráneo oriental cambiarían el equilibrio estratégico. No es coincidencia que Israel haya reforzado discretamente su cooperación con Grecia y Chipre en los últimos años, como contrapeso a Ankara en el Mediterráneo. Para Erdogan, sin embargo, la rivalidad con Israel no es solo geopolítica sino ideológica e histórica. En su visión, Israel simboliza una doble herida: por un lado, el fin del Imperio Otomano (que perdió Palestina tras la Primera Guerra Mundial) y, por otro, la incapacidad del mundo islámico de impedir que una tierra musulmana cayera bajo control no musulmán. “Para el líder turco, Israel es un símbolo de la debilidad tanto turca como musulmana”, escribió el analista Halil Karaveli en The New York Times y destacó que, “sobre todo, Turquía teme una alianza kurda con Israel”. Esa posibilidad —que Israel apoye aspiraciones kurdas en Siria o Irak para debilitar a Turquía— obsesiona a Ankara. De hecho, Israel es de los pocos países que ha mostrado simpatías hacia la causa kurda; en 2017 fue el único en respaldar abiertamente el referéndum por la independencia del Kurdistán iraquí, algo que Erdogan no olvida. Aunque Jerusalén niega cualquier intención de contener a Turquía mediante los kurdos, el temor turco persiste y añade otro motivo de antagonismo. La escalada retórica y diplomática entre Ankara y Jerusalén ha puesto a otros actores en alerta. Washington, tradicional aliado de ambos, se encuentra en una posición incómoda. El presidente Donald Trump cultivó una relación personal con Erdogan —lo llamó “amigo” y accedió en 2019 a retirar tropas de Siria a petición suya, hasta que el Pentágono frenó la orden—. Ahora, en su retorno a la Casa Blanca, Trump se ofreció a mediar. “Bibi, si tienes un problema con Turquía –dijo dirigiéndose a Netanyahu en tono confiado–, creo que realmente voy a poder resolverlo”. Recientemente, Netanyahu dijo por primera vez que reconoce el genocidio perpetrado por el Imperio Otomano contra armenios, asirios y griegos . Lo hizo durante una entrevista en el pódcast de Patrick Bet-David, donde, tras ser interpelado sobre por qué Israel no lo había reconocido, respondió: “Creo que lo hemos hecho… creo que la Knéset (parlamento israelí) aprobó una resolución al respecto”. Al insistírsele sobre si él, personalmente, lo reconocía, remató: “Acabo de hacerlo”. Hasta ahora, Israel había evitado una postura oficial inequívoca sobre el tema; la propia pieza que reseñó sus palabras subrayó que el país “ha evitado durante mucho tiempo” el reconocimiento formal. La reacción turca fue inmediata. El ministro de Exteriores, Hakan Fidan, desestimó la declaración de Netanyahu como políticamente motivada y la tildó de un intento por “cubrir” las acusaciones que enfrenta Israel por la guerra en Gaza. Otros portavoces en Ankara calificaron el gesto de “explotación” del término genocidio en un contexto de tensiones bilaterales que ya incluyen la ruptura del comercio directo y el cierre del espacio aéreo turco a aeronaves israelíes. Washington conserva ciertos resortes de presión: las fuerzas armadas turcas dependen en parte de tecnología occidental. Trump ha insinuado la posibilidad de readmitir a Turquía en el programa de cazas furtivos F-35 —del que fue expulsada tras comprar misiles rusos S-400— a cambio de moderación por parte de Erdoganreuters.com. No obstante, muchos dudan de que gestos así cambien la postura de un líder que ve en su enfrentamiento con Israel una misión histórica y una herramienta política interna. Hoy por hoy, Erdogan parece más envalentonado que nunca. La oposición interna ha sido silenciada —su principal rival, el alcalde de Estambul Ekrem İmamoğlu, fue encarcelado bajo cargos dudosos— y Occidente ha respondido con tibieza a este giro autoritario. Con las piezas regionales moviéndose a su favor, Erdogan apuesta a reconstruir a Turquía como potencia islámica. En su cruzada, ha dejado claro que Israel encarna el obstáculo a superar: un rival con el que medirse para reivindicar el honor del mundo musulmán. Sus palabras recientes resuenan con gravedad: “No habrá paz… hasta que Israel sea destruido”. Aunque extremas, señalan su determinación. La incógnita es cómo reaccionará Israel y sus aliados ante este nuevo paradigma de confrontación . Algunos expertos advierten que el desafío turco será central en los próximos años para todos aquellos —dentro y fuera de la región— que se oponen al islamismo político y su expansión. bm Contenidos Relacionados: 4 periodistas entre 15 fallecidos tras ataque de Israel a hospital en Gaza Israel bombardea base militar en Yemen; hutíes reafirman su apoyo a Gaza Miles de israelíes reclaman fin de la guerra y retorno de secuestrados