Jorge Molist: “Las grandes revoluciones vinieron dictadas por el hambre”

Jorge Molist (Barcelona, 1951) expresa la indignación que maduró durante décadas sobre por qué Estados Unidos ha soslayado la importancia que los hispanos han tenido en su historia, en particular para ganar su independencia del imperio británico, al grado de que sin ellos, a su juicio, no existiría como una nación. “Sin nosotros, sin los hispanos, Estados Unidos no habría podido ser independiente”, sostiene Molist, quien cumplió 25 años como narrador.En su más reciente novela histórica, El Español (Grijalbo, 2025), recupera a un héroe independentista de América: Jorge Ferragut, un menorquín que combatió y venció a los ingleses en costas del Caribe y del Golfo de México a finales del siglo XVIII, y al que no se le ha concedido reconocimiento a sus hazañas. La trama inicia con una intriga política que deriva en el Motín de Esquilache, la revuelta en el Madrid de 1766 durante el reinado de Carlos III, contra Leopoldo de Gregorio y Masnata, marqués de Esquilache, que permite al novelista revisar las razones sociales que originaron la rebelión: el alto precio del pan, no la orden del ministro de prohibir capas y sombreros calados de ala ancha. “Las grandes revoluciones vinieron dictadas por el hambre”, sostiene Molist, exdirectivo de multinacionales como Paramount, quien concede una entrevista exclusiva a Laberinto desde España y habla sobre sus aventuras con la novela histórica, que parten siempre de su biografía. “La novela histórica siempre ha estado ahí, pero ha tenido que adaptarse a los tiempos”, comenta el escritor. Y en estos tiempos de televisión, videojuegos y cine, la misión del novelista es hacer que la gente obtenga placer leyendo, un placer superior a lo que puede obtener con otros entretenimientos.Impresor, con estudios de ingeniería, empresario, lector precoz, Molist ganó premios como el Alfonso X el Sabio por La reina oculta (2007) o el Fernando Lara por Canción de sangre y oro (2018). Su primer libro, Los muros de Jericó (2000), ya aborda su experiencia en territorio estadunidense, y el segundo, Presagio (2003), explora el choque cultural entre lo anglosajón y lo hispano.Quién lo iba a decir de alguien al que su padre le dijo que en España los escritores se mueren de hambre y que él, con 14 años entonces, “no tenía nada que aportar a la escritura”, según el propio relato de Molist, quien ese mismo día empezó de aprendiz en una imprenta en el semisótano de un edificio del barrio barcelonés de Gràcia, en el que había nacido la gran soprano Montserrat Caballé.¿En qué momento la historia se vuelve tan importante para usted como para volverla ficción?Tiene que ver un poco con lo que quise contar con esta novela. Viene dado por mi estancia de trabajo en Estados Unidos. Llegué a mediados de los años ochenta con mi familia. La compañía con la que trabajaba me envió a Cincinnati. Era un ambiente de trabajo anglófono, toda la gente a mi alrededor era de origen europeo, la mayor parte de ojos claros y pelo rubio. No había hispanos ni afroamericanos. Ese era el entorno y yo pasé a ser “El Español”. Me interesé de inmediato por la herencia hispánica que tiene Estados Unidos y me convertí en el experto del mercado hispano en la división y luego de un par de años me enviaron como responsable del sur de California. Pero no siempre escribió novela históricaEscribí mi primera novela, Los muros de Jericó, con recuerdos de aquella experiencia. Es la historia de una gran corporación, de luchas por el poder, de sectas, cosas que había presenciado en el sur de California. Mi segunda novela, Presagio, es medio estadunidense y medio mexicana, porque trata de culturas indígenas de México, de un misionero español, de un cura y la cultura anglosajona. El mundo anglosajón frente al hispano ha sido uno de los asuntos que me han interesado. A partir de ahí empecé a escribir novelas. Luego derivé hacia la novela histórica.¿Cómo un narrador puede estructurar hechos históricos en una novela?Soy amante de la historia. Cuando encuentro hechos que me impactan, algo que me llena de pasión, escribo sobre ellos. Si voy a emplear un par de años de mi vida en una novela, tiene que ser un tema que me apasione. Para empezar, tenemos los hechos históricos; entonces, hay que construir a los protagonistas, a veces de ficción o que existieron en realidad. Eso no funcionaría sin el interés en la construcción de personajes: que tengan amores, odios, tensiones entre ellos; que se muevan en ese entorno histórico, que debe ser lo más preciso posible. Para ello hay que sumergirse no solo en los hechos históricos, sino en la forma en que se pensaba en ese tiempo. Por ejemplo, ¿en El Español?En El Español he tenido que ponerme en el pensamiento del siglo XVIII en España, que incluía los territorios americanos. Los personajes se mueven dentro de unos parámetros ya fijos, los parámetros que ha fijado la historia, y ahí tienen que desarrollar sus pasiones y vivir sus aventuras. Esa es la estructura en que me baso. Luego se necesitan herramientas técnicas, como un cuadro cronológico, uno sobre los personajes, otro sobre detalles como la vestimenta...¿Qué disfruta más imaginar como creador: el ambiente o el pensamiento de sus personajes?Es fundamental el pensamiento de los personajes, y es que a los personajes y su pensamiento no se les puede arrancar de su momento porque estaríamos atrapados en un presentismo. No deben ser personajes actuales transplantados al siglo XVIII o al siglo XIII, como en otras de mis novelas. En sus novelas delimita la historia a un periodo. ¿Por qué es fundamental ese momento? En El Español he escogido un tiempo con base en la indignación que sentí cuando vivía en Estados Unidos. Siempre me molestó la arrogancia de los anglos, arrogancia de la gente que tenía un origen en el norte de Europa, básicamente británica. Mi equipo en Los Ángeles me regaló un libro que se titula The American Revolution, que habla sobre la guerra de independencia de Estados Unidos. Cuando lo leí estaba muy indignado porque en 450 páginas se menciona mucho a Francia, que ayudó a Estados Unidos a ser independiente de los británicos, pero no se menciona para nada a ningún hispano. Sin la colaboración de España, los norteamericanos no hubieran podido ser nunca independientes. El Español está dedicada a Jorge Ferragut. ¿Esa indignación fue el origen de hallarlo?Sí, porque a partir de ahí busqué un hecho, un personaje de origen español, que hubiera participado en la independencia de Estados Unidos. Hay uno que está muy claro, Bernardo de Gálvez. Este señor, con tropas que venían de Nueva España y de Cuba, fue capaz de echar a los británicos del Golfo de México y del Mississippi y recuperar La Florida. Pero De Gálvez era muy conocido y así me encontré con Jorge Ferragut. España participó suministrando materiales a los rebeldes, pertrechos, armas, comida, y luego entró en la guerra directamente. ¿Quién es el personaje histórico Jorge Ferragut?Ferragut (en la novela Jaume o Jaime Ferrer) nació en Menorca (1755-1817), ocupada por los británicos. Tenía un deseo de venganza. La novela es una historia de venganza y de un amor prohibido y, por tanto, desesperado. Los personajes se mueven en esos parámetros, y en lo que era la España de esa época o las Españas, como las llamaban. De este personaje, la historiadora estadunidense Renée Lyons dice que es el líder de la guerra de la independencia nacido fuera de Estados Unidos más desconocido y más versátil. Luchó como capitán de barco, capitán de artillería, comandante de caballería; hizo prácticamente de todo. Se le ha perdido un poco la pista. La gente se ha olvidado de él porque su hijo, David Farragut (sic), fue el primer almirante de la flota estadounidense.Los mexicanos tenemos mucha experiencia en que Estados Unidos niegue la influencia de México en la construcción de su país. ¿El Español es una búsqueda de justicia histórica para lo hispano?De Gálvez utilizó tropas españolas, de México y Cuba. En mi novela aparece la confrontación entre lo hispano y lo anglosajón, pero también la miseria del imperio español; por ejemplo, la autocracia, el rey lo mandaba todo, tanto en América como en Europa. Fue una guerra importante, último momento de brillo de lo que fueron las Españas. Carlos III manejó bastante bien esta guerra, no quiso implicarse directamente. España ayudaba a los rebeldes norteamericanos, pero sabía que estos pasarían a ser los enemigos de España. Y ya se preveía que las colonias norteamericanas presionarían contra los límites de la España de esa época, o sea, México. En la novela pueden encontrarse las semillas que producirían las independencias en América. Tampoco es una historia que conozcamos y valoremos.Podemos encontrar que los mismos argumentos que usaban los colonos norteamericanos contra los británicos fueron usados por los colonos hispanos contra la potencia colonizadora que era España. Vamos a encontrar bastantes paralelismos entre la guerra de independencia de Estados Unidos y las guerras de independencia hispanoamericanas. Incluso, en esa guerra luchó contra los británicos Francisco de Miranda, el primer libertador de Sudamérica.La novela y las tragedias que hay en ella comienzan con Lorenzo, un impresor, como lo fue usted en su adolescencia. Jaume Ferrer se siente en Barcelona como usted cuando llegó a ese mundo anglosajón de Estados Unidos. ¿Cómo influye su biografía en sus novelas históricas? Mi biografía es parte fundamental de mis novelas. En Los muros de Jericó tenemos a ese personaje que es de raíz hispana metido en un mundo de intrigas de grandes corporaciones americanas, como las que yo viví. Con mi interés por la cultura hispana aparece mi segunda novela, Presagio, que ocurre en México y en Los Ángeles, donde tenemos a personajes hispanos como nativos de Baja California. Una de mis novelas de mayor renombre, Prométeme que serás libre (2011), cuenta la historia de la imprenta, cómo se estableció, cómo eran los libreros, las formas de trabajar en la época de los Reyes Católicos. Esta, El Español, la escribí con el despecho de decir: “Los anglosajones miran lo hispano por encima del hombro”. El Español empieza con una intriga política. Pero usted revisa el Motín de Esquilache y concluye que, en realidad, ocurrió no por las razones que se dan popularmente, sino por el hambre. Ahora también estamos viendo cómo Gaza está siendo sometida a una hambruna por Israel. En Europa no había reclamos de los gobiernos por el genocidio en Gaza hasta que se habló del hambre. ¿Qué importancia tiene el hambre para la historia?Las grandes revoluciones vinieron dictadas por el hambre. El hambre ha motivado los grandes motines, los grandes alzamientos. Y, por lo poco que conozco de la historia de América Latina, cuando había hambrunas la gente se levantaba contra el poder.¿Qué hay de los dos factores que también destacan en su novela: el rey y la Iglesia?Es lo que más destaco de aquel siglo. Esto era común para los territorios europeos e hispanoamericanos. El rey era un borbón, y la monarquía tenía la misma estructura que en Francia: completamente autocrática, que se basaba en la religión católica, pero, en realidad, utilizaba a la religión como un arma más de poder, sin interferir en la doctrina. En todo lo demás el rey era casi una divinidad. Francisco Franco quería contarnos lo mismo. En las monedas ponía: “Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de dios”. En la novela estoy hablando del siglo XVIII, pero eso lo he vivido en el siglo XX. El uso de la religión por el poder ha sido una constante en la historia del mundo. Las mujeres, lo expone en su novela, padecieron el poder de manera más cruda.Dentro del poder y de la estructura social de la época, la parte más débil era la mujer, sobre la cual recaían más normas, tanto religiosas como civiles. El divorcio era impensable, una relación extramarital para una mujer era lo peor de lo peor, porque la justicia seglar y la religiosa podían perseguirla a través de la Inquisición. En cambio, los señores con poder, empezando por los reyes, tenían las amantes que querían. No obstante, sus personajes femeninos son muy fuertes. A pesar del sometimiento, todas, Almudena, Lucía, Mercedes, la misma Eulalia que apenas aparece, tienen en su interior mucha libertad y buscan cambios. ¿Por qué acentuó esta característica en los personajes femeninos?Me gustan las mujeres de carácter fuerte. El motín de Esquilache empezó con mujeres, porque se lanzaban a la calle, eran quienes compraban el pan. En otra época en Barcelona, fueron mujeres quienes montaron el Motín del Pan, porque el pan estaba carísimo. Me encantan los personajes fuertes femeninos. En El Español tenemos a Mercedes, que sufre debido a su origen, pero es capaz de enfrentarse a su destino. La novela empieza con los panfletos que Lorenzo imprime clandestinamente por la falta de libertad de expresión que ejercía la monarquía. En el siglo XXI está el caso del rapero Pablo Hásel, que es perseguido por críticas al rey de España. ¿No ha cambiado nada?Sí que ha cambiado. El músico está fugado, ha salido de España, lo mismo que un político catalán. En Gaza, los israelíes han matado a periodistas como medio de acallar lo que están haciendo. Sé que en México los periodistas han sufrido por escribir. El poder, ya sea legal o ilegal, siempre ha querido poner una mordaza a las críticas. Y eso ocurría en el siglo XVIII y por desgracia sigue ocurriendo ahora, aunque en un tono más reducido. Seguramente hay lugares en el mundo mucho más peligrosos que otros para los que se atreven a alzar la voz y a contar y decir cosas que no le sientan bien a la gente en el poder. En su novela y, en general, en las novelas históricas, encuentro una manera de narrar muy cinematográfica. Usted fue directivo de un consorcio cinematográfico. ¿Concibe sus libros con un doble lenguaje, el literario y el cinematográfico, pensando en que se puedan llevar a la pantalla? Vamos a ver: sí y no. Escribo novelas históricas, y debido a que tengo grandes batallas en ellas es muy difícil que lleven una novela mía al cine, porque el presupuesto sería grandioso. No escribo pensando en el cine como medio de comunicación. Estoy pensando en el cine como medio de atrapar al lector. Hay dos o tres factores. Para mí es importante que el lector se enganche con el relato, para ello tienen que ocurrir cosas y, sobre todo, debe identificarse con los personajes, sentir que son sus amigos, sus enemigos, lo que sea. Y entonces sí se puede decir que es un lenguaje que el cine ha impuesto, pero que ya estaba en las novelas. Los thrillers empezaron siendo literarios, El conde de Montecristo, Ivanhoe, ya tienen este ritmo. Una vez el lector está involucrado con la novela se le pueden contar muchas cosas. En El Español, hay lecturas sobre la libertad, sobre lo que ocurrió en la historia, sobre la tiranía del rey… Todo esto, si se pone con las dosis adecuadas, se puede ubicar dentro de lo que sería un thriller. Pero no me planteo de ninguna manera el que puedan hacer una película de mis novelas. Ya que citó a Alexander Dumas y a Walter Scott, ¿qué es la novela histórica moderna?La novela histórica moderna tiene mucho que ver con la novela antigua. Lo que define a la actual es el lenguaje, que es mucho más ágil. Vivimos en un tiempo en que hay tantos estímulos exteriores, que la gente sabe tanto, que ya no hay que contarle ciertos detalles como en las novelas históricas antiguas. El lector requiere un movimiento de sentimientos como de acción. Eso define la novela histórica moderna. Novela histórica eran laIliada, laOdisea, laEneida, los poemas indios o babilónicos.La novela histórica siempre ha estado ahí, pero ha tenido que adaptarse a los tiempos. Vivimos en un tiempo de televisión, de cine, de videojuegos, de gente que viaja, donde ya el conocimiento humano, aunque no se haya salido del pueblo, es mucho más amplio. Simplemente hay que escribir distinto para llegar a ese tipo de lector, para conseguir que una persona, en lugar de ponerse ante un videojuego o la televisión, decida leer. Esa es nuestra misión: hacer que la gente obtenga placer leyendo, un placer superior.Y para no olvidar a gente como Jorge Ferragut.Desde luego, para sacar a gente olvidada de la historia, como puede ser Jorge Ferragut.AQ