Canto desierto: revelación y encuentro

Uno entra en Canto desierto(Alberto Blanco, Hiperión, 2024) como en un laberinto. Este poema-libro tiene el tesón y la tersura, la inevitabilidad y la evidencia, la respiración y la palpitación, de los sueños.Laberinto de sueños, Canto desierto se eleva en nosotros como una suerte de diálogo íntimo. La voz del poema nos habla, pausadamente, nos guía y a veces nos interpela. Progresamos a oscuras, o a media luz, por una noche desértica aunque con estrellas (“una red de puntos en fuga / encendidos para ver”), por el blanco de la página sembrada de signos (una “saga de letras”), por un jardín a veces. Y de repente, en “el laberinto / en el oído”, oímos preguntas dirigidas a nosotros: “allí aquí / un ruido / ¿eres tú? / ¿acaso eres tú, lector? / ¿eres tú que te asomas / por las rendijas de este sueño?”El poema nos va haciendo mientras lo vamos leyendo, mientras él y nosotros vamos co-naciendo y conociendo… Pero ¿conociendo qué? Canto desierto nos sume en “un no saber” —como el que nos queda, poderoso, inapelable, vacío, al despertar de un sueño, con la nostalgia de volver al sueño.Canto desierto es un sueño ordenado. Sus cuatro partes se elevan como cuatro ramas de un árbol, con nueve poemas cada una. Los títulos de estas partes resuenan, nítidos, y de inmediato nos reconocemos en ellos. Desde nuestra “Mala memoria” [I], remontamos el cauce de palabras hasta la “Historia del instante” [II]. Se llega, entonces, en la bisagra del “ser” (“ser / ser otro / ser tu o yo”), a un “Punto de inflexión” [III], antes de descubrir —como cada vez que hacemos una verdadera pausa en nuestra vida, cada vez que tenemos la sensación de ver lúcidamente nuestra historia o de vislumbrar la del universo— que “El futuro es el origen” [IV]: el origen de nuestro deseo de seguir viviendo, y de seguir leyendo este libro que nos ha ido abriendo tantos horizontes.Algunos poemas, tal vez los más importantes, dieron sus títulos a estas cuatro partes. “Mala memoria”, poema-atrio, desgrana enigma tras enigma, paradoja tras paradoja (“la cruz de las paradojas / es nuestra estrella polar”). Se nos presenta un mundo de después de la “catástrofe” y antes del “derrumbe”, como para descolocarnos, extrañarnos y provocarnos… a escuchar. Eso resulta ser, de momento, “suficiente trabajo”.“Historia del instante” nos plantea una paradoja más. Si “el instante” es un espacio de tiempo brevísimo, ¿cómo podría tener “historia”?… Su equivalente como objeto sería “la aguja” en el pajar. La aguja, forma perfecta, tiene una estructura mínima: su punta alargada y “el ojo” por el cual hay que pasar. La búsqueda del instante en nuestra vida y de la aguja en el pajar —de su brillo, su agudeza, su picadura tal vez— sí que tiene historia, y tal vez nos permita franquear un umbral de comprensión (“pasar / sin ser notados / por la puerta sin puerta”). De hecho, en este poema, de manera casi inadvertida, se pasa del pronombre “nosotros” a los pronombres “tú” y “yo” —y la palabra “amor” surge, inesperada, y cobra nuevo brillo.“Punto de inflexión” nos introduce (en otro poema de la tercera parte) a un “Jardín abierto”, y nos hace pasar un umbral más: este “jardín” es un metapoema —un poema sobre la poesía. Mediante una tipografía abierta, escalonada, acogedora, propicia a la escucha y a la meditación, y mediante múltiples juegos de palabras (empezando por el título del libro: ¿quién canta? ¿quién desierta?…), se abre un espacio-tiempo de “complicidad” entre el yo poeta y el tú lector. No tanto el hipócrita lector de Baudelaire como el “cómplice lector” de Cortázar, ya que estética y juego son horizontes de lectura de ese desierto cantado. El mismo paisaje, la tierra, el planeta se ofrecen a nuestra imaginación como nuestro jardín común, trágicamente contaminado, saqueado, degradándose, desertificándose. Este es nuestro jardín: no hay otro. ¿Para qué sirven poesía y arte sino para introducirnos a un momento de percepción ampliada, para abrirnos a una gracia compartida, los cuales nos pueden dar la fuerza de seguir luchando y hacer habitables esta tierra o este cuerpo? Un jardín para entrar, salir, pasearse, reposar acaso, tal vez soñar. Y como en los sueños, no llegar “a ninguna conclusión”.En el poema “El futuro es el origen”, finalmente, el yo se ha perdido (“se necesita un eclipse / de luna llena / de yo”) y las palabras brotan en libertad —“palabras hiladas / como perlas / en un collar de lunas / desgranado al pie de la escalera”. “Sino” y “destino” quedan abiertos, nuestro laberinto disuelto, y el desierto quizá pueda florecer y nosotros podamos recibir, con la sorpresa del alba, “frescas noticias de nosotros mismos”. El libro se termina sobre una múltiple negación donde se funden lucidez y esperanza: “no hay / de cierto / nada // no hay / nada: desierto”.Al emprender un viaje por un espacio infinitamente abierto, tanto exterior como interior, Canto desierto —ese canto “decantado” durante más de un cuarto de siglo— se adentra en una cuarta dimensión (“el cuarto / de tres muros / donde me refugiaba / mi infancia”). Si los tres tomos previos del poeta —los cuales reunían la cuasi totalidad de sus poemas en tres veces doce poemarios— se pueden concebir como una pirámide de tres caras, Canto desierto —“culminación de la obra poética de Alberto Blanco”, según reza el colofón— bien podría representar el vértice de la pirámide. Y “si el silencio quiere / llegaremos a la cima / de esa pirámide que no se cansa de esperar / el sereno regreso hasta su seno / de todas las criaturas”.Al evocar paisajes reales del Norte de México al mismo tiempo que explora territorios surreales, lúdicos y oníricos, al “buscar”, más allá del bullicio y del ecocidio, “un santuario / para decir la palabra justa / (silencio)”, Canto desierto suscita en nosotros un espacio armónico de revelación y de encuentro. “Ese cántico mineral / de imágenes vírgenes / que se decantan / más allá del llamado de la sangre”, nos abre a una tercera dimensión del canto y hasta a una cuarta: “(silencio)”.​AQ