Descafeinado doble

CísterCatorce, calle Cister, 14, Málaga, España, marzo de 2024“¿Lo parece, señora? No, lo es. Desconozco la palabra parece”.—Hamlet, Acto I, Escena 2, Línea 76.Lo que dice el Príncipe Hamlet a su madre, sobre su dolor sincero después de la muerte de su padre.Nuestro camarero le pasa a mi amigo Alfonso la cuenta de dos cafés descafeinados. Alfonso sale disparado hacia la barra como impulsado por SpaceX.“¿Desde cuándo creen que pueden cobrarnos 7 euros por dos cafés descafeinados?”, dice, echando humo.El dueño, un hombre que tiene la mitad de la edad de Alfonso, pone una cara sonriente, algo que, a mi parecer, le ha costado todos los años de su vida perfeccionar.Alfonso exige ver la lista de precios del bar. Su paciente interlocutor saca una hoja cubierta de plástico y señala el precio de un café doble: 3,50 euros.El alcance de la discusión crece. Un cartel en la pared exterior anuncia tapas a 2,50 euros. Ah, pero el dueño no tiene nada que ver con eso, lo puso la anterior administración.Dos mujeres italianas siguen el alboroto con la mirada y se levantan para unirse a Alfonso. Le comentan que les han cobrado 3,50 euros por cuatro finísimas rebanadas de pan, que acompañaban a sus tapas de 2,50 euros.“Nunca me involucro cuando mis clientes se quejan”, comenta el joven mientras le ofrece a Alfonso un formulario para registrar una queja oficial. Agita ante las narices de Alfonso un grueso fajo de hojas.Alfonso explica a las italianas que una copia de cada formulario quedará en poder del dueño del restaurante y otra en el del cliente. Una tercera tiene que presentarse en persona ante las autoridades municipales el lunes siguiente.Alfonso se sienta en una mesa y empieza a escribir. Al cabo de dos minutos suelta el bolígrafo y se deshace del formulario. “Voy a la policía”, le dice al dueño. “¿O usted prefiere llamarlos antes?”Alfonso consigue a la policía municipal en la línea, que le dice que no acudirá si se trata de una discusión por 50 céntimos.“Es mucho más que eso”, les dice Alfonso. “Muchísimo más”.Una mujer que trabaja detrás de la barra se quita el delantal y sale corriendo. Los dos camareros se apresuran a arrastrar las mesas y sillas sobrantes a un almacén trasero oculto. Las dos italianas nos desean suerte antes de marcharse.Alfonso vuelve a nuestra mesa y me mira. La furia en forma de vapor alrededor de su cabeza empieza a disiparse.Se acerca al bar. Le ofrece al dueño pagar 4 euros por los dos cafés. El dueño muestra una sonrisa falsa. Se dan la mano.Cuando ya estamos en la calle, se acercan dos policías en un coche. Les informamos de la reciente altercación en voz alta, nos alejamos, y vemos al dueño trotar hacía el coche.“¿Está bien expuesta la lista de precios?”, oímos.“Está junto a la barra”, dice el dueño, con su sonrisa de gato de Cheshire.En la carretera de vuelta a Granada, Alfonso comenta que está muy orgulloso de sí mismo. En todo el tiempo que pasamos en el bar, nunca perdió la cordura. Ni una sola vez.AQ