Morir de risa | Por Ana García Bergua

Siempre he querido saber cuál era el chiste que, en un famoso sketch de Monty Python, mata de la risa a quien lo escucha. Es tan eficaz aquel chiste en su cometido, que terminan usándolo como arma de guerra y hasta ganan la Segunda Guerra Mundial. El chiste mortal debía de ser buenísimo. Quizá ese sketch se inspiró en el cuento de lord Dunsany “The Three Infernal Jokes” (“Los tres chistes infernales”) de 1906, en el que un hombre cuya única virtud, según él mismo afirma, es que una mujer le parece tan fea como cualquier otra, recibe por ella y directo del infierno –mediante un cable de cobre que conecta un misterioso mensajero a un pararrayos– tres chistes en hojas diferentes. Con uno de ellos mata a sus comensales en una cena; el siguiente acaba con todos los asistentes al tribunal donde lo juzgan, y no les digo el final. Tampoco Lord Dunsany revela los chistes asesinos; al parecer, uno era de irlandeses, como él mismo. Y una vez utilizados, los chistes se borran de la página.Si tenemos sentido del humor, no será extraño el recuerdo del fuerte dolor de estómago cuando no podemos parar de reír. Nos retorcemos y la risa viene con espasmos repetidos, acompañada de lágrimas y una sensación de ahogo que, dadas ciertas condiciones fisiológicas, puede llamar a la Parca. Pienso en el tipo de chistes que desencadenarían esta risa; quizá son como los de Monty Python: los chistes absurdos, los que causan sorpresa, como algunas escenas del cine mudo. Pero también reír por maldad puede producir el mismo efecto; el filósofo griego Crisipo murió de la risa en el siglo III a.c. por darle vino a su burro y ver cómo trataba de comer higos, como ilustra la Wikipedia que tiene una entrada sobre este fenómeno. Un ejemplo que no trae es el de Charlie Parker, quien murió cuando reía viendo por la televisión un sketch de su infancia en el show de Ed Sullivan. El gran músico ya estaba muy enfermo y esa risa fue la gota que derramó el vaso; ahí la risa es parte de una tragedia.Pero el complemento de morir de risa es morir por hacer reír; ese fue el caso de Jean Baptiste Poquelin alias Molière, quien actuaba su papel de Argan en El enfermo imaginario en el Palacio de las Tullerías cuando sufrió un ataque. Mijail Bulgákov escribió una biografía donde cuenta cómo el actor se desplomó en un sillón cuando su personaje hipocondriaco juraba ante la Facultad de Medicina: “Pero al momento el bachiller lanzó una carcajada y gritó: —¡Juro!”Uno puede imaginar las carcajadas del público, que no se dio cuenta de nada. ¿Qué habrá sentido Molière? Después de todo esto, no sé si quisiera morir de risa, pero aun así me gustaría saber el chiste de los Monty Python.AQ