La diplomacia de la fuerza

Ayer, desde la embajada estadunidense en México, el senador republicano Ted Cruz articuló lo que muchos analistas consideran la nueva doctrina de seguridad hemisférica de la administración Trump : “México debería aceptar nuestra oferta como amigos, tal y como hizo Colombia con el Plan Colombia”. La respuesta de la Secretaría de Relaciones Exteriores fue categórica: “Las funciones en materia de seguridad dentro del territorio de nuestro país corresponden exclusivamente a las autoridades mexicanas”. Este intercambio diplomático revela las tensiones estructurales que definirán la relación bilateral en los próximos años: la tensión entre eficacia operativa y soberanía nacional, entre cooperación y subordinación. La insistencia del senador Cruz en citar cifras específicas no es casual. Según sus declaraciones, los cárteles mexicanos pasaron de ganar 500 mdd en 2018 por tráfico de personas a 13 mmdd en 2024, un incremento de 2,600 por ciento. Estas cifras revelan el núcleo de la preocupación estadunidense: el crimen organizado mexicano ya no es sólo un problema de seguridad pública, sino una amenaza a la seguridad nacional norteamericana. La referencia constante al Plan Colombia no es retórica vacía. Washington ve en ese modelo una plantilla exitosa: una intervención “invitada” que logró resultados tangibles sin la carga política de una invasión unilateral. Estados Unidos busca el control operativo de una frontera que considera porosa, la reducción del flujo de fentanilo que causa más de 100 mil muertes anuales en su territorio, y la consolidación de una nueva doctrina de seguridad hemisférica bajo Trump . La respuesta de la SRE, aunque diplomáticamente medida, refleja décadas de experiencia histórica. La cooperación binacional, insiste la Cancillería, “debe darse bajo los principios de responsabilidad compartida, confianza mutua, pleno respeto a nuestras soberanías y territorio, y cooperación sin subordinación”. Esta posición no es caprichosa. México ha construido su política exterior moderna sobre tres pilares fundamentales: no intervención, autodeterminación de los pueblos y solución pacífica de controversias. Las motivaciones mexicanas incluyen la preservación de la soberanía como principio constitucional irrenunciable, evitar el precedente de intervención militar extranjera, mantener la legitimidad ante una opinión pública históricamente sensible a la injerencia estadunidense, y evitar la estigmatización internacional como “Estado fallido”. Aquí radica el verdadero dilema. Cruz no está completamente equivocado cuando cita los éxitos de El Salvador contra las maras o de Colombia contra los cárteles. México enfrenta un problema real: los cárteles controlan territorios extensos, desafían abiertamente al Estado y generan niveles de violencia comparables a conflictos armados internacionales. Sin embargo, la solución no puede venir al costo de la soberanía nacional. El escenario óptimo para ambos países requiere creatividad diplomática y realismo político. Debe incluir intercambio de inteligencia en tiempo real, tecnología de vigilancia satelital y sistemas de comunicación encriptada que permitan operaciones coordinadas sin presencia física de tropas extranjeras. También entrenamiento de fuerzas mexicanas en territorio estadunidense o en bases mexicanas con instructores de EU, respetando siempre la jurisdicción mexicana. Se requiere además un plan financiero robusto que incluya no sólo recursos para operaciones militares, sino inversión en desarrollo social en zonas controladas por cárteles. La historia de las relaciones México-EU demuestra que los mejores acuerdos son los que reconocen las asimetrías de poder sin humillar a la parte más débil. El TLCAN, ahora T-MEC, funciona porque cada país mantiene su soberanía regulatoria en áreas sensibles mientras coopera en el interés mutuo. Washington debe entender que la eficacia a corto plazo no puede construirse sobre la humillación a largo plazo de su socio más importante en América Latina. México, por su parte, debe reconocer que el problema del crimen organizado requiere soluciones que pueden exceder sus capacidades actuales, sin comprometer sus principios fundamentales. La respuesta no está en aceptar o rechazar ofertas, sino en construir juntos una tercera vía que sea efectiva para Estados Unidos y digna para México. Columnista: Yuriria Sierra Imágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0