El 31 de agosto de 1985, una multitud enardecida persiguió, capturó y estuvo a punto de linchar a Richard Ramírez, el criminal que en los dos últimos años había matado a ancianos, hombres, mujeres y niños sin que la policía pudiera dar con él. La sobreviviente que permitió identificarlo, el juicio televisado que lo condenó, su indiferencia ante la pena de muerte y el amor que le llegó en la cárcel