Villahermosa arde: las balas y el miedo quebraron la calma de Tabasco

DOMINGA.– Cuando llego a Villahermosa, esa ciudad de Tabasco que en una época del año arde a más de 40 grados, la percibo serena, casi adormecida, con una tranquilidad de pronto inquietante. Pero, a pesar de las advertencias de las noticias y las voces alarmadas de algunos amigos, la recorro con sensación de seguridad.Es una ciudad pequeña, que aún no alcanza el millón de habitantes. Apenas 972 mil almas respiran en sus calles. En auto, cualquier punto puede estar a sólo 15 minutos de distancia, incluso el aeropuerto. Esa cercanía le daba un aire casi de pueblo grande, donde todo es alcanzable y nada parece demasiado lejos, ni siquiera la violencia, hasta que llegó.He caminado ciudades donde la violencia se percibe en el aire como el olor de una tormenta inminente. Pero aquí, hasta finales de 2023, no había nada que activara mis alarmas, ningún indicio que rozara mis límites de tolerancia. Todo cambió el 22 de diciembre, cuando un tiroteo irrumpió en la quietud del Club Campestre, uno de los enclaves más exclusivos de Villahermosa, donde residen empresarios y funcionarios públicos. Aquella noche, las detonaciones quebraron la burbuja. Se habló de una persecución entre vehículos que terminó en enfrentamiento con la seguridad privada. Pero la versión oficial fue una mentira más. Desde entonces, algo se quebró. O quizá, simplemente, algo se reveló: que Villahermosa ya estaba tomada, que la delincuencia no era un rumor lejano, sino una presencia enquistada en los pasillos del poder. Después vinieron los motines en dos penales. Dieciséis vehículos incendiados en distintos puntos de la ciudad. El miedo caminaba descalzo por las avenidas, dejando huellas de ceniza. Y como si esa combustión no fuera suficiente, cuando finalizaba el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, en noviembre de 2024, casi un año después, Villahermosa volvió a arder –esta vez de forma literal y desgarradora– cuando un grupo armado irrumpió en el antro DBar: seis muertos, diez heridos.La ciudad, entonces, dejó de fingir su calma. Comenzó entonces a percibirse la angustia de su población. Ambos hechos se volvieron símbolos: uno en la cima, en el fraccionamiento de élite; otro en la noche popular, entre música y alcohol. Dos puntos extremos que enmarcan el mismo temor.Las tragedias tienen rostro. Villahermosa ha vuelto a arderRecorro Villahermosa de norte a sur, de este a oeste. Son las siete de la noche en cualquier día de enero, febrero, marzo, abril o mayo y las calles, avenidas y plazas comerciales están vacías. Nadie lo ordenó, pero la gente ha impuesto su propio toque de queda. Se cuidan entre ellos con mensajes en los grupos de chat: “no vayas para allá”, “acaban de matar a uno”, “hay un bloqueo”. Cada advertencia es una línea más en el mapa del miedo.En las calles aparecen los rastros: zonas acordonadas por crímenes, convoyes de la Guardia Nacional, patrullas del Ejército con vehículos artillados. Historias que se repiten: un disparo en la cabeza; un ataque en moto; un video viral mostrando a un joven desangrándose en medio de una plaza comercial.Villahermosa es pequeña. Las tragedias tienen rostro, voz: una señora me dijo que iría a la misa de cuerpo presente de un amigo, uno de los muertos en el DBar. Otra me contó que su sobrino recibió balazos en ambas piernas durante el mismo ataque. No son anécdotas lejanas. Son heridas abiertas.Y he sido testigo de incendios: dos Oxxos devorados por las llamas, una camioneta ardiendo mientras un hombre vaciaba una cubeta de gasolina. Pensé en bajarme a ayudar, creyendo que se trataba de un accidente. Pero no. Era fuego con intención. Luego vi cómo en un puente bajaban a un hombre de su auto. Iban a prenderle fuego. Todos dimos reversa al mismo tiempo, como si retroceder pudiera alejarnos del horror. Durante días me dediqué a escuchar. Las voces del pueblo son más elocuentes que cualquier boletín de prensa:–¡Ala!, están disparándose.–¡Ala mecha!, ya mataron a otro.–¡Ala máquina!, están quemando carros. “Ala madre, Villahermosa arde”, pensé.La ciudad ha vuelto a arder. Y el miedo, también, tiene estadística. Entre enero y mayo de 2024, la cifra alcanzó los 246 muertos. Un promedio de 1.64 ejecuciones diarias. Una muerte al día. En la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, correspondiente al cuarto trimestre de 2024, 95.3% de la población tabasqueña dijo sentirse insegura. Villahermosa superó incluso a Uruapan, Michoacán, y Culiacán, Sinaloa. Y en lo que va de 2025, la situación no ha sido muy diferente.Los dos hechos –el del Club Campestre y el del DBar— no fueron accidentes. Fueron el estallido de una verdad más profunda. En el Campestre vivía (y digo vivía, porque hoy está prófugo) Hernán Bermúdez Requena, exsecretario de Seguridad Pública del entonces gobernador, Adán Augusto López. Hoy es señalado como el jefe de la organización criminal conocida como La Barredora, a quién se le atribuye esta ola de inseguridad.Disparos entre mandos de La Barredora y CJNGEl 22 de diciembre de 2024 no fue una disputa entre particulares, como dijeron por radio. Fue una guerra interna. Un vecino me contó que los disparos no fueron entre extraños, sino entre miembros del mismo grupo: mandos de La Barredora peleando con el Cártel Jalisco Nueva Generación. La pelea por el poder apenas comenzaba. Hubo dos muertos, ambos policías. Sus cuerpos fueron ocultados y hallados meses después, ya en la frontera de Tabasco y Chiapas.Recordé que, en 2006, cuando en Michoacán el grupo criminal de la Familia Michoacana se iba apropiando poco a poco de los pueblos, un presidente municipal me contó que los criminales le ofrecieron todo el poder político, a cambio del control total sobre su aparato policiaco. Tenía mucho sentido porque si cuentas con el control de la policía, tienes el control de los uniformes, tienes el control de las armas y tienes el control de la impunidad. Lo mismo ha ocurrido en Tabasco. Lo mismo en el Bajío, en Tamaulipas, en Coahuila. En Ciudad Juárez, Chihuahua, incluso, los propios policías remataban a los enemigos del cártel. El uniforme se ha vuelto camuflaje. Una piel más para el crimen. Joaquín Guzmán LoeraEl Chapo fue fotografiado en uniforme militar. Y quién no recuerda el escudo de las Fuerzas Especiales de Arturo, que portaban en sus uniformes los integrantes de la célula de protección de El Botas, Arturo Beltrán Leyva.En Villahermosa, el exsecretario de Seguridad Pública, con todo y su uniforme policial fue señalado como jefe de La Barredora. Por eso el caos. Porque el gobierno se resistía a ceder el poder, y el cártel rival no estaba dispuesto a esperar. Por eso la violencia llegó no sólo a Saloya, Gaviotas o Indeco –en las zonas periféricas de la capital tabasqueña– sino al corazón de la ciudad, al fraccionamiento Campestre.La guerra sigue. Dejará más muertos. Pero incluso con todo esto, Villahermosa, en mi memoria, conserva algo de su alma tranquila. No es aún como otras regiones donde la vida y la muerte se deciden en segundos y a plena luz del día. Hace unas semanas, en Bosques de Saloya, hablé con una señora que me explicó lo que los informes nunca dicen:–Anoche les cayeron aquí, donde está el punto. Tampoco crea que son maleantes. Son familias. Viven de eso. Ni armas tienen para defenderse. No son como los otros, los que llegaron. Esos sí traen de todo.Una trabajadora del gobierno me resumió lo que muchos piensan:–Aquí en mi Villahermosa la gente es bronca, sí, pero no de pistola. Se agarran a golpes, a lo mucho. A lo máximo, un MC1 –un mangle colorado de un metro–, eso sí.Villahermosa arde, sí. Pero no ha perdido del todo su costumbre de resistir en silencio. Y en esa resistencia, aún hay quienes creen que la paz puede volver a encenderse. No como fuego, sino como luz.GSC/ATJ