Teresa es una señora de 93 años con una memoria excelente. Para ella, la historia reciente está tejida de recuerdos. Nacida en un mundo sin apenas vacunas, los estragos de los virus y las bacterias dejaron un rosario fúnebre de nombres propios. Aquella amiga del colegio, su prima más querida o los gemelos de la tienda de la esquina. Niños muertos o con secuelas permanentes por la imposibilidad de vencer unas enfermedades cuyo anuncio hacía empalidecer a los padres. Eran males de rezos, impotencia y crespón negro. Ella vivió el final del miedo. Sus hijas ya disfrutaron de un plan de vacunación. Ahora se pregunta qué jugarreta del destino afectará a sus futuros nietos.