No hay dónde huir: así se sobrevive en la ciudad de Gaza cuando no hay sitio ni para una tienda de campaña

El primer ministro israelí sacó pecho el lunes 8 de septiembre ante los pilotos reunidos para la ocasión en el centro de mando de la fuerza aérea. “Hace unos días les prometí que destruiríamos los rascacielos terroristas de Gaza. Eso es exactamente lo que estamos haciendo. En los últimos dos días, la fuerza aérea ha destruido 50 rascacielos de este tipo” , dijo todo ufano Benjamín Netanyahu. Aún está por describir la definición de “rascacielos terrorista”, pero el jefe del gobierno israelí dejó claro que reducir el horizonte de la ciudad de Gaza a un montón de piezas de Lego era el preludio de la operación terrestre generalizada. Y concluyó, dirigiéndose al millón doscientos mil palestinos que sobreviven allí: “Escúchenme atentamente, ya se les ha advertido, ¡salgan de ahí!” . Su alocución a los pilotos fue seguida por una de las ya tristemente famosas publicaciones en X del portavoz en árabe del ejército israelí, Avichay Adraee, en la que se transmitía la orden de desplazamiento forzoso. Esta vez, en el mapa satélite, tres flechas amarillas atraviesan la ciudad de Gaza de este a oeste y una cuarta, enorme, señala el sur. La población de la ciudad de Gaza estaba esperando la orden desde que el 8 de agosto el gabinete de seguridad israelí ratificó el objetivo de la conquista total de la ciudad, tal y como documentó Mediapart aquí . Barrio tras barrio, los habitantes comenzaron a desplazarse hacia el centro de la ciudad, cada vez más cerca del mar. El 20 de agosto, Netanyahu anunció que quería “ir rápido”, y Mediapart relató el terror de los residentes, muchos de los cuales ya habían sido desplazados en varias ocasiones. Desde hace dos días, las torres de viviendas, una tras otra, son una diana para las fuerzas israelíes . “No se trata solo de operaciones militares”, explica Ayham Loubbad desde la ciudad de Gaza a Mediapart. “Es una guerra psicológica, una forma de tocarnos en lo más profundo, de decirnos que nos lo están quitando todo.” Este joven de 24 años, empleado de una organización humanitaria local, añade: “Ayer bombardearon la torre Al-Roya. Hubo mucho ruido, mucho polvo, si estás cerca te asfixias . Cientos de familias se han quedado sin nada, las que vivían en la torre y las que vivían alrededor en tiendas de campaña. Pero lo esencial no es eso. Al-Roya, antes de la guerra, era un lugar de convivencia para los habitantes de la ciudad de Gaza. Había un gimnasio, mi favorito. Y también restaurantes donde íbamos los viernes. Todo el mundo en la ciudad de Gaza tiene recuerdos relacionados con Al-Roya. Israel está matando nuestra ciudad, nuestros recuerdos, nuestra sociedad.” El urbicidio, documentado por Mediapart hace más de un año, continúa. Ayham es testigo del destino que les espera a los barrios de la ciudad ya sin habitantes, obligados a huir bajo las bombas y ante el avance de los tanques, los robots explosivos, los drones asesinos y la infantería . Su familia y él abandonaron precipitadamente el 2 de agosto la casa familiar de Zeitoun, un barrio al sur de la ciudad vieja de Gaza,  que habían reformado tras su regreso del sur gracias al alto el fuego del pasado mes de enero. Volvió allí hace dos días, después de que sus vecinos le avisaran de que había sido parcialmente destruida y corría el riesgo de ser saqueada. Según sus estimaciones, el 85 % del barrio ha quedado arrasado y está irreconocible. “Tengo suerte, mi casa está entre el 15 % restante”, y por teléfono se le oye sonreír levemente. Ayham ha recuperado lo que ha podido y ha empaquetado algunas cosas para el invierno, porque ni él, ni nadie en Gaza, cree ya en un pronto final de esta guerra genocida. “Lo que más me entristeció fue ver a los vecinos destrozar sus muebles aún intactos. Me dijeron que querían venderlos como leña o para cocinar, para pagarse el transporte hacia el sur” , continúa Ayham. La obsesión de todos en la ciudad de Gaza es marcharse, seguir las flechas amarillas del mapa difundido por el ejército israelí. “Es de lo único que hablamos, en familia, entre amigos, entre compañeros de trabajo. Es nuestro único tema de conversación”, relata. “Y, por desgracia, todos llegamos a la misma conclusión: no sabemos adónde ir. No podemos ir a ningún lugar. No hay sitio alguno. En todo el sur hay tiendas de campaña, la gente está apiñada. Ni siquiera hay sitio para montar una tienda de campaña”, añade. Ni siquiera con la suma necesaria, exorbitante, lo mismo que la escasez de todo: “ Hoy en día, te piden 1.200 euros por una tienda de campaña y, como no hay sitio, hay que pagar unos 250 euros por alquilar un lugar donde instalarla, y también hay que pagar unos 760 euros por la instalación de letrinas, por lo que ahora hablamos de familias que necesitan unos 2.500 euros solo para ir a vivir a una tienda de campaña en el sur. No en un apartamento ni bajo ningún techo de obra. En una tienda de campaña”. Y todo ello en efectivo, por supuesto, que ahora solo se puede conseguir en Gaza pagando comisiones muy elevadas a los intermediarios. Ayham ha ido tres veces en dos semanas a Deir al-Balah , en el centro del territorio, y a zonas un poco más al sur, para buscar alojamiento. Cada vez tiene que coger un tuk-tuk , uno de los pocos medios de transporte que aún funcionan en el enclave, y gastar unos veinte euros en el viaje de ida y vuelta. Cada vez ha vuelto sin nada. Todos los días llama por teléfono a sus amigos y contactos al otro lado del “corredor de Netzarim”, que marca la frontera de facto entre el norte y el sur del territorio, creada desde cero por las excavadoras y los tanques israelíes. "El portavoz del ejército, Avichay Adraee, nos lo ha dejado claro: por ahora no hay ningún puesto de control en Netzarim, por lo que podemos salir libremente con nuestras pertenencias, pero pronto tendremos que pasar a pie y sin llevar casi nada. Así es como nos incitan a abandonar la ciudad de Gaza», explica Ayham. Pero ha visto a familias enteras regresar después de intentar irse al sur : “No han encontrado nada allí. Así que se dan la media vuelta. Pagan dos veces el transporte y regresan a la zona que deben evacuar. Están prácticamente arruinados y siguen corriendo el mismo peligro”, narra el joven. Porque solo el transporte cuesta alrededor de 750 euros, ya sea en tuk-tuk o en camión. La especulación influye, evidentemente, pero también el precio del combustible, la gasolina, el diésel o el gas, que cuestan respectivamente 76, 38 y 130 euros el litro. Aunque se puede encontrar más barato: la gasolina made in Gaza . Al sur de la ciudad de Gaza, a lo largo de la carretera costera Al-Rachid, existe un espacio digno de las películas apocalípticas más sombrías. Ayham y otras personas nos lo describieron así: un universo cubierto de materia negra y viscosa, formado por pequeñas fábricas en las que se quema todo lo que puede contener petróleo, objetos de plástico de todo tipo y ropa. Tras múltiples operaciones de filtrado se obtiene un líquido que se presenta como combustible. Evidentemente, ninguna de las personas que trabajan en esas unidades está protegida ni se respeta ninguna norma. El líquido, una vez embotellado, se vende al borde de las carreteras a 28 euros el litro. “Solo funciona en los tuk-tuks y en los camiones grandes”, indica Ayham. “Uno de mis amigos lo probó en su coche y le estropeó el motor”. Ayham y sus compañeros, como todos los habitantes de la ciudad de Gaza, ya no saben a quién creer ni qué hacer, agotados por la incertidumbre, agobiados por las múltiples órdenes de desplazamiento, perdidos entre las propuestas de alto el fuego aceptadas por unos, ignoradas o rechazadas por otros, por las bravuconadas de Donald Trump, que, una vez más, el domingo 7 de septiembre, anunció que estaban cerca de alcanzar un acuerdo, al tiempo que lanzaba una “última advertencia” a Hamás. “Vivimos en una pesadilla. En una pesadilla sin fin. Hace falta un milagro. Es lo único que queda: un milagro”, dice antes de colgar. A modo de milagro, Israel lanzó un ataque aéreo contra un país soberano, Qatar , que lleva casi dos años mediando para poner fin a la guerra y liberar a los rehenes. Tel Aviv tenía como objetivo a los líderes de Hamás, reunidos para hablar de la última propuesta de Donald Trump. Y, por tanto, la posibilidad de liberar a todos los rehenes para poner fin al genocidio. Traducción de Miguel López