Corría el mes de agosto del año 1935, en plena canícula estival, mientras los hombres del campo trillaban y aventaban el grano de una cosecha que se antojaba más que necesaria para los tiempos que se vislumbraban. Un «cura» regordete subía la cuesta del Brillante cordobés en una tartana de coche acompañado del hermano Adrián Touceda, Superior de la incipiente clínica que empezaba a tomar forma en la conocida Huerta de San Pablo. Las chicharras no paraban de cantar. Entre tanto, los pañuelos de ambos frailes se empapaban de sudor por el insoportable bochorno del mediodía.