Ahora mismo, mientras escribo, mientras empiezo la columna a la que voluntariamente me até hace ya tantos años (siguiendo, acaso, la larga tradición de los anacoretas estilitas, cuyo principal patrón es san Simeón), bajo mi ventana están pasando los niños para el colegio. Me fascina esa algarabía, ese aluvión de risas, de voces, alguna queja también… Tan chicos y con tanta energía, con tanta vida por delante, con la inocencia de no saber que los perros de la guerra ya corren por Europa, por el mundo. La imagen de la paz es los niños yendo al colegio. La imagen de la guerra es Putin, es Trump, es Netanyahu, esos tipos que en vez de llevar a sus nietos al cole y comprarles chocolatinas a escondidas se dedican a meter al mundo en una oleada de destrucción para calmar una ambición que no puede ser saciada.