El día que Burgos perdió para siempre un tesoro de Isabel la Católica por un “regalo” a la reina madre

El 12 de septiembre de 1845, la ciudad de Burgos vivió uno de los acontecimientos más destacados de su historia reciente: la visita oficial de Su Majestad la Reina Isabel II, quien llegó acompañada de su madre, la Reina María Cristina, y de su hermana, la Infanta María Luisa. La comitiva fue recibida con las solemnidades propias de la ocasión, en un ambiente aún impregnado por la emoción del reciente fin de la Guerra Carlista, que durante siete años desgarró España. Los burgaleses, enardecidos por la esperanza de unidad tras el conflicto, llenaron las calles con todo tipo de muestras de afecto hacia la joven soberana. Como parte de su recorrido, la reina visitó tres de los enclaves más emblemáticos de nuestro patrimonio: la catedral gótica de Santa María, el Monasterio de las Huelgas y la cartuja de Miraflores, joya del arte funerario del siglo XV. Fue precisamente en esta última, custodiada entonces por la Comisión de Monumentos tras la exclaustración de los monjes, donde se desarrolló un episodio que marcaría para siempre la historia del arte y el patrimonio nacional. Durante la estancia de la reina madre en la cartuja, el Jefe Político de entonces, Mariano Muñoz y López (el equivalente a un gobernador civil), en un gesto que pretendía honrar su presencia, hizo colocar en sus aposentos un retrato original de Isabel la Católica, del artista Juan de Flandes, realizado durante una de las visitas que la reina realizó al templo burgalés mientras Gil de Siloé esculpía el sepulcro de sus padres, Juan II e Isabel de Portugal. Y que había permanecido en Burgos desde los días de la propia Reina Católica. La obra, trasladada allí para protegerla de los disturbios políticos tras la expulsión de los monjes, se hallaba hasta entonces en depósito seguro. El retrato causó tal impresión en María Cristina que no dudó en alabarlo repetidamente. Ante la evidente fascinación de la reina madre, el gobernador, quizás más movido por el deseo de agradar que por el criterio de conservación histórica, decidió ofrecerle la pintura como obsequio. Ella, profundamente agradecida, aceptó el regalo y lo mantuvo en su colección privada con gran aprecio. Así fue como un tesoro artístico que durante siglos había permanecido en Burgos partió para siempre, rumbo a París, al Palacio de Castilla, y posteriormente a Madrid, al Palacio Real, donde aún permanece en las colecciones reales. Una pérdida silenciosa, disfrazada de cortesía, que privó a la ciudad de una de sus más valiosas reliquias, sin que se hayan cumplido las multiples promesas de su devolución a la cartuja de Miraflores Aquel retrato de Isabel la Católica sigue hablando, desde Madrid, de un episodio que bien podría resumir el destino de muchas otras joyas del pasado: obras que, por caminos imprevistos, se alejan del lugar que las vio nacer.