El verano de 2025 pasará a la memoria de todos los españoles por los incendios forestales que devoraron miles de hectáreas y las olas de calor que mantuvieron en vilo a medio país. Sin embargo, lejos de lo que podría pensarse, el año hidrológico que termina el próximo 30 de septiembre será más lluvioso de lo habitual. Las precipitaciones acumuladas desde el 1 de octubre de 2024 hasta el 9 de septiembre de este año alcanzan los 663 litros por metro cuadrado, un 9% más de lo normal, según ha explicado este viernes la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). El dato sorprende porque en la percepción ciudadana pesa más el verano abrasador y seco que los temporales de otoño, invierno y primavera que han ido sumando litros a los embalses y acuíferos. Sin embargo, el balance pluviométrico no engaña: España ha tenido un año de lluvias abundantes, aunque muy desiguales en su reparto. Según la Aemet, el superávit de precipitaciones se ha concentrado sobre todo en el Levante —con especial intensidad en la región de Murcia —, en el cuadrante suroeste y en el interior peninsular. En cambio, la franja del litoral cantábrico (desde el este de Lugo hasta el norte del País Vasco), el sureste peninsular (excepto Murcia) y ambos archipiélagos han registrado cantidades por debajo de la media del periodo 1991-2020. Solo el norte y este de Mallorca y la vertiente septentrional de La Palma y La Gomera se libran del déficit en las islas. Además, septiembre ha llegado cargado de lluvias en buena parte del país. Solo en la primera semana se superaron los 30 litros por metro cuadrado en la mitad occidental de Galicia, el Pirineo oscense y oriental y el norte de Barcelona, donde se alcanzaron puntualmente los 80 litros . También se rebasaron los 40 litros en puntos de Castellón y en Mallorca. Vigo/Peinador (51 l/m²), Palma de Mallorca/Son San Juan (48) o Reus/Aeropuerto (48) están entre los observatorios que más lluvia registraron en esos días. Este ejercicio pluviométrico mantiene la tendencia que ya se vio en el anterior año hidrológico, que fue el más húmedo de los últimos cuatro y el número 26 desde que comenzó la serie histórica en 1961. En aquel periodo se acumularon 671 litros por metro cuadrado en la Península, un 5% más de la media climática. «Fue un año de contrastes: muy húmedo en el noroeste y muy seco en el sudeste y Canarias», recordaba entonces la Aemet. En el oeste de Galicia se superaron los 2.500 litros por metro cuadrado, mientras que en algunas zonas de Almería y Murcia no llegaron ni a 80. La gran paradoja de este balance es que, a pesar de dos años consecutivos con lluvias por encima de la media, la sequía de larga duración no ha desaparecido del todo. La Cuenca del Ebro, buena parte de Andalucía y el País Vasco siguen en situación de sequía meteorológica. «Hay que recordar que venimos de dos años extremadamente secos y que el déficit de agua no se corrige de un día para otro», explica Javier Serrano, meteorólogo de la Aemet. Para entender este patrón es necesario mirar al clima con perspectiva. Serrano señala que el incremento de las lluvias en los dos últimos cursos no significa que España se esté volviendo más húmeda: «El cambio climático no implica que llueva más de forma generalizada, sino que las lluvias se vuelven más irregulares y concentradas. Cada vez tenemos más episodios de precipitaciones intensas en poco tiempo, lo que se traduce en tormentas torrenciales, riadas y un mayor riesgo de inundaciones». El meteorólogo también indica que el calentamiento global ha elevado la temperatura media del planeta en más de 1,1ºC respecto a la era preindustrial y eso se traduce en una atmósfera con mayor capacidad de retener humedad: «Por cada grado que aumenta la temperatura, la atmósfera puede contener alrededor de un 7% más de vapor de agua. Eso significa que, cuando se dan las condiciones para que llueva, la descarga de agua es mucho mayor que en el pasado». Un ejemplo de este fenómeno fue la dana de octubre de 2024, que dejó registros históricos en la Comunidad Valenciana, el sur de Cataluña y Baleares. En algunos puntos del litoral mediterráneo se recogieron en 24 horas cantidades equivalentes a la lluvia de todo un mes, provocando graves inundaciones, daños en cultivos e infraestructuras y el desbordamiento de varios barrancos. «Ese episodio marcó el inicio del año hidrológico y explica en buena medida el superávit de precipitaciones que hoy registramos», apunta Serrano. El problema, según los expertos, es que este tipo de lluvias intensas no siempre son aprovechables. Buena parte del agua se pierde rápidamente en forma de escorrentía, sin infiltrarse en el terreno ni recargar los acuíferos. «Necesitamos sistemas de drenaje y de almacenamiento que permitan aprovechar mejor estas lluvias, porque, si no, el agua se va al mar y el territorio sigue sufriendo estrés hídrico», advierte el meteorólogo. Aemet subraya que el desafío de los próximos años será gestionar un régimen de lluvias más extremo y errático. «Tendremos periodos prolongados de sequía seguidos de episodios de lluvias muy intensas. Esto obliga a adaptar las infraestructuras hidráulicas, mejorar la planificación urbana y reforzar los sistemas de alerta temprana para evitar víctimas y minimizar daños», concluye Serrano.