Magdalenas y flores

“El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre y, para nombrarlas, había que señalarlas con el dedo”. Es una de las primeras frases, ya lo saben, de una de las obras más leídas en nuestro idioma, Cien años de soledad , de Gabriel García Márquez. Pienso en ella, algo más que una frase perfecta, una idea casi política, lo que no podemos nombrar no deja por ello de existir, pero no lo hace de una forma concreta. Nombrar un dolor, y no señalarlo solamente, es importante , es dar presencia verbal a una realidad que ya acontece. Nombrar tiene consecuencias. Las tiene también pronunciar algunas palabras terribles, llamar por su nombre al maltrato, por ejemplo, o poder nombrar un genocidio que se sucede en imágenes en nuestra propia mano. Escucho a José Luis Martínez-Almeida , nuestro alcalde de Madrid, expresar en el Debate del Estado de la Ciudad, que, para él, en Gaza no hay un genocidio. Que no le gusta lo que ve, pero que genocidio fue lo del pueblo judío en la Segunda Guerra Mundial. Que no hay pruebas, ha dicho posteriormente, que utilizar las palabras con una finalidad política es banalizar lo que sucede: “Cuando se está hablando de un genocidio se debe estar muy seguro de que se está produciendo, con pruebas de que se esté produciendo”. Estoy de acuerdo con esto último. Porque lo estamos señalando con el dedo, y tiene nombre . Ellos también lo señalan, pero no van a nombrarlo. El delito de genocidio, según lo define la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de Naciones Unidas, se refiere a actos cometidos con la intención de destruir, de manera total o parcial, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. La relatora especial de Naciones Unidas para los territorios palestinos ocupados , Francesca Albanese , en su informe Anatomy of a Genocide, que presentó en marzo de 2024 ante el Consejo de Derechos Humanos, advirtió que hay motivos razonables para creer que Israel ha cometido tres actos genocidas conforme a la Convención de Genocidio. En diciembre del año pasado ya afirmó: “El tribunal de la historia nos juzgará. Y su conclusión será implacable con los que niegan que hay genocidio en Gaza”. Pero no es la única que lo dice: expertos en derecho internacional, Amnistía Internacional, académicos y centenares de expertos en genocidio. Según la Autoridad Nacional Palestina, a primeros de año, la población gazatí se había reducido en un 6% desde el inicio de la guerra. En enero, la cifra de muertos llegaba a 55.000 personas. Y más de cien mil habían abandonado el territorio. Hoy, nueve meses después, sabemos que son muchos más. Diez mil muertos más. Diez mil personas. Diez mil vidas más. Son, en total, desde octubre de 2023, más de 18.000 niños y niñas asesinados. O muertos de hambre. Solo escribirlo hace que pensemos bien las palabras que utilizamos. Lo que a mí me parece, señor Almeida, puestos a decir o a escribir sin ser ninguna voz autorizada, es que no hay genocidios grandes o pequeños. La política sabe muy bien que las palabras importan, que afirmar algo así no es la expresión de un ciudadano cualquiera, porque nombrar realidades nos permite concretar su existencia, tipificarlas, y permite que sean señaladas con la mayor precisión y tengan consecuencias. Y es lo que me violenta cuando escucho a la compañera del alcalde, un rango más allá, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, decir en una entrevista que esto no se soluciona con Israel llevando magdalenas y flores a Hamás, porque mientras ella dice eso, personas siguen muriendo. Dice que nadie quiere saber nada de esta gente que tiene que ver con Hamás. “Esta gente”. Eso, y otras tantas barbaridades que pronuncia, es banalizar la guerra y la violencia. Como madrileña a la que le ha tocado padecer estos gobiernos, me gustaría pedirles a aquellos que nos representan a todos y todas, que se piensen dos veces las palabras que utilizan cuando salvaguardan sus intereses políticos y económicos locales y regionales, que se arriesguen alguna vez a dejar esa soberbia mundana de lado para abrazar, al menos, la duda, que muestren cierta humildad y algo de respeto, porque las palabras también son armas cargadas de pasado . Y el mundo, alcalde, presidenta, ya no es tan reciente.