Intuimos que el final del verano se acerca cuando las altas temperaturas se moderan, el sol se esconde unos minutos antes cada día o usamos alguna prenda de abrigo a primeras horas de la mañana. Pero cada año se repite un evento que marca de forma precisa la clausura de esta típica estación vacacional, más allá de la fecha señalada en nuestros calendarios: el inicio del nuevo curso. La tan temida por muchos alumnos y esperada por otros tantos padres “vuelta al cole”. Al margen de las recomendaciones que recibimos a través de la televisión, la radio y distintos medios digitales, y que resultan útiles para que los estudiantes empiecen este período “con buen pie”, es importante despertar o estimular en ellos esa curiosidad innata que poseen y que les ayudará a formarse para alcanzar sus sueños en el futuro. Pero… ¿por qué solo satisfacemos el deseo de aprendizaje hasta la adolescencia, la juventud o, en el mejor de los casos, hasta cumplir la vida laboral, si nuestra actividad profesional así lo exige? Al hacernos mayores, desafortunadamente dejamos de alimentar nuestros cerebros con nuevos conocimientos; nos volvemos perezosos intelectualmente, abandonándonos desde el punto de vista cognitivo. Damos equivocadamente por hecho que hemos rebasado nuestras capacidades, que ya no tenemos la edad adecuada y que es demasiado tarde para cumplir cualquier inquietud cultural o formativa. Sí, es evidente que la capacidad de nuestro “disco duro cerebral” y la energía mental no son las mismas que años atrás, pero el tiempo y la experiencia nos hacen más capaces en muchos otros aspectos. Con los años adquirimos mayor claridad y comprensión, nos adaptamos mejor y somos más precisos y críticos para alcanzar los objetivos que nos marcamos. Además, debe motivarnos el hecho de saber que ese esfuerzo o trabajo mental tendrá un efecto muy beneficioso en nuestra salud, ya que está demostrado que las personas “menos jóvenes” que se mantienen activas en este sentido presentan menor riesgo de declive cognitivo o pérdida de capacidad funcional cerebral. Asimilar nuevos conceptos también es un remedio natural muy efectivo para mejorar la autoestima y la confianza de aquellas personas veteranas que en muchas ocasiones se sienten apartadas o poco útiles en esta sociedad actual, poco amable y tecnológicamente voraz con las generaciones nacidas en el siglo pasado. Acudir a talleres de lectura o recibir clases de matemáticas, historia… en “las Escuelas de Mayores” son actividades excelentes que permiten mejorar la agilidad cerebral y fomentar las relaciones sociales, evitando el aislamiento, la soledad y la depresión. Si se sienten capaces y la ilusión les acompaña, no se pongan límites: atrévanse a estudiar incluso aquel Grado o Licenciatura universitaria que siempre desearon y que, por las circunstancias de la vida, no pudieron cursar en sus años mozos. Existen modalidades de estudio a distancia que, además, les permitirán vencer el recelo técnico hacia la informática. Rompan sus prejuicios y los de los demás, y confíen en sus posibilidades. A estas alturas de la vida, la madurez y la experiencia son el mejor antídoto contra las prisas, y sabrán cómo disfrutar cada día del camino. Amplíen sus horizontes y no dejen nunca de intentarlo. Como dijo el célebre pacifista y erudito Mahatma Gandhi: “Vivan como si fueran a morir mañana, y aprendan como si fueran a vivir para siempre”.