Vino y humo

La nueva ley antitabaco ha sido aprobada con especial celo hacia los menores. Bien por la salud, sin duda alguna. Pero conviene recordar que, no hace tanto tiempo, en algunos internados de los años setenta, a los estudiantes, a partir de cuarto de bachillerato, les permitían fumar en los recreos y, además, se les servía vino en las comidas, todo de manera completamente habitual. Todo con total naturalidad, sin escándalo ni alarma alguna. Hoy, algo así provocaría titulares estruendosos, posibles dimisiones y quizá incluso un expediente parlamentario. Entonces, era rutina: cigarro en la mano, copa sobre la mesa, y nadie cuestionaba ni la autoridad ni la formación de los jóvenes, ni tampoco se generaba un conflicto con el personal. Lo que ayer se veía como normalidad, hoy se interpreta como irresponsabilidad grave. La evolución es realmente llamativa. Lo que antes se toleraba con naturalidad, ahora se prohíbe con un rigor absoluto. Y dentro de unas décadas, seguramente se juzgarán con igual severidad hábitos que hoy aceptamos sin pensar demasiado: refrescos azucarados, pantallas omnipresentes o cualquier mínima libertad que nos parece completamente inofensiva. Naturalmente, en estos tiempos, nadie defendería aquellas prácticas; solo se recuerda cómo ha cambiado la percepción de la juventud y la responsabilidad. Las leyes cambian, las costumbres mutan, pero cada generación se siente pionera en la tarea de proteger a la juventud. Mientras tanto, los mayores sonríen con complicidad, recordando que ya lo habían intentado antes… con vino y humo. Pedro Jesús Soto Santos. Ablitas (Navarra) Es mera estadística que cada día somos más individualistas. Se incrementan los hogares de quienes viven solos. También los viajes en solitario crecen exponencialmente. Si lo que impera es la personal elección y el desarrollo del viaje, acomodándolo al gusto de cada cual, viva la opción individual. Reconozco que la soledad es, además, una forma de libertad: un espacio propio donde nadie debería entrar sin permiso. Sin embargo, creo que lo mejor de un viaje es compartirlo con quien o quienes te encuentras a gustito. Más que ver cosas, se trata de coincidir; de trasladar y percibir; de experimentar. Lo mejor de cada lugar, en cada momento, son las personas. Los lugares especiales en soledad quedan parcos, un tanto invertebrados. Los sentidos coadyuvan a la percepción; son meros sensores de apreciación. La relación entre las personas es lo sustancial. Se trata de regresar no solo habiendo conocido muchas cosas bonitas, sino, sobre todo, sintiéndonos plenamente reconfortados por las emociones compartidas. La resultante es una relación humana revalorizada, a la que hemos provisto de un marco singular. Enrique López de Turiso . Vitoria