Etiopía, ejemplo africano frente a la emergencia climática

Etiopía se ha situado en la última década como un laboratorio verde en el corazón de África, impulsando medidas que lo colocan a la vanguardia de la acción climática en el continente. Bajo el liderazgo del primer ministro Abiy Ahmed, el país ha puesto en marcha iniciativas que combinan restauración ambiental, transición energética y políticas pioneras en movilidad, con el objetivo de demostrar que los países africanos no solo son víctimas de la crisis climática, sino también protagonistas de las soluciones. El proyecto más emblemático es la Green Legacy Initiative, lanzada en 2019. Se trata de la mayor campaña de reforestación de África y una de las más ambiciosas del mundo: hasta la fecha se han plantado cerca de 40.000 millones de árboles, con la meta de alcanzar los 48.000 millones al término de la actual temporada de lluvias. El programa tiene un objetivo múltiple: recuperar tierras degradadas, frenar la desertificación, proteger cuencas hidrográficas y mejorar la seguridad alimentaria de millones de agricultores. Sus efectos se sienten sobre todo en Oromía, Amhara, Tigray o Somali, regiones donde las sequías y la presión demográfica habían agotado los suelos. Más allá de los números, la iniciativa ha servido para implicar a comunidades enteras en la restauración de su entorno y se ha convertido en un ejemplo replicable para otros países africanos. El compromiso etíope se refleja también en el ámbito energético hace escasos días, en septiembre de 2025 se inauguró la Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD), la mayor hidroeléctrica del continente, con 5.150 megavatios de capacidad instalada. Este proyecto, promovido como emblema nacional, permitirá electrificar comunidades rurales, reducir la dependencia de la leña y el carbón vegetal —fuentes aún predominantes en zonas rurales— y avanzar hacia un modelo económico más sostenible. Para millones de etíopes, disponer de electricidad limpia significa también mejorar la salud en los hogares, impulsar la educación y abrir la puerta a nuevas oportunidades productivas. Etiopía ha sido igualmente pionera en movilidad verde. En 2024, se convirtió en el primer país del mundo en prohibir la importación de vehículos de gasolina y diésel, una decisión sin precedentes que busca preparar las ciudades, como Addis Abeba o Dire Dawa, para la transición hacia el transporte eléctrico. Aunque los retos son enormes —desde la falta de infraestructura de carga hasta la desigualdad en el acceso a vehículos eléctricos—, la medida muestra la voluntad política de anticiparse a un futuro inevitable y de marcar un camino para otras capitales africanas que afrontan problemas de contaminación y tráfico crecientes. Todas estas acciones otorgan a Etiopía una posición destacada en la escena internacional. No es casual que Adís Abeba fuera la sede de la Segunda Cumbre del Clima de África, celebrada este mes con la participación de líderes de todo el continente. Allí se acordó avanzar en una voz común africana ante los foros globales, reclamar sistemas de financiación justos para las acciones climáticas y exigir la puesta en marcha del Fondo de Pérdidas y Daños. La Declaración de Adís Abeba, aún en borrador, se perfila como el documento que marcará la posición africana en la próxima COP30 de Brasil. El mensaje que salió de la capital etíope es inequívoco: África no quiere ser vista como víctima, sino como un actor clave en la respuesta global a la crisis climática. Etiopía, con su apuesta forestal, su salto hacia la energía limpia y su pionera transición en el transporte, ejemplifica esa voluntad. Sus políticas son imperfectas, enfrentan retos enormes y requieren apoyo internacional, pero demuestran que el continente tiene propuestas concretas, que pueden mejorar la vida de millones de personas y contribuir al esfuerzo planetario contra el calentamiento global.