Para hablar de incendios comenzaré por recordar aquella vieja máxima que nos advertía que un incendio es algo muy sencillo de apagar, había que llenar un vaso de agua y arrojarlo sobre lo prendido y, si el apagado fallaba, llenar un cubo y repetir la operación. Si esta segunda acción no daba resultado, había que salir corriendo y llamar a los bomberos.