No puedo decir que tuviera el honor ni el placer de tratar a Benjamín (Bibi) Netanyahu. Pero el hecho es que lo conocí. En 1991 en Jerusalén; pocas semanas antes de desatarse la segunda Guerra del Golfo, ocurrida meses después de la invasión y ocupación de Kuwait por Sadam Huseín en agosto del año anterior. Era un relativamente joven diplomático israelí que fungía como portavoz del Ministerio de Exteriores y, como tal, había de tratar con los periodistas extranjeros que cubríamos aquella guerra desde el Israel amenazado por los misiles Scuds iraquíes.