Macron, la geometría y la falsedad del centro político

Cuando accedió a la presidencia de Francia, Emmanuel Macron prometió situarse “exactamente en el centro, ni en la derecha ni en la izquierda”. Si nos atenemos a la vieja afirmación de Leroux, el presunto reformista se situó en una posición inmovilista e inútil. Luego resultó que sus afirmaciones eran falsas Una de las características del centro geométrico consiste en la multiplicidad de simetrías a su alrededor. Imaginemos un círculo: si lo doblamos por una línea que pase por su centro, tendremos dos partes simétricas, idénticas. Igualmente, dos o más fuerzas simétricas e idénticas se anularán unas a otras. Aristóteles basó en la idea del centro y la simetría su argumento para demostrar la inmovilidad de la Tierra en el centro exacto del universo: “No se puede favorecer ninguna dirección para su movimiento, por lo que necesariamente permanecerá estática”. Lo de Aristóteles resultó falso, evidentemente. Igual que la idea del centro en política: cuando no es falsa, es inútil. Eso ya lo apuntó Pierre Leroux en referencia al gobierno supuestamente centrista de François Guizot, primer ministro liberal de Luis Felipe de Orleans durante la Monarquía de Julio (1830-1848). Si el gobernante Guizot se situaba exactamente en el centro de las cosas como estaban, dijo Leroux, las cosas iban a seguir igual, es decir, mal, e iba a aumentar el descontento de la ciudadanía ante un sistema que sólo beneficiaba a unos cuantos plutócratas. El único cambio posible era la caída definitiva de la monarquía, cosa que acabó ocurriendo. Fue el fin de un régimen. Emmanuel Macron se parece mucho a François Guizot, el hombre que se situó en el centro de un sistema injusto y, sin desplazarse, lo hizo aún más injusto. Cuando accedió a la presidencia de Francia, Emmanuel Macron prometió situarse “exactamente en el centro, ni en la derecha ni en la izquierda”. Si nos atenemos a la vieja afirmación de Leroux, el presunto reformista se situó en una posición inmovilista e inútil. Luego resultó que sus afirmaciones eran falsas. No sólo aspiraba en realidad a apuntalar un conservadurismo inmóvil: quería llegar hasta el fondo de la derecha neoliberal. Por si el antiguo banquero de negocios (Banca Rothschild) no había dado desde 2017 pruebas suficientes acerca de sus propósitos, en 2025 ha demostrado ser uno de los políticos más cínicos de la galaxia neoliberal. Veamos. Desde el inicio de su primer mandato, el autoproclamado centrista Emmanuel Macron adoptó medidas contrarias a los trabajadores (facilidades para el despido, retraso de la edad de jubilación, etcétera), acompañadas de insultos genéricos como “vagos” y “reaccionarios”, mientras mimaba a los ricos y les reducía los impuestos. Todo ello, en nombre del “reformismo”. En total, esas reducciones fiscales a quienes más poseen han venido a suponer para la Hacienda francesa una merma de ingresos cercana a los 55.000 millones. ¿Solución? Encargarle a su sexto primer ministro, François Bayrou (el tercero nombrado en un solo año, 2024), que preparara un presupuesto restrictivo con una reducción de 44.000 millones en el gasto, mayormente en partidas sociales. Una vez más, la ciudadanía debía sufragar los regalos a los más ricos. Bayrou dimitió el pasado día 8 tras algo parecido a un suicidio político que, hasta cierto punto, le honra: pidió a la Asamblea Nacional un voto de confianza sabiendo que lo perdería, y lo perdió. Más sangrante aún ha sido la cuestión del impuesto sobre las grandes fortunas. El 20 de febrero del año en curso, la Asamblea Nacional aprobó, con la abstención de la ultraderecha (que tiene su propio proyecto de impuesto a los más ricos) el llamado “impuesto Zucman”, por el economista que lo propuso, Gabriel Zucman. Se trataba de gravar con un 2% adicional a quienes poseyeran un patrimonio superior a los 100 millones de euros: unas 4.000 personas. El nuevo impuesto, más bien simbólico, aspiraba a compensar en parte el hecho de que los muy ricos pagan en Francia, porcentualmente y como promedio, la mitad que los asalariados, gracias a la llamada “ingeniería fiscal”, en realidad un fraude legal. Macron logró frenar el impuesto en el Senado, donde aún mantiene una frágil mayoría. Afirmó que ese impuesto sólo sería útil si se implantara en todo el mundo. Aplicado en Francia, supondría “la fuga hacia otros países de las personas con más talento”. Nótese que identificó la riqueza con el talento. François Guizot, protestante, estaba convencido de que Dios premiaba con riqueza a sus elegidos. Emmanuel Macron parece creer algo parecido. El presidente de Francia dinamitó el antiguo sistema de partidos para crear un falso centro que ha acabado implosionando. No quedan más que una izquierda radical, la de los Insumisos, y la ultraderecha de Marine Le Pen. Ambas fuerzas son irreconciliables. La deuda pública sigue escalando y lo hace cada día a mayor velocidad, por los gastos en armamento. Por si la historia sirviera de algo, conviene recordar que tras la caída de Guizot, en 1848, comenzó en Francia una violenta revolución nacionalista contra la burguesía que se extendió por casi toda Europa. Ese mismo año, 1848, se publicó en Londres el Manifiesto Comunista. Nada volvió a ser lo mismo.