Todos los demócratas, de izquierdas o derechas, defendemos un mundo en el que Kirk no corra peligro, pero tampoco los migrantes, los homosexuales, los transexuales, los musulmanes o los progresistas. Es una obviedad que hay que repetir porque hemos regresado a la caverna del siglo XX en la que los derechos y consensos elementales están siendo destruidos En su loca carrera para seguir a la ultraderecha y atacar al gobierno de coalición, el PP ha convertido en mártir de su causa al nazi trumpista, Charlie Kirk, asesinado a balazos en Trumpalandia. Nadie les había preguntado, pero como vieron que Vox lo hacía, se lanzaron a las redes a criticar a la izquierda por no condenar el asesinato. Jóvenes de Nuevas Generaciones del partido fueron incluso a un acto de homenaje junto a los cachorros de la ultraderecha. Convirtieron un asunto internacional en un asunto doméstico de primera línea. De pronto, todos teníamos que posicionarnos sobre la muerte de un ultra americano al que aquí nadie conocía. Hubiera bastado una repulsa del uso de la violencia, pero el PP se volvió a pasar de frenada y acabó abrazándose a la ideología del muerto: el fascismo. O a lo mejor ya estaban abrazados y solo se están quitando la careta. Kirk era un supremacista blanco, homófobo, tránsfobo, islamófobo, que ha muerto por culpa del mundo violento que defendía. Kirk defendía que hubiera patrullas ciudadanas armadas para perseguir la delincuencia, que en su caso quería decir cazar migrantes, como aquí hemos visto en Murcia. Defensor de la teoría del Gran Reemplazo, dijo que los musulmanes eran una amenaza para Occidente. Llegó a decir que dudaría de subirse a un avión que estuviese pilotado por un negro porque no se fiaría de su competencia o que durante la esclavitud los negros cometían menos crímenes. Llamó “abominación” a la transexualidad y afirmaba que a los niños en los colegios se les inculcaba “basura homosexual”. Dijo que la mejor ley de Dios sobre la homosexualidad era esa del Levítico en la que se dice que si dos hombres se acuestan juntos la pena debe ser la muerte. Y justificó que cada año muriesen unas cuantas personas por el uso de armas porque ese era un derecho superior. Ahora él ha sido una de ellas, una de las víctimas del clima de odio y violencia que está llevando a su país al borde del enfrentamiento. Ese mundo se impuso violentamente hace un siglo y se está volviendo a imponer ahora y no es la izquierda, es la derecha la que lo alimenta. Basta de equidistancia. En el siglo XX también fueron los partidos conservadores demócrata cristianos los que acabaron abrazando el fascismo que los devoró y devoró Europa, ante la pasiva respuesta de la socialdemocracia, todo hay que decirlo. Ahora vamos por el mismo camino. Ni la II Guerra Mundial nos vacunó de repetir la historia, ni la guerra civil y una dictadura de 40 años nos vacunaron en España. Al contrario, inocularon el virus en sus herederos, que esperaban la ocasión para despertarlo. La ocasión ha llegado, no hay más que escucharlos. El otro día, el portavoz del PP, Miguel Tellado, cada vez más Millán Astray, decía que “había llegado la hora de cavar la fosa de este gobierno”. Y días más tarde, salía en defensa de este nazi estadounidense para preguntarle a la izquierda si hubiera condenado el crimen de haber sido uno de los suyos la víctima. La pregunta era retórica, pero tenía respuesta. La respuesta está en las fosas de las que habla Tellado. La respuesta está en los “rojos y maricones” asesinados por el odio fascista y homófobo a lo largo de nuestra historia. La respuesta está en las sedes del PSOE atacadas, incluso con un artefacto explosivo, sin que el PP nacional haga la más mínima condena. La respuesta está en las cacerías de migrantes en Torrepacheco o el odio al musulmán en Jumilla ante el silencio cómplice de la derecha y la ultraderecha. La respuesta está en Ayuso defendiendo a Israel mientras comete un genocidio y en Almeida negando que se pueda usar esa palabra para definir la masacre que está ocurriendo en Gaza. La izquierda sí condena el terrorismo y el fascismo que destruye la vida de miles de personas. La izquierda condena la dictadura de las pistolas que quieren imponer los fascistas. Pero no la derecha. La derecha se alinea con la ultraderecha, y hasta con un ultra estadounidense, no por un plan maestro global para imponer el fascismo sino por un mucho más mediocre cálculo político. Porque como Feijóo ha reconocido, en el centro ya no tienen nada que rascar, hay que ir a por los votantes de la extrema derecha. Eso explica la comparación que hizo Borja Sémper entre el asesinato de Kirk y los asesinatos de ETA, una de las comparaciones más desafortunadas de su desafortunada vuelta a la política. Charlie Kirk era de los que defendía que se impongan las ideologías a tiros. Kirk era todo lo que Borja Sémper dice que odia. Por eso es una pura contradicción condenar su muerte pero defender lo que pensaba. Si hay que condenar el asesinato de Charlie Kirk es porque condenamos el mundo que Charlie Kirk representa y condenamos sus ideas, aunque defendemos su derecho para decirlas, incluso a riesgo (como está ocurriendo) de que sus ideas acaben con las democracias. Defender la vida de un nazi, no puede pasar en ningún caso por defender el nazismo. Todos los demócratas, de izquierdas o derechas, defendemos un mundo en el que Kirk no corra peligro, pero tampoco los migrantes, los homosexuales, los transexuales, los musulmanes o los progresistas. Es una obviedad que hay que repetir porque hemos regresado a la caverna del siglo XX en la que los derechos y consensos elementales están siendo destruidos. Hay que repetir que fascismo y antifascismo no son equiparables, son lo contrario. Una es la enfermedad, otra la cura. Una es la destrucción de la democracia, otra su defensa.