Frente a la presión turística, un proyecto pionero en Tenerife busca recuperar espacios comunes, “los palacios del Pueblo”

La coordinadora de esta experiencia piloto, Irene Ruano, destaca el poder de los espacios públicos y comunitarios para “generar herramientas de resistencia y de resiliencia social” La Asociación Rayuela desarrolla en los núcleos poblacionales de San Andrés y Punta Brava, en la isla Tenerife, el proyecto Infraestructuras Sociales: Los Palacios del Pueblo , orientado a reforzar los lazos comunitarios, combatir el aislamiento y prevenir el malestar emocional en barrios afectados por la presión urbanística. Se trata de una iniciativa que cuenta con financiación del Gobierno de Canarias, a través de la Convocatoria 2025 de Subvenciones a Proyectos de Innovación Social de la Consejería de Universidades, Ciencia e Innovación y Cultura, en la que obtuvo la segunda mejor valoración. También ha sido premiada por el Consejo General de Trabajo Social en su convocatoria Visibilizando Proyectos Innovadores e Inspiradores en Trabajo Social – 2025 , situándose entre los tres mejor valorados de todo el país. El proyecto arranca con un estudio sobre salud mental en colaboración con la Universidad de La Laguna, que permitirá evaluar el impacto de la intervención. El objetivo principal de este proyecto es comprobar la eficacia de este modelo en contextos de desplazamiento poblacional derivado de la presión turística, centrándose en recuperar las llamadas “infraestructuras sociales” como plazas, centros culturales, bibliotecas, espacios que facilitan la socialización y actúan como redes de apoyo frente a la soledad y la vulnerabilidad. A través del acompañamiento y la reactivación de estos espacios, Palacios del Pueblo busca reconstruir vínculos comunitarios para compartir inquietudes, generar soluciones colectivas y mejorar el bienestar común. “ Palacios del pueblo es un concepto rescatado de la sociología, concretamente de Eric Klinenberg, y a su vez viene de un concepto anterior llamado infraestructuras sociales” , explica a este periódico la coordinadora del proyecto y miembro de la asociación Rayuela, Irene Ruano. “Klinenberg plantea que las infraestructuras sociales sean esos espacios en los que se dan relaciones de convivencia y confianza para generar apoyo mutuo y comunidad, y esto puede suceder en cualquier espacio en el que hay un encuentro: el parque, una cola en el mercado, la puerta de un colegio”, señala. Para el sociólogo en el que se referencia el proyecto, el ejemplo perfecto de un palacio del pueblo sería una biblioteca: abierta a todos los públicos y donde todos los usuarios pueden participar. “Y son espacios”, continúa Ruano, “en los que no hay que pagar, en los que no hay que tener ningún tipo de participación concreta, sino que se configuran como espacios desde donde fomentar la comunidad, la cohesión social”. Para Ruano, es precisamente dentro de esas redes donde se generan herramientas de resistencia y de resiliencia social: “Una de las cosas que pretendíamos con Palacios del Pueblo es que la gente entienda que los espacios que ellos mismos generan son un palacio, un lugar muy potente y con mucha capacidad de cambio”. La privatización de los espacios comunes y la presión turística Preguntada sobre la progresiva privatización de los espacios comunitarios, Ruano considera que es “precisamente la vorágine en la que vivimos la que no nos hace ser muy conscientes de ello, porque el sistema se ha encargado de que no tengamos tiempo de pensar y de hablar y este es otro punto que está presente en el proyecto: la colectivización del malestar”. En este punto se parte de la base de que todos los problemas individuales, tratados a veces incluso médicamente como individuales, son problemas que tienen su origen en lo colectivo. “Hablamos de bienestar y malestar emocional. Y no estamos hablando de problemas de salud mental. Porque creemos que también se ha patologizado tanto todo tipo de malestar y en el propio proyecto lo decimos. El consumo de medicación para el malestar emocional, en concreto en Canarias, es muy alto. Y, evidentemente, no lo negamos, pero sí que creemos que se patologiza en el sentido de que cuando tienes un malestar, te mandan una pastilla”, afirma. Para las creadoras del proyecto muchos malestares emocionales que se tratan de manera individual beben de la fuente estructural y colectiva y ofrece un ejemplo: “Si tú tienes que ir a trabajar a una hora y media de tu casa, y volver a tu casa otra vez después de una jornada de trabajo a otra hora y media de coche y cuando llegas a tu casa no tienes dónde aparcar porque vives en un lugar turístico o por ese motivo no tienes posibilidad de conseguir una casa en el lugar en el que quieres vivir, genera malestar, porque puede ser que ese barrio dé sentido a tu vida, en el que sientes tu arraigo”. Ruano habla sobre los posibles recursos de medición de malestar en las poblaciones forzadas a desplazarse de los barrios y pueblos donde tienen su arraigo a causa de la presión turística que sufren. Aún no existe un recuento determinante de ese “descontento”, a la espera de la realización de un test final entre los participantes con la colaboración con el área de Trabajo Social de la Universidad de La Laguna, precisamente para que sea un instrumento medible. “En base a las conversaciones que hemos tenido, a entrevistas, realizadas, incluso, a los propios funcionarios, sí que hay bastante malestar con el hecho de no poder elegir vivir en este caso en Punta Brava o en San Andrés. Y hay cierta tristeza y añoranza por el hecho de no haber podido seguir ahí”. Durante la realización de este proyecto, la Asociación Rayuela se ha encontrado incluso con casos de personas con hijos pequeños que aunque se hayan tenido que desplazar de estos lugares por la presión turística, regresan con asiduidad para seguir teniendo relación con el barrio. “Una idea que permanece en la cabeza de muchas de las personas que se han tenido que ir es la de volver”, apunta Ruano. Las esperanzas Durante la realización de este estudio también se ha preguntado a los participantes por sus esperanzas. Hay ideas que coinciden y sentimientos compartidos. “Creo que hay gente que lleva mucho tiempo luchando en diferentes cosas y que esa sensación de pesadumbre no está en el centro, sino que hay siempre una sensación de que se van a conseguir cambiar cosas. Por ejemplo, en el caso de Punta Brava, creo que no se relaciona con una esperanza muy grande, pero sí que poco a poco se van consiguiendo algunas cosas en relación a la playa y al tema de los residuos”, detalla la coordinadora. “Y en el caso de San Andrés, eso tiene que ver mucho también con algo que ya han dado por perdida a la playa, pero sí que por lo menos con no seguir perdiendo su identidad de barrio. Desde esas señas de identidad que tienen, desde lo cultural a la propia forma de ser o simplemente a la forma de estar en el barrio, cómo se organizan, cómo se juntan”, concluye.