Exaltación de la Cruz y de los crucificados

La liturgia de la Iglesia dedica dos fiestas a la Santa Cruz: su Invención y su Exaltación. La madre del emperador Constantino, Elena, mujer de recias virtudes y convertida al cristianismo, en una peregrinación a Jerusalén, busca y encuentra la Cruz, en la que Cristo fue crucificado, dejando una parte en Jerusalén y llevando otra a Roma. Muy posteriormente, esa Cruz que fue robada por los persas, será rescatada por el emperador Heraclio, que la lleva a Jerusalén el 14 de septiembre del año 628 en una gran ceremonia. La tradición dice que el emperador, vestido con los atributos imperiales, quiso llevar la Cruz en procesión hasta su primitivo lugar en el Calvario, pero su peso se fue haciendo insoportable. Zacarías, obispo de Jerusalén, le hizo ver que para llevar a cuestas la Santa Cruz, debería imitar la pobreza y la humildad de Jesús. Heraclio, entonces, cambia su vestimenta, y con pobres vestidos y descalzo, con silueta de mendigo, pudo así transportar la Santa Cruz. Hoy, domingo, recordando aquella fecha, la Iglesia católica celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La Cruz es exaltada en nuestros pueblos con intensa devoción, como «cátedra de amor y trono de salvación». Hinojosa del Duque construyó en el siglo XVIII una Ermita dedicada al Santo Cristo de las Injurias, que mantiene su esplendor, rindiendo culto a la imagen de un Crucificado, del escultor Castillo Lastrucci, y a su lado, la Virgen de los Dolores, tambien del mismo autor. Como pórtico, se ha celebrado un solemne quinario, en el que he participado, dedicando las homilías, a fijar nuestra mirada en esa imagen, como pedía santa Teresa de Jesús a sus monjas carmelitas, ante un Crucifijo: «No os pido que penséis mucho, tan sólo os pido que le miréis». Quise recordarles especialmente esas tres actitudes que hemos de llevar siempre cuando nos ponemos delante del Santo Cristo de la Injurias: «Contemplarle, hablarle y escucharle». «Contemplar» una imagen que nos ofrece siempre serenidad, amor a raudales, salvación en ciernes. Los clavos que traspasan manos y pies se han transformado en «rosas de pasión» como símbolo de nuestra fe y de nuestra esperanza. «Hablarle» a Jesús, contarle en silencio nuestros problemas más urgentes, nuestras más hondas preocupaciones, ese «ir y venir diario», la prosa de nuestras vidas que tanto nos pesa a veces sobre nuestros hombros cansados. Y «escuchar» a Jesús, abriendo de par en par los «oídos del corazón», que se dirige a nosotros de una forma especial, cuando nos acercamos a su imagen, «mediación de su humanidad salvadora». El papa Francisco nos invitó muchas veces a «hablar a Dios», con estas palabras: «Cuando nos sentimos débiles y frágiles, podemos dirigirnos a Dios con la confianza de un hijo y entrar en comunión con Él». Justamente, cuando llegamos a la ermita del Santo Cristo, encontramos en la pared una frase que fue colocada en la «subida procesional» de la imagen, en el año 1940, siendo párroco de Hinojosa, Juan Jurado Ruiz, quien probablemente elegiría esas palabras que salen de los labios de Jesús: «Aquí escucharé tus plegarias».