Se busca un sitio para la conversación y de pronto aparece la Biblioteca Grupo Cántico . Pablo García Casado (Córdoba, 1972) se sienta en ella tan tentado como en una pastelería y no para de tomar libros que se llevará a casa: «En los años 80 y 90, entrabas a una librería y te ofrecían pocas opciones, y esta biblioteca los tenía metidos en un almacén. El que los libros aparezcan con normalidad, en el Centro de la ciudad, me parece una gran noticia, porque yo soy de los que quieren que la cultura sea del día a día. Si a las diez de la mañana puedo encontrar un libro de Nick Cave , y está al alcance de cualquier ciudadano, para mí eso es una magnífica noticia. Y lo más importante: que desde el minuto uno de que se abrió esta biblioteca, esto ha estado lleno de gente que pide libros». Desde su primer poemario hace treinta años, Pablo García Casado ha cultivado un estilo propio de textos breves , épica cotidiana y mirada compasiva que no ha dejado de cosechar lectores. Acaba de publicar 'Cada uno es mucha gente' en Visor. -Es usted un poeta que escribe sin versos separados ni visuales. ¿El verso ha muerto o es invisible? -El verso existe, porque lo que realmente hace distinto al verso, a la narrativa de la poesía o del verso, es la intensidad y el ritmo. Que esté el poema en prosa no significa que no esté versificado. Hay un poema en que se ve muy claro, que es 'Blue', sobre un verso de Antonio Machado . Todo eso está montado en alejandrinos y endecasílabos. -Sorprende. Toma un verso muy conocido, 'Estos días azules y este sol de la infancia', que se tenía por gozoso y la da una lectura dolorosa, en clave de acoso escolar. Claro, es que no sabemos. Cuando él habla de esos días azules y ese sol la infancia, se ha interpretado ese verso como algo sublime, como que la infancia era el paraíso, y no está claro. También habla de una infancia bastante dolorosa, aunque haya recuerdos de un patio de Sevilla. -Cierto. Dice: «Mi historia, algunos casos que recordar no quiero». Claro: hay una cosa importante en ese poema, que es la idea de exilio. Antonio Machado muere en el exilio. Afortunadamente en España no hay exiliados, pero sí hay personas que tienen que vivir exiliados y en situaciones de acoso escolar, en muchas ocasiones, el que se tiene que ir es el acosado, y el acosador se queda. Como en tantas ocasiones en la vida, a veces la víctima es la que sufre la doble consecuencia. -A veces abruman las descripciones demasiado meticulosas en otros autores. Usted opta por un detalle, un gesto, un hábito o una prenda. -¿Sabe qué ocurre? Que hay que confiar en la inteligencia del lector. En el lector inteligente, que es la mayoría de los lectores, por cierto, y que sabe, si se le dan cuatro o cinco detalles, rellenar todo lo que falta. Es una cuestión de conocimiento, y eso no lo digo yo: lo dicen los psicólogos. Rellenas con tus experiencias personales. Es verdad que el autor tiene que asumir que la construcción del paisaje y de la historia no tiene por qué ser fidedigna con lo que tiene en la cabeza. Tiene que dejar unos elementos para construir la historia, pero tiene que darle materiales al lector, no puede decirle que pinte lo que quiera. En la poesía tenemos menos espacio y debemos construir lo que llamaban los ingleses un detalle significativo. -Su obra es siempre contemporánea. Escribe lo que pasa en su tiempo y a la gente de su edad. -No me gustan los escritores que se sienten viejos anticipados, ni tampoco me interesa el escritor Peter Pan que sigue describiendo realidades como un joven de veinte años. Hay que ser honestos con las canas que peinamos, con las dentelladas que nos ha dado la vida en todos los sentidos. Pablo García Baena lo hizo y no tuvo ningún problema. He pasado los cincuenta años, tengo una mochila de cosas y los que escribimos poemas no podemos evitar que tenemos una obra que ya está hecha. -En su obra poética aparecen personajes con debilidades. ¿Tiene una relación de compasión con ellos? -Es un concepto que me gusta mucho, pero la compasión en el sentido estricto, no complaciente. Compasión significa sentir con y un escritor debe sentarse con sus personajes y sentir con ellos. No se puede poner muy arriba, como un pantócrator emocional, ni tampoco puede pensar en una épica de los héroes . La mirada tiene que ser de tú a tú, con el lector, con los personajes. Lo irónico me tiene un poco cansado porque creo que la ironía, el desapego , es falta de compromiso moral, intelectual, casi de estar como poco por encima de la realidad. Y el escritor está en la realidad, está en las cosas que ocurren al día a día y yo quiero estar ahí. -¿Por qué ha hablado tan poco en primera persona? -No sé si por pudor o porque yo entiendo que en el siglo XXI y el final del siglo XX se hace algo que me parece honesto. El concepto de identidad está, para mí, bastante deshilachado. También bastante desactivado. Prefiero construir la identidad a través de muchas identidades. En este libro hay muchas vidas, muchos yoes, que no tienen que ver conmigo. Transferir mi biografía personal al poema no es mi trabajo. No quiere decir que no lo haya utilizado en algunas ocasiones, pero no he sido muy favorable. - ¿Y la nostalgia, que la deja caer a veces? -Estamos en el terreno de las emociones y eres tu primer personaje, pero aquí no se queda nadie. Cualquier tiempo pasado fue anterior. Hay situaciones que no volverán. -En su libro y en la conversación anterior no ha parado de mencionar a amigos que ya no están. Nacho Monto, Pedro Roso, Eduardo García y Rafi Valenzuela, a quien se lo dedica. ¿Cómo es el mundo sin ellos? -El mundo es mucho peor. No sabía hasta qué punto los iba a echar de menos, porque no se me van de mi vida. Me gustaría tener a Rafi y a Eduardo para preguntarles cosas elementales. No eran personas invasivas, eran personas que estaban siempre ahí, que eran refugio contra la tormenta. -Hay quien habla de lo críptico como un valor en la poesía. ¿Lo comparte? -Es un valor, pero no es un valor absoluto. Cada vez me gustan los poetas y los poemas ríos que se expanden. José Luis Rey es un poeta río, un poeta expansivo, y yo adoro lo que hace por encima de cualquier cosa. Pero sí que es cierto que la poesía requiere una cierta contención y no contarlo todo. La elipsis es la verdadera herramienta de trabajo de un escritor, también de un periodista. La elipsis es el trabajo. Y aunque tú hagas un poema de 8 páginas, tiene que haber una contención, algo que no se cuente. Porque entre esa mirada críptica está lo que no se cuenta. Lo único que importa es lo que pasa cuando se cierra una puerta. Y en un poema tienes que cerrar una puerta y dejar que el lector intuya y vea lo que hay ahí. -¿Y qué pasa cuando el lector entiende algo distinto de lo que el escritor quiere decir? -Nada, estamos en el territorio del lenguaje. Hay que respetar al lector. Nosotros, los poetas, escribimos un poema y tomamos prestadas unas palabras. No son nuestras, sino de la comunidad hablante , de la gente. La palabra casa no es mía, yo uso casa y la pongo en el poema, la tomo prestada. Cuando vas a una librería o a una biblioteca, el libro es del que lo está leyendo en ese momento. Nuestra única capacidad es la combinatoria. Somos agentes logísticos . Traemos y llevamos. Cambiamos las cosas de sitio, las componemos y se las damos a otro. Hasta que el lector no lo lee, el poema no es nada, no significa nada, no existe. -Son poemas muy del día a día, con elementos culturales de hoy. ¿Se entenderán dentro de 50 años? -Habrá cosas que se pierdan. No sé si seguirá existiendo Tinder , posiblemente no. Me importa que queden las emociones. Tampoco soy muy favorable a las ediciones comentadas. -¿Se las han hecho? -Uff, sí, hay estudios sobre la poesía de este poeta. Itziar López Guil , catedrática de Español en Zúrich, me llamó y me mandó dos o tres artículos de sus alumnas y suyos. Me dijo qué me parecía y sólo puede contestarle «muy bien». Lo que pasa es que no soy filólogo, y ellos establecen unos parámetros hermenéuticos que se me escapan. He aprendido un montón con ellos cuando diseccionan el texto. -Se habla de Córdoba como una ciudad en la que la poesía se vive, en sus escritores y en Cosmopoética. ¿Cree que es verdad? -La ciudad ha hecho un esfuerzo constante y consistente durante los últimos 30 o 40 años para que la poesía esté en el centro, o por lo menos que no esté en la esquina de la cultura. La ha situado en el centro de la normalidad literaria y lo más interesante de la ciudad, de todos los gobiernos municipales que han pasado, es que se ha logrado que la poesía sea algo natural, que ocurra en el día a día. -¿Cómo se logró? -Cuando Pedro Roso empezó con los talleres de literatura en el Potro, yo entendí que él quería hacer unas cosas. Había algo así como círculos. En el primer círculo, cuando estableces una política a favor de la poesía, tienes el círculo más favorable, y es que en unos años saldrá Juan Antonio Bernier, Eduardo García, Antonio Luis Ginés o José Luis Rey. Luego hay otra gente que también publica sus libros de poesía, que hace su actividad literaria, con un cierto reconocimiento. También hay un público lector, que es gente que está interesada en la poesía. Puede que escriban, puede que no. Y un cuarto círculo, que es el más interesante, es el de la gente que no está en la poesía, pero que no siente un reparo ante ella. No es normal que en Cosmopoética se llenen todas las sesiones. Eso no pasa en ninguna ciudad del mundo. -¿Y cómo sucede eso? -Primero, porque todos los gobiernos municipales han puesto un dinero sustancial y se ha seguido haciendo para que la poesía sea algo común y esté en el marco ciudadano. Y eso funciona bien. Va de Cosmopoética a una asociación de vecinos de la avenida del Corregidor, que han hecho un concurso con un premio de 800 euros. La poesía no está hecha solo para los poetas, la poesía tiene que estar hecha para la gente, para los lectores . Y desde esa vocación se han hecho actividades muy abiertas. Toda la siembra que han hecho en colegios termina funcionando. -Cada mañana publica un poema de un autor distinto en sus redes sociales. ¿Ha dado frutos esa siembra? -Los frutos son para mí, porque me obliga a leer mucho, me obliga a replantearme la biblioteca que tengo. Las cosas que me faltan, las cosas que me gusta quedarme. Como escritor me he impuesto la obligación moral de mejorar el tráfico en las redes. Por eso pongo un poema de Chantal Maillard o de Pablo García Baena . Es un trabajo manual: escanearlo, copiarlo, editarlo y subirlo. Hay gente que me pregunta por los poetas, por dónde puede encontrar más cosas, y también he leído cosas que me han encantado a mí. Anoche me llamó una mujer para darme las gracias, por encontrar un poema todos los días a las 7 de la mañana. La literatura me ha dado momentos buenísimos y tengo la obligación de compartirlos.