Que Trump organice ceremonias de vasallaje y humillación pública para resaltar su figura no tiene nada de raro. Lo que no se entiende es que nuestros gobernantes se presten, que acudan a sus convocatorias sabiendo cuál es el orden del día y quién maneja el protocolo y la puesta en escena, y acaben volviendo a casa con unas fotos que nos avergüenzan Los besos como gesto público tienen distinto significado según en qué parte del cuerpo se estampen. Tenemos besamanos, donde los súbditos acuden a palacio a besar la mano del rey, la reina y familia en muestra de adhesión. Lo vimos el lunes en nuestra Fiesta Nacional, con el habitual anecdotario cortesano: el vestido de la reina, el gesto simpático de la princesa, el error de tal invitado, la complicidad de otro invitado con el rey, las ausencias notables… Están los besapiés, actos de devoción en que los fieles hacen cola durante horas para posar los labios en los pies de una imagen religiosa mientras un acólito pasa mecánicamente un trapo entre beso y beso. Y luego están los besaculos. El que organizó el lunes Donald Trump en Egipto fue un besaculos en toda regla: montó una “cumbre de paz” para firmar un acuerdo de paz sin la presencia de los firmantes , y que convirtió en una obscena exhibición de vasallaje de gobernantes mundiales ante el emperador estadounidense. Trump iba llamando a los gobernantes de países europeos y de la región, que desfilaban uno a uno hasta él para recibir su saludo, su comentario, su chiste, su gesto de cariño o de reproche. Nos fijamos mucho en cómo apretaba las manos de cada dirigente , pero no nos distraigamos: fue un besado de culo en toda regla, con algunos momentos especialmente humillantes. Lo de besaculos no es una gracieta, es expresión suya literal: lo dijo hace meses, cuando anunció los aranceles para todos los países del mundo y, ante el nerviosismo global, Trump habló claro: de los países que le pedían negociar dijo “They are kissing my ass” . No fue una frase robada a micrófono abierto, ni un rumor, sino que lo soltó en una cena con congresistas republicanos: “Esos países me están besando el culo, se mueren por alcanzar un acuerdo: 'por favor, señor, lleguemos a un acuerdo…'”. Ya son varios los besaculos que ha organizado Trump. Recordamos la foto de los principales líderes europeos, Von der Leyen incluida, en la “cumbre sobre Ucrania” montada en la Casa Blanca hace apenas dos meses: ahí estaba la jefa europea con los presidentes de Francia, Alemania, Italia o Reino Unido, sentados en sillitas como becarios frente a la mesa de Trump, espatarrado en su sillón y rodeado por sus banderas y símbolos de poder, junto a un mapa de Ucrania como si les estuviese dando una clase de geografía. Un mes antes se había repetido la misma imagen en la reunión de Escocia entre Estados Unidos y Europa, donde los nuestros claudicaron en materia de aranceles: de nuevo, Trump sentado en posición presidencial, y los líderes en sillas a su alrededor. Por no hablar de aquella encerrona a Zelenski en el Despacho Oval donde le faltó darle un pescozón. Que Trump organice besaculos no tiene nada de raro: su narcisismo extremo, su megalomanía y su manera de entender la política (tal como entendía los negocios) son los propios de un presidente cada vez más Ubureyesco : su deriva es la de aquel tiránico Ubú creado por Alfred Jarry en ' Ubú Rey ', un mamarracho que llevaba pintada en la barriga una espiral con centro en su ombligo. Lo que no se entiende es que nuestros gobernantes se presten a sus besaculos, que acudan a sus convocatorias sabiendo cuál es el orden del día y quién maneja el protocolo y la puesta en escena, y acaben volviendo a casa con unas fotos que ellos tal vez les avergonzarán algún día, pero que a nosotros nos avergüenzan hoy.