Cuando hablamos de Israel, con frecuencia nos surgen varias preguntas que difícilmente las expresamos en voz alta y ocasionalmente las compartimos con nuestros amigos. Nos las reservamos y buscamos información en redes, buscando aquellas respuestas que nos permitan mitigar las reacciones embrutecedoras. Intentamos racionalizar los hechos, alejar los sentimientos, sin darnos cuenta que ello conlleva alejar aquello que traspasa la frontera animal y nos convierte en humanos. Y es esto, independientemente de los aspectos culturales de cada pueblo, lo que hace resurgir aspectos como solidaridad y compañerismo. Cuanto más se desarrollen estos conceptos, más amigable es la comunidad, más viva es la relación y más alejados estaremos de la psicopatología social con su expresión más frustrante como es la envidia y su reflejo sintomático en el odio, matriz y sustrato de las reacciones violentas, personalizadas en la ley del más fuerte. Si alguien tiene la habilidad perversa de aunar estas voluntades urticariformes, la comunidad se convierte en un grupo de gente que discute a gritos, que representa el retroceso a la caverna en la evolución humana.