La salud es un derecho con grandes brechas de desigualdad. Sin excepción, todos los que trabajamos desde alguna trinchera en este sector promovemos una mayor inversión y con frecuencia comparamos el porcentaje que destinan los países más desarrollados contra el que asigna México: de acuerdo con los datos del presupuesto de egresos 2026, el país destinará alrededor de 2.6 por ciento del PIB —que aunque representa un aumento real del 5.9 por ciento respecto a 2025—, es significativamente inferior al 6 por ciento del PIB recomendado por la Organización Mundial de la Salud y no compensa los recortes de años anteriores, lo que nos aleja de resolver profundos problemas de financiamiento. Del lado de las autoridades, las instituciones públicas, incluso del sector privado —tanto de hospitales como de aseguradoras—, la queja es frecuente sobre el incremento en los precios de insumos, medicamentos y equipos, alcanzando una inflación anual de 16 por ciento, que triplica el dato de la economía nacional. En este escenario, mejorar el acceso a la salud parece oponerse a la realidad económica de la mayoría de los países —no de Dinamarca, por supuesto, que invierte 10 por ciento de su PIB—. Pero lejos de ser opuestos, los gobiernos deben pensar en la salud como un potente motor para el desarrollo, la innovación y la generación de riqueza. Datos recientemente presentados en el Roche Press Day, un evento anual organizado por esta farmacéutica que reúne a medios de comunicación, investigadores y autoridades de América Latina, demuestran la necesidad de cambiar esta mirada. Un análisis del Instituto McKinsey Global sostiene que al menos una tercera parte del crecimiento económico en los países desarrollados durante el último siglo se puede atribuir a las mejoras en la salud global. Además, la inversión en atención sanitaria e innovación es muy rentable, pues por cada dólar invertido, es posible lograr un retorno económico de dos a cuatro USD. Además, el sector en sí mismo contribuye de manera muy importante en el crecimiento de la economía: manufactura, exportaciones, generación de empleos directos e indirectos, investigación e innovación. Evidencia de ello es el foco que el Plan México tiene sobre esta industria. ¿Qué hacemos entonces para convertir salud y economía en potentes detonadores del bienestar y desarrollo? Aquí tres iniciativas soportadas con cifras para demostrar porqué invertir en salud es un buen negocio: 1. Más de 70 por ciento del gasto en salud en América Latina se realiza sin estudios de costo-efectividad ni seguimiento real. Aplicar estas evaluaciones podría generar hasta 15% de ahorros sin comprometer la calidad. 2. Prevenir lo que es prevenible y que le cuesta más al sistema: al menos 40 por ciento de los casos de cáncer y 80 por ciento de las enfermedades cardiovasculares y la diabetes podrían evitarse. Hoy, por el contrario, representan 77 por ciento de la mortalidad en la región. 3. Diagnosticar y atender más temprano lo que necesita ser tratado. El cáncer de mama es un muy buen ejemplo: el tratamiento de un paciente diagnosticado tempranamente puede costar hasta 60 por ciento menos, incrementando su expectativa de vida y curación hasta en 90 por ciento. El desarrollo sostenible sólo se alcanza si se garantiza la salud. Un análisis global realizado en 136 países en 2024, proyectó que un aumento de 10 por ciento en la esperanza de vida impulsa el crecimiento del PIB real per cápita anual de 0.5 por ciento. Esta relación, estimada a partir de un modelo matemático-estadístico, muestra cómo la mejora en la esperanza de vida se vincula directamente con el crecimiento económico de un país. Columnista: Juana Ramírez Imágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0