Ficción judicial

México supera a la ficción. No en un sentido estético, sino paroxístico: la realidad se articula como una novela en la que los ciudadanos se vuelven personajes de una tragedia, la justicia un artilugio y los tribunales una tarima. ¿Quién narra? Para algunos, un apellido o un compadre que exonera; para otros, un verdugo; miles, simplemente no son relatados. ¿Y qué sucede cuando esa narración estólida determina un factor tan fundamental como la libertad? De la justicia en México, ¿queda sólo injusticia? La literatura puede ilustrar similitudes con el contexto judicial en México. En El extranjero , Camus no narra un crimen, sino una condena absurda. Mersault no es declarado culpable por haber matado a un hombre, sino por no haber llorado en el funeral de su madre. En ese sentido, la justicia ha dejado de ser un valor moral para volverse institucional y, por lo tanto, profundamente humana. Demasiado humana, diría Nietzsche . Ya no mide el bien o el mal, sino la eficacia de una historia, la coherencia narrativa; la justicia no persigue la verdad, sino la verosimilitud. Aún más perverso, impera qué personaje seas, quién escribe tu historia, qué relación tiene el narrador con el juez, y si tuviste, siquiera, la oportunidad de que alguien la contara. En México ni estar en la cárcel te hace culpable ni estar fuera, inocente. Las prisiones están llenas de quienes no tuvieron una defensa legítima; las calles, llenas de quienes sí contaron con quien los defendiera, o bien, no necesitaron tenerlo. La justicia es un lenguaje. Y como todo lenguaje, puede ser traducido, manipulado o tergiversado. Miles de personas enfrentan juicios en un idioma que no hablan: el del derecho. El abogado traduce una vida al lenguaje de las leyes; el juez, en teoría, la interpreta. Pero nuestro sistema está lleno de malos lectores. Los jueces no son filólogos de la ley: repiten fórmulas, copian sentencias, dictan fallos que no leen. Incluso quienes no actúan con dolo ni siguiendo intereses políticos, enfrentan una sobrecarga procesal, vacíos de técnica legislativa o presiones institucionales. Y ahora, son principalmente políticos. Las reformas que hoy caracterizan el campo judicial —la del Poder Judicial y la modificación de la de amparo— parecen no estar escritas para impedir el problema de traducción: disminuir lagunas normativas o criterios judiciales dispares. Se pretende combatir la impunidad cambiando los párrafos de la Constitución sin atender las grietas de interpretación, así como amiguismos que permiten la desigualdad en primer lugar. Votar por jueces no asegura la justicia ni combate la corrupción, tampoco (contrario a lo que se cree) democratiza la ley, menos aún si la elección de éstos implica una ecuanimidad aún más enclenque al desatender las deficiencias en la formación profesional. Debilitar figuras jurídicas por el mal uso que se les dio en algunos casos, no atrinca ninguna certeza de no repetición; en cambio, desprovee de seguridad jurídica mientras quita el foco de la incapacidad judicial. Lo que hace fallar a la justicia mexicana no es la norma, sino la ambigüedad y lectura. No es el artículo constitucional, sino la interpretación que depende del poder, del apellido, del dinero, de la cercanía con el poder político. Como Mersault, muchos en México no son juzgados por lo que hicieron, sino por la verosimilitud del relato; otros son absueltos porque alguien escribió por ellos una historia más convincente. Asimismo, la libertad se reduce a la posibilidad —o no— de una defensa. Se juzga “quién es” el acusado, antes que el acto que lo llevó a un tribunal.  Miles de personas son condenadas sin ser escuchadas, incluso, vivien una condena sin estar condenadas, encarceladas sin haber sido juzgadas. Mientras tanto, la ley maina y la justicia se desfigura, fraguando una máquina de traducción defectuosa: castiga la torpeza, la pobreza; premia el poder. Mientras sigamos creyendo que la justicia se blinda con reformas al texto y no con candados al juicio; mientras se desmonten figuras jurídicas, seguiremos viviendo en un país incapaz de democratizar la justicia y que anteponga el estilo a la verdad. En México, la justicia no es ciega, sólo está mal traducida y los diagnósticos, también. Columnista: Marcela Vázquez Garza Imágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0